1 de abril de 2012

Los tiempos varios


Traemos hoy nuevamente a estas páginas una poesía de Alejo Hernández. Se publicó en el semanario mirobrigense Avante el 3 de Agosto de 1912. Según nos indica el autor fue escrita durante una visita a Lumbrales efectuada a finales del mes de julio de dicho año.

Los tiempos varios

Aquel mi gran pasado esplendoroso
sólo ya en el espíritu conservo
como en urna preciada las cenizas
de un ser querido que por siempre ha muerto. 
¡Gracias, Señor, tu providencia quiso
de la Vida en el áspero sendero 
iluminarlas sombras del pasado 
con la llama viviente del recuerdo!
Yo me complazco en mis amargas horas 
en gozar mentalmente lo pretérito, 
aquellos años de feliz infancia
que para siempre de mi vida huyeron.
¡Oh casa solariega
la casa de labranza de mi abuelo,
aquel hosco señor de las llanuras,
cristiano y ganadero
que con su esfuerzo de coloso 
pudo dominar de Lumbrales hasta Olmedo! 
Escaño patriarcal de su cocina
que hoy es un trono porque fue su asiento....
¡Con qué placer te evoco
en la Vida y los versos!
Sentada en sus tablones denegridos
a mi abuela miré yo en aquel tiempo 
distribuir la espléndida «puchera» 
reparador y clásico alimento
de forzudos gañanes
y de huraños pastores y vaqueros.
Aun me parece contemplar la tosca
figura del mastín caduco y ciego 
adurmiendo sus lánguidas perezas
al amor de la lumbre en el invierno;
la rústica algazara de los hombres
que en sus cortos vagares son copleros
y al compás de tenazas y badilas
cantan las coplas de sus «buenos tiempos»
¡Oh tardes en que abrimos
un paréntesis largo en el colegio
y por valles y montes
perseguimos las cabras y moruecos, 
robamos garbanceras y membrillos, 
trepamos chopos y cogimos huevos 
de pajarillos que en las altas copas, 
llorando su dolor, cantaron luego.
¡Oh plácidas auroras
las auroras en días de herradero! 
Auroras que alumbraron la explendente 
caravana de mozos y vaqueros
que al galope tendido del caballo
al Regajal venian desde Olmedo. 
¡Felices tiempos en que yo sabía
los nombres de las vacas de mi abuelo 
y el corcel de mi padre relinchaba
al pasarle mi mano por el cuello.

II

¡Cuanto cambió ya todo
en la Vida y el tiempo!
Hoy que a mi pobre aldea
triunfalmente regreso,
todo lo hallo demudado y frío;
cambiado todo en mi lugar encuentro. 
Solo un viejo pastor queda de entonces 
que a mi llegada me salió al encuentro.... 
—¿Qué fue del tio Donís?—Yo le pregunto 
y contesta llorando el pobre viejo:
—¡No hay naide ya d'altonces!
El tio Donís s'ha muerto.
Entonces por los jóvenes demando
y a todas mis preguntas respondiendo: 
—Ese murió en el Moro—Dice el charro. 
Ese embarcó p'América en San Pedro. 
Esotro es boticario en los Madriles....» 
¡Tampoco queda nadie de mi tiempo!

III

Gentes nuevas llegaron
también con tiempos nuevos:
Ya no visten los hombres la anguarina,
ni las mujeres visten el manteo,
ni se cantan aradas soñolientas,
ni se reza el rosario en los entierros,
ni se baila la rosca en los bodorios,
ni se dejan las tierras en barbecho,
ni en la Misa-mayor cantan la epístola
los mocetones lígrimos del pueblo. 
¡Nuevas costumbres con las nuevas gentes
y nuevos ritos con los tiempos nuevos!
Con el viejo recorro las llanuras
los trigales de oro y verdes huertos
el me cuenta los cambios y las vidas
y a veces me señala con respeto
un alegre rincón mientras me dice
como un Gran-Sacerdote del Recuerdo: 
—¡Esa huebra l'aré yo pa tu padre!
¡Aquel plao tamién fue de tu agüelo!
Mientras extiende la rugosa mano
que de emoción temblando está un momento.
El siente el fanatismo del terruño;
yo también al terruño tengo apego; 
pero yo sé sentir de otra manera;
el no puede pensar como yo pienso. 
—¡Oh prados y dehesas
que fuisteis de mí padre y de mi abuelo, 
si tenéis una mano que os trabaja,
bien estáis en la mano de otro dueño!
Tornamos lentamente... 
En la entrada del pueblo;
de la moderna Higiene acaso en contra 
pero a favor de innatos sentimientos, 
adosado a la Iglesia,
tenemos en mi aldea el cementerio 
¡Aquí están mis tesoros!
¡Tan sólo aquí mi propiedad conservo! 
¡Esta no me la roban
los vivos ni los muertos!

ALEJO HERNÁNDEZ.

Lumbrales, 19 y 20 de julio de 1912