23 de julio de 2011

La Posada de las Cadenas


La Posada de las Cadenas desapareció en Salamanca a comienzos de los años treinta. Estaba situada según parece en la calle Pozo Amarillo frente a la calle de los Caleros. José Sánchez Rojas, el escritor y peridista de Alba de Tormes publica en Mundo Gráfico (21 de Enero de 1931) un artículo sobre la desaparición de este emblemático edificio salmantino.

La sombra de Calixto

Muy pronto va a desaparecer en Salamanca la clásica Posada de las Cadenas. Tiene una bella tradición esta posada: fué palacio de los Reyes Católicos; en ella nació aquel Príncipe don Juan, que fue guapo mozo, enamoradizo y rubio. Tal vez, de no haber muerto tempraneramente este guapo mozo, los destinos de nuestro pueblo hubieran sido harto diversos. Pero el sino de don Juan fué breve y melancólico. Cuando le parió su madre hubo eclipse total de sol en la urbe. Y una íuerte inundación del Tormes. Aquel buen bachiller talaverano que se llamó Rojas y Montalbán hace alusiones a estos cataclismos en su linda tragicomedia. Porque el buen Calixto, que se mira en los ojos verdes de Melibea, es nada más y nada menos que el lindo Príncipe, enterrado, como sabe el lector, en la iglesia de Santo Tomás, de Avila. Con la desaparición de la Posada de las Cadenas y de los bellos ajimeces que decoran sus balconeras de hierro, ya no queda otro escenario salmantino de la tragicomedia que las tenerías, junro al río. Por allí tuvo su casita, baja y discretamente asentada, la buena madre Celestina.

Al cobijo de la peña de su nombre, la vieja, que no fué ese monstruo infernal que nos describe Cejador, ni mucho menos, arreglaba sus hierbas y sus perfumes pata trastornar a los mancebos. Pero los mancebos no habían menester de tales niñerías para quererse. Calixto hubiera amado del mismo modo a Melibea, Melibea, igualmente, se hubiera mirado en los ojos de Calixto. Las terceras, en todos los tiempos, son un puro artículo de lujo, que viven parasitariamente de las inclinaciones naturales de la juventud. Harto lo saben las herederas legítimas de la buena madre salmantina. Pues el escenario donde se movía la buena vieja sigue en pie en la ciudad académica y doctora. Podemos evocarle con fuerza todavía. El Convento de los Mercedarios, donde el buen Tirso compuso algunas de sus comedias mejor parladas y donosas, decora la prominencia de un cerro. Abajo se extienden las tenerías. El puente romano corta la visión de los sotos de los Arapiles y la más lejana de la Sierra de Gredos.
Desaparecen las huellas de Calixto y quedan las de Celestina. Esta Posada de las Cadenas, que se trocará dentro de unos meses en una casa más, acaba con la huella del buen Príncipe don Juan. En cambio, el mundo celestinesco se agrupa, detrás de la Peña, en un mundo aparte, que aprovecha el cobijo de la Escuela. Los Calixtos de ahora, para gozarse en el deleite de unos ojos verdes y serenos, siguen creyendo en la necesidad de una tercería, que, lejos de precipitar, embarulla y ensombrece sus trotes y retrotes de buen amor.

JOSÉ SÁNCHEZ ROJAS



.