5 de octubre de 2011

La emigración y el problema del campo

Así se titulaba un artículo escrito por José Sánchez Rojas y publicado en el semanario "La Actualidad" de Barcelona. Dicho texto fue recogido por un periódico ilustrado salmantino de la época, titulado "La Ciudad" y publicado en su edición del 22 de Marzo de 1913. Casi cien años más tarde seguimos hablando de la despoblación de nuestra provincia.

Castilla se despuebla lentamente: de mi provincia de Salamanca llegan continuamente a las redacciones de los periódicos noticias de que han emigrado ochenta vecinos de tal aldea, cuarenta y cinco de tal otra.

El éxodo de los pobres gañanes es continuo y desesperado. Los partidos de Ciudad Rodrigo, Ledesma y Vitigudino son los que dan mayor contingente a la emigración.

Castilla se despuebla lentamente.

Y no se van los gañanes a las Américas; los echan. Hay un pueblo, Boa-dilla, que tendrá que emigrar enmasa, si Dios no lo remedia.

Los vecinos del pueblo—todos los vecinos,—son renteros de una dehesa. El señor único ha ido doblando las rentas, sin que la producción haya doblado, sino menguado, a fuerza de esquilmar y apurar el jugo de la tierra cansada y anémica. La cosecha del año último ha sido muy mala. Es difícil, si no imposible, que se llegue a una transacción entre el dueño, el señor Duque de Valencia, y los vecinos de Boadilla. No es este el único caso agudo del problema agrario en mi provincia de Salamanca. Un pueblo — el de Campocerrado—desapareció también; el dueño lo convirtió en un coto cerrado; en otros sitios los conejos y las perdices echan a los hombres.

Y en todas las aldeas, el mismo apuro. Fueron primero los gañanes los que se hicieron la competencia; con tal de explotar una dehesa o una yugada, ellos mismos subieron el valor de las rentas y el dueño, naturalmente, aceptaba la proposición más ventajosa que le ofrecían los solicitantes, Es muy castellano el refrán de «quédeme yo tuerto con tal que se quede ciego el vecino». Los labradores que se perdieron de tan peregrino modo no tienen número en los anales curialescos de la provincia. Como la tierra disminuye de valor, como el mundo produce más trigo del que se consume, como en el mercado hay alzas y depresiones artificiales cuyo secreto no conocen los gañanes, unos años con otros, los de la buena y la mala cosecha, ha ido acentuándose visiblemente la crisis

Y luego, el absentismo de contera. Y de contera también el administrador, de peor entraña que el amo, y el abogado del amo, de peor entraña que el administrador. Y un Parlamento, como el nuestro, formado como sagazmente me dice el querido maestro Unamuno en una carta, «de ricos, que son los menos malos, de administradores de ricos que son ya peores, y de abogados de ricos que son los peores de todos»; un Parlamento que no se entera de nada, que legisla para la Puerta del Sol, que evitó -en su contextura espiriutual- que Canalejas llevara adelante sus reformas sociales, cuando Canalejas podía haber sido -lo dice también Unamuno- el Lloyd George español.

Y una opinión muerta, preocupada solo de si Romanones sigue tirando en el poder unos cuantos meses, de si la Gova canta mejor el «Ven y ven» que la Paquita Escribano, de si Azcárate vuelve o no vuelve a Palacio. Y de contera también -esto no lo dejo en el tintero- un socialismo obrerista como el nuestro, hermético, cerrado a toda renovación, que se cuida del problema del taller y de la fabrica, pero que no conoce el del campo; que tolera que en el partido de Vitigudino, provincia de Salamanra, gane el obrero agrícola ¡treinta y cinco céntimos! por varear la aceituna desde el alba hasta la una de la tarde:

Por ganar siete perras
con la aceituna
te pones con el alba
y hasta la una!

que permite que en Andalucía coman los obreros ese gazpacho negruzco, duro como la piedra, que exhibió el señor Salillas en el Congreso.., ¿Donde, dónde estará la salvación de mis gañanes de la provincia de Salamanca, de los pobres gañanes de las provincias castellanas, extremeñas y andaluzas—que yo hablo concretamente de mi barrio que es lo que mejor conozco?

Como reacción, como defensa, asoma y apunta ya un socialismo agrario, que comienza tímidamente, pero mucho me temo que parará en una expansión anárquica.

Observo con atención los primeros balbuceos de este sentir del campo. Es resignado y sombrío el gañán; tiene algo del fatalismo del árabe; cree que ha nacido para bestia de carga y soporta todos los golpes sin exhalar una sola queja. ÍNo veáis, amigos míos, en mis frases, sino amargura. Esta amargura rezuma en las pastorales del señor Obispo de Ciudad Rodrigo, diócesis agrícola, cuando trata valientemente de estos problemas; el Obispo, nacido en tierras catalanas, el doctor Barbera y Boada, es un santo varón, cristiano y docto, que advierte todos los peligros que empiezan a amenazar.

Los obreros se asocian y se federan; nada tienen que ver estas asociaciones con la organización socialista oficial: sacerdotes, profesores, escritores y periodistas -entre los que tengo la dicha de contarme- hemos sido los primeros en dar la voz de alarma, en evitar que la unión aldeana sea síntoma de violencia, en encauzar y dirigir estas defensas naturales, para bien de todos. Pero no nos hacen caso. Es más; nos motejan de disolventes y enredadores. Y cuando estalle, por excesiva presión, la caldera, se nos dirá que hemos sido nosotros los que hemos atizado el fuego.

Bien esta: no nos importe. La conciencia del deber cumplido indemniza de todos los malos ratos. Pero me place trasladar a la noble y austera Cataluña estos ecos de dolor, estos aullidos de protesta sorda, de mi tierra castellana. Fuera de la metrópoli, los emigrantes engrosarán las filas de los descontentos y de los fracasados. Y ellos se sumarán, después, a esas torpes expansiones antiesnañolas de todos los majaderos que no nos conocen.

Del favor oficial... ¿que cabe esperar? El señor Gasset -uno de los ministros más ruidosos que hemos tenido, el que asistió a más banquetes, el que colocó más primeras piedras,- resolvió una vez la crisis de un pueblo salmantino, de Boada, que quería marchar en masa, con el médico y el cura a la cabeza, a la República Aruentina, cediendo a los gañanes que querían irse campos para experimentación agrícola. No necesitaban experimentaciones los pobres labriegos, sino tierras, que es otro cantar.

De aquel pueblo que quiso marcharse, no se enteró el publico hasta que Ramiro de Maeztu, desde Londres, denunció el caso a la vergüenza pública. El señor Gasset, que habló de la emigración careliana el año pasado en la Cámara de Comercio de Madrid, equivocando, en lo que a Salamanca se refiere, todos los datos, hasta el punto de considerar como despoblado y solitario uno de los pueblos que gozan de mayor pujanza, Gallegos de Argañan, del partído de Ciudad Rodrigo, resolvió de tal suerte el pleito. Y yo no supe qué hacer, si reírme o llorar, ante solución tan estupenda. Solución que era, además, simbólica.

José Sánchez Rojas.

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