17 de enero de 2015

Pregón de Fiestas 2014

Villavieja de Yeltes, veintitrés de agosto de 2014.
Pregón a cargo de Agustín Prieto González


¡Muy Buenas noches a todos y a todas! Quiero que mis primeras palabras sean de recuerdo para los que están sufriendo las consecuencias de esta dura crisis económica y social, especialmente los desempleados y las familias y ciudadanos sumidos en el umbral de la pobreza y la desigualdad. Mi solidaridad para ellos, que seguro también es la de todos vosotros ¡Ojalá las cosas cambien! 
Me presento, soy villaviejense de nacimiento y de sentimiento, y como tal comparezco ante vosotros. Soy hijo de la Angelita y de Jose María, los dos ya fallecidos y que en paz descansen; en el pueblo he vivido en la calle del Cuco, donde nací, en la calle Fuente Abajo, en la del Cruce y en la calle larga. Éramos cuatro hermanos, el pequeño, Vicente, falleció con meses. Mi hermano, el mayor, Paco, falleció hace cuatro años, por lo que quedamos dos hermanos: Josemari y yo. Soy sobrino de Juanma, aquípresente, seguro que a Él le conocéis más. Me casé con Inés, hija de Bea la de la Amada y Canor. Tenemos tres hijos y un nieto. 
Alcalde, miembros de la Corporación, vecinos, vecinas, familia: es un gran honor para mí el poder vocear el pregón de las fiestas patronales de mi pueblo, porque pienso que si hay algo que pueda enorgullecer a una persona precisamente es que le nombren pregonero de su pueblo, por lo tanto quiero agradecer tal deferencia a la Corporación Municipal. Lo afronto con ilusión, pasión y, por supuesto, con gran responsabilidad. Sé lo que es esto y quiero mostrar esa responsabilidad ante mis vecinos. 
Al escribir este pregón soy consciente de que tendré que buscar entre los viejos recuerdos. No sé si estarán en el hipocampo o en el neocórtex, bueno vaya usted a saber cómo se organiza esto de la mente, pero allá dónde estén seguro que los viejos recuerdos vendrán a mí. 
Esos viejos recuerdos me traen las peculiares palabras habladas en Villavieja. No son palabras inventadas al calor de la hoguera y una pinta de vino, son palabras gastadas y asentadas en el habla tradicional de generaciones de Villaviejenses y forman parte de nuestro patrimonio cultural, al cual no debemos renunciar. 
Cuando era chico alguna reprimenda me llevé por el uso de estas palabras, todo ello por el afán del maestro de que aprendiéramos bien el castellano, pero bueno esto también forma parte de nuestro acervo cultural. Aquí va mi modesto homenaje. 
Comienzo recordando un día cualquiera de mi niñez. 
De chico no era nada lagumán, nunca lo he sido, arreballaba pronto, incluso en invierno cuando del tejao colgaban los pinganillos y el peso del carámbano abangaba las ramas del árbol hasta hacerlas tronchar. 
Bajaba las escaleras de dos en dos y más de una vez acababa estrapallándome de brucias contra el barreñón en el que me bañaban los domingos, que era el día de muda. Medio estronchao por el calabazón y aturullao por el tremendo estrumpido del zinc contra el suelo de peña me dirigí a la cocina; sobre la lumbre, colgado de las llares, el ennegrecido caldero para el agua caliente y sobre el borrajo las estrébedes con un puchero de café aguachinao. 
Mi madre después de atizar la lumbre con unos escarabañones y barrer con la ciacina me preparó un tazón de leche y café “migao” con unas pingás. Aprovechando un rato que fue a brezar al llorón de mi hermano rispié de una fuente esborcillada un par de obispos que estaban reservados pa la merienda. Siempre he sido muy guto. Me limpié en la rodilla portuguesa, antes de que volviera de la alcoba, la oía arrollar y de vez en cuando exclamar, ¡pero TO! por algo que el arrumiaco de mi hermano hacía. De todas formas, pronto conseguiría que dejara de gimplar, tenía buena mano, no en vano mi madre de chica había trabajado de rolla. 
Me vestí al calor de la lumbre, me hice el lavao del gato y bebí un vaso de agua, era un pispajo muy pipajo, como decía mi madre; salí candando tras de mí la vieja puerta que chiaba más que un pardal; estaba engarañao, arrastraba aún la gata por agatar tras una gata que iba tras una pega en la tená; me senté en el poyo de la calleja atufada por un brasero de cisco recién chiscao y a punto de afogonarse; me até las chancas a medio eschangar y salí a la calle saltando de charco en charco, esparriando y pisando chapallo. 
Atroché la cortina brincando la pellá del portillo, junto al pozo con cigüeño del que colgaba una herrá. De chico me metían miedo con que si me asomaba me cogía la vieja del cazo o con el tío camuñas, nunca supe quién era, o con el hombre del saco o con Gregorio el trastornao, ése sí sé quién era, pobre hombre, no era más que un mendigo que recorría estos pueblos cuando yo era chico. 
Me escarrapiché en la toza del cabañal y allí al lado del bisbero en un viejo nial de la pared esgarrumbada tenía mi rinchi. Con la chota me restregué las dos velas que me colgaban y saqué el fardel de los anastros, una pirinola, una jincacha, una buena parpaña de santos, una pequeña jícara, unas tabas, un tirachinas y una buena chirumba de encina para que durara más, ya que la de chopo con el golpe pronto se escachaba; también bogallas y bogallos con los que jugábamos a las vacas y a los toros y unas bolas de barro para jugar al Gua; lo apeguñé contra mí, bajé por el corral y allí vi al choto con la pata charela, al buche que se iban a merendar los quintos y a la churra jarda, que el padre de Juanín, camino de la carnicería, la llevarían atada con una soga larga, dejándola envestir y correr tras la chiquillada. 
Camino de clase nos íbamos encontrando los amigos, ¡menuda jarca!, cuando nos juntábamos todos. La verdad es que éramos un poco pingos. Compartimos unos cacagüeses y unos chochos, era el modo de demostrar que entavia nos ajuntábamos y que ya no estábamos amoscaos a pesar del bochinche armado entre tós en la plazuela, donde nos habíamos cruzado numerosos insultos: babanco, bausán, babieca, baboso, garrobo o aquello de malóvado os mate 
o cagüen to y todo porque alguien había salido escardao o espirriao jugando a los santos de las cajas de cerillas. 
Este año me estaba tomando en serio la escuela. Cuando llegara el verano quería dedicarlo a corretear por el pueblo, ir a por salticones o saltigallos para ir a pescar unas sardas o unos bordallos. No me volvería a pasar lo del año anterior que a la hora del paseo tendría que ir a dar paso, si es que no quería acabar haciendo “la carrera del galgo” como me decía mi tía Francisca. 
A medio día llegué a casa preguntando como siempre qué hay pa comer, como si me importara con lo comisque que yo era, según mi madre “el vivo espíritu de la golosina”, lo contrario que mi hermano que era un zampaollas, así estaba de gordito; la respuesta la de siempre, “canguingos y patas de peces”. Había patatas meneás y unos charafallos de la matanza; de postre unos bagos perdidos en el cuenco de la fruta y un par de gallos de una naranja que comía mi padre, de las de guasi, como Él decía; los repelaos, las perronillas y una bolsa de mocos de oblea que había visto en la alacena tendrían que esperar. 
Salí otra vez a la calle, empezaba a pingar y como no quería acabar pingao, vamos achumbao hasta los güesos por el “calabobos”, corrí hacia el Juego Pelota y de allí raudo a la escuela. A la noche, derrengao, tras un ajetreado día, me iba o me mandaban al “cine de las sábanas blancas”. Mientras, en la cocina, como todas las noches, con la radio a poco volumen, mi padre escuchaba la clandestina Radio España Independiente “La Pirenaica”, ¡había que escuchar a “la Pasionaria”! 
Y hasta aquí el relato de ese día de mi niñez. 
Tuve una niñez feliz, que pasó en un pispás, vivida con intensidad, a un ritmo trepidante, que sólo es posible vivir en el pueblo. 
Tiempo de escuela, de juegos y de calle; no había tele, ni ordenadores, ni tabletas, ni móviles, ¡ni falta que nos hacía! Porque en aquellos tiempos teníamos lo más importante, niños, muchos niños con quien jugar. También disfrutábamos de muchos juegos en la calle, todos participativos: el burro, el aro, la una anda la mula, el gua, guardias y ladrones, las bogallas, los santos, la jincacha, la chirumba, los platillos, el escondite. 
Otras veces hacíamos volar, más alto que la propia iglesia, un bote convertido en cohete por la reacción química del carburo con el agua y que algún disgusto nos dio; otras al puente de hierro a tirar lanchas desde arriba o a poner una perra gorda en los railes al paso del humeante tren, también íbamos a nidos o a lagartos, a bañarnos en el vado o al bojajuelo. 
De esa época de infancia recuerdo ver como a golpe de barreno abrían las gavias entre la peñas de nuestras calles, ¡por fin llegaba el progreso!: el agua y el saneamiento en el pueblo, hasta entonces había que ir con las cántaras al grifo y para “lo otro” estaba la cuadra o el regato. 
También recuerdo algún atardecer de verano que iba con mi padre al Zarceral, donde teníamos una parte de ese huerto comunitario que complementaba la escasa economía familiar. Ahora algunos municipios los vuelven a recuperar para ponerlos a disposición de los desempleados, para que puedan cultivar los alimentos necesarios en la ingesta diaria. 
A los ocho años hice la 1ª comunión. El misal, el rosario, la típica foto y el paseo por el pueblo a casa de familiares, vecinos y conocidos para recibir la propina. Aún tengo en casa uno de los nuevísimos billetes de cinco pesetas que me dieron en casa de Dionisio. Yo, entonces pensaba que ahí, en esa casa, tenían una máquina de hacer billetes, ¡cosas de niño! 
Mi etapa escolar empezó a los 4 años en párvulos; pizarra, pizarrín, cartilla y, sobre todo, la dedicación de la maestra, Doña María Francisca, que conseguía el milagro y aprendíamos nuestras primeras palabras. 
Con seis años pasé a las escuelas de arriba, mi maestro siempre fue D. Juan Andrés. Era un buen maestro, tenía fama de no pegar y en verdad no pegaba, poseía una vara que le servía de puntero y que a diferencia de otros no escondía cuando venía el inspector porque era eso un puntero que usaba para señalar sobre los viejos mapas de hule. 
Recuerdo la calefacción individual para combatir el frío, alguna estufa portátil de diseño, comprada en el comercio, ¡que envidia!, porque las más eran de fabricación casera hechas con latas de sardinas, que subíamos a la escuela volteándolas para avivar las brasas, ¡más de un disgusto dieron! El tufo, el humo y la mala combustión a veces nos obligaba a sacarlas al patio. 
En aquellos años y para paliar nuestro déficit alimenticio en la escuela nos repartían queso y leche en polvo. Formaba parte de la ayuda americana, venía en sacos y bidones dejando a la vista, que se viera bien, el anagrama de dos manos estrechándose con el fondo de la bandera “yanqui” 
También recuerdo la naranja que nos daban cuando cogíamos las vacaciones de Navidad. Hoy, según UNICEF, aquí en España uno de cada cuatro niños está en el umbral de la pobreza y muchos de ellos la única comida decente que realizan es la que reciben en los comedores escolares. 
La segregación educativa por género era una realidad en esos años. La enseñanza no era neutra para los dos géneros, teníamos asignaturas distintas. Se nos inculcaban valores diferentes, se nos iba trazando el camino para nuestra idónea ocupación laboral en función de nuestra condición de hombre o mujer. Ahora, el Ministro Wert vuelve a la carga con esto de permitir nuevamente la segregación de género en los colegios. 
En ese contexto de segregación entre niños y niñas hay que situar el castigo que me impuso mi buen maestro D. Juan Andrés y que paso a relatar. Consistía en ir a la clase equivalente de las niñas y darles los buenos días. Llegué hasta su puerta, permanecí un buen rato atenazado por la vergüenza y el miedo. Abrir la puerta era enfrentarme a lo desconocido, desfilar por un interminable pasillo con pupitres a un lado y a otro, ocupados por niñas y al fondo desde la perspectiva de un niño de ochos años, la impresionante mesa y detrás de ella recortándose la más imponente figura de doña Inés. Al fin me armé de valor, entré y caminé rápido por el pasillo central sintiendo las miradas y las risas de las niñas; llegué a la mesa y dije: “buenos días doña Inés, me envía don Juan Andrés a darle los buenos días a usted y a toda su clase”, bueno eso es lo que tenía que haber dicho pero sólo balbuceé alguna palabra y salí corriendo como un galgo y ya ni tan siquiera oía las risas que arreciaban entre las niñas. Un duro y sutil castigo. 
Pero basta ya de recuerdos y pasemos a otras cosas que quiero destacar, como es la alta conciencia de Compromiso Social que hay en este pueblo. Los valores de libertad, solidaridad y justicia social crecieron, se asentaron entre nosotros desde tiempos muy lejanos. 
A finales del siglo XIX Villavieja contaba con dos organizaciones de ayuda, en caso de enfermedad e inutilidad para el trabajo o jubilación: la “Sociedad de Socorros Mutuos” (1885) y la de el “Círculo Católico Obrero”(1895), un compromiso de socorro mutuo, hecho desde abajo, por ellos y para ellos. De la importancia que tenían estas sociedades en Villavieja basta con decir que el 25% de la población estaba afiliada a una de esas dos sociedades. 
En 1909, tres años después de la aprobación de la Ley de Sindicatos Agrícolas, se constituyen el “Sindicato Agrícola de Villavieja” y en 1911 se crea el Sindicato Agrícola “La Fuerza de la Unión”. Defendían los intereses comunes y la modernización agropecuaria. 
Las precarias condiciones laborales de finales del siglo XIX y principios del XX hicieron que entre los obreros y jornaleros prendieran rápido las ideas socialistas. 
Villavieja, a pequeña escala, fue la incubadora donde se acunó, meció o brezó, como decimos por aquí, el socialismo provincial, primero con la creación de la Sociedad de Socorros Mutuos. Luego en 1900, doce años después de la constitución de la UGT de España, se crea la “Sociedad de Resistencia Obrera” o “Agrupación de Trabajadores”. 
La ideología socialista ya estaba asentada en la villa a través de las sociedades obreras pero no es hasta el 18 de febrero de 1908 cuando formalmente se constituye la Agrupación Socialista de Villavieja, fundada por nuestro paisano José Acosta, el cual falleció dos años después, víctima de una enfermedad contraída en su trabajo. Aún hoy, siguen muriendo cada año centenares de trabajadores por accidentes laborales o por enfermedades profesionales. 
En 1909 se crea la Sociedad de Canteros, afiliada al Partido Socialista ese mismo año. En 1910 se reorganiza la Sociedad de Zapateros, después de un periodo de inactividad. En 1930 se crea la “Sociedad de Trabajadores de la Tierra, La Equidad” y la de “Oficios Varios”. En 1936 se constituye la“Juventud Socialista de Villavieja de Yeltes” Inauguró su bandera en un acto celebrado en mayo de ese año. 
La Casa del Pueblo que, por cierto, estaba aquí en la Plazuela, el "Centro Obrero" fue un foco de información, de libre opinión y de anhelos de libertad y justicia social. De ahí salieron las reivindicaciones laborales, sociales y políticas de cada época. Preocupados por el acceso de los obreros a la cultura y a la educación promovían actividades de lectura, teatro, baile y excursiones. Crearon también una cooperativa de consumo y pronto empezaron a celebrar el 1º de Mayo y, en conmemoración del 1º de mayo de 1900, la Agrupación de Trabajadores de Villavieja erigió un monolito. Actualmente en la dehesa. En fin, gente comprometida con la sociedad. 
He recopilado mucha documentación al respecto de las sociedades de socorros mutuos, los sindicatos agrarios, las sociedades obreras y políticas, sus dirigentes etc. Es un periodo ciertamente interesante de la historia de nuestro pueblo, pero por razones obvias no procede extenderme en este pregón, tiempo habrá en el futuro de hablar y profundizar en éstas y otras cuestiones. 
Al resaltar aspectos de la conciencia social de este pueblo, para mí tiene gran relevancia el acto del día 6 de diciembre de 2006 promovido por vecinos, familiares de represaliados, la Asociación Salamanca y Justicia y el Ayuntamiento de Villavieja. Un gran día, no de revancha y sí de justicia. Un día para dar a conocer la verdad y rescatar del olvido a personas honradas, que habían actuado en la más estricta legalidad, luchando por la igualdad y la libertad y que dieron su vida o sufrieron penas de cárcel o la depuración por defender esos valores. Un gran día también para la reconciliación y el recuerdo de todas las víctimas de la guerra y la sinrazón, ¡DE TODAS! Un gran día para dejar aflorar alguna que otra lágrima, no llorada y olvidada en la memoria, un día para un emotivo y sencillo acto que culminó con la inauguración de un monolito en el barrio del Rodeo. Un día de los que te apetece y te alegras de haber vivido ¡Gracias paisanos por haberlo hecho posible! 
Gran conciencia social es la de la buena gente. Hoy hemos visto un ejemplo aquí: el Ayuntamiento de Villavieja desde hace unos años tiene a bien distinguir al vecino del año que ha destacado por su labor en pro de la comunidad, y así hoy hemos visto el reconocimiento al grupo ciclista de Villavieja. En otras ocasiones se ha homenajeado a algunos vecinos a título individual, por ejemplo a Briones, y a otros muchos a los que merecidamente se les ha ido premiando año a año, buena gente, honrada, comprometida, altruista, que han dado y siguen dando mucho por Villavieja. 
Aquí se han ejecutado muchas obras gracias a la aportación vecinal, ahí están las diferentes asociaciones culturales y deportivas, ahí están los que editan o editaron "El Encinar de Nampalancar”, “La Brezosa”, el “Boletín Río Yeltes”, los “Última Hora”, la TV de Villavieja; también los blog de Villavieja, en especial “Tierra Charra”. Igualmente la viva memoria visual del A. Moro, los integrantes de la comisión de festejos y las sucesivas corporaciones municipales. 
En fin, aquí hay mucho tiempo dedicado al bien común, un buen trabajo que como tantas y tantas cosas sólo echaremos en falta cuando nadie lo haga ¡muchas gracias a todos ellos! 
Ahora vamos con algunos apuntes socioeconómicos. Nuestro pueblo en la primera mitad del siglo XX tuvo cierta pujanza económica: la industria, la construcción, los servicios, el sector agropecuario generaban riqueza y empleo. Esta pujanza nos permitió aguantar un poco más que otros pueblos de la zona, pero la industria no se modernizó y, prácticamente desapareció, arrastrando en la caída a otros sectores y al final tampoco nos libramos y llegó la fuerte emigración y el declive. 
Ni siquiera el tren consiguió dinamizar esta zona. La llegada, el 25 de julio de 1887, del primer tren fue una oportunidad para el desarrollo de esta zona, una de las más pobres, entonces y ahora. Durante un tiempo tuvo un efecto positivo en la economía y el empleo local pero poco a poco las expectativas creadas se frustraron y así el último tren circuló por Villavieja el 31 de diciembre de 1985, acabando con el sueño de 98 años y que a la postre no nos trajo el progreso que de él se esperaba. 
Sin duda, uno de los principales problemas de este pueblo está en lo relativo a la población. Veamos algunos ejemplos. 
En 1850 teníamos 1.200 habitantes, 157 más que los que por aquel entonces tenía Vitigudino. En el año 1900 el municipio contaba con 1.850 habitantes y en la mitad del siglo XX alcanzó el máximo de habitantes, superando los 2.500. El declive empezó tras el Plan de Estabilización de 1959 y los planes de desarrollo de la década de los años 60, lo que originó el éxodo rural a las ciudades. En 1970 bajamos de los 2.000 
habitantes y en 2006 se bajó oficialmente, por primera vez, de los 1.000 habitantes. 
Cuando nací, mi pueblo tenía 2.593 habitantes, hoy apenas 900. Durante mi vida Villavieja ha perdido 1.681 habitantes, un 65% de la población. Cuando nací, según el número de habitantes, mi pueblo ocupaba el lugar 14, hoy ocupa el lugar 37 de la provincia. Este declive se ha mantenido tanto en periodos de crisis como de auge económico. Por lo tanto, es un problema estructural con un origen claramente económico y que se ha ido agravando con el paso del tiempo. 
Pero si hay algo más preocupante que la pérdida de población es el enorme grado de envejecimiento que tenemos. Vuelvo a comparar la época de mi infancia con la actualidad. Antes, el 31% de la población tenía menos de 16 años y los mayores de 64 años tan solo eran el 8%. Ahora, los menores sólo representan el 9% y la tasa de envejecimiento se situá en el 36% , 28 puntos más. 
La tasa de dependencia, que mide la relación entre la población que está fuera de la edad laboral y la que está en edad laboral, antes era del 61% y ahora es del 80%, 19 puntos más de carga que tiene que soportar la población productiva para mantener a la dependiente, es decir, a niños y mayores. 
Analizando la tasa de renovación vemos datos muy preocupantes: antes de cada 10 personas que se iban a jubilar había 16 dispuestas para trabajar y ahora de cada 10 que se van a jubilar tan solo hay 7 que, por edad, pueden entrar a trabajar. 
Por lo tanto, estamos ante unos índices demográficos de envejecimiento, dependencia y de sustitución pésimos, situándonos entre los peores datos de Salamanca, de Castilla y León y de España. 
Son tiempos difíciles, nuestro tejido productivo es muy débil. En la actualidad, Villavieja sólo tiene 227 activos, una tasa de actividad de un 45%, 8 puntos por debajo de la media provincial y una tasa de paro del 26%, 4 puntos por encima de la media provincial y el dato más preocupante, tan solo el 25% de la población está activa, 20 puntos menos que la media provincial. Y este dato no es peor gracias a los que resistís, a los que permanecéis aquí, a los que aquí vivís y trabajáis, luchando a diario por el pueblo. Vuestro esfuerzo lo mantiene vivo y esperemos que lo catapulte a un mejor futuro. 
Solos no podemos, por ello demandamos de las administraciones el apoyo decidido a estos núcleos rurales, demandamos buenas carreteras y transportes, que nos unan no sólo con la capital sino que tejan una eficiente red con los pueblos de nuestro entorno; pedimos nuevas tecnologías, internet de alta velocidad, que haga posible el teletrabajo, ayudas para las empresas que se asientan en el entorno rural, ayudas para la explotación de nuestros recursos endógenos, agropecuarios, del granito o del turismo rural. 
Queremos dinamizar nuestra economía para crear empleo y fijar población, para lo cual también es imprescindible el mantenimiento en el pueblo de unos eficientes servicios públicos de sanidad, educación y sociales. 
Y sobre la polémica de la mina, siendo quien soy, no sería yo si lo pasara por alto, por lo tanto algo voy a decir al respecto. Hace 2.000 años, a 10Km. de aquí, los romanos ya tomaban las aguas medicinales del Yeltes. Allí uno de ellos, el romano Eaccus, hijo de Albini, erigió un altar a los dioses del cielo en honor a sus curativas aguas. Hoy, en el mismo lugar, otros hombres con imponentes máquinas van a erigir un nuevo altar, no hacia el cielo sino hacia las entrañas de la tierra, de la que esperan extraer el codiciado uranio. Tenemos que exigir que se despejen todas las dudas: a ver si por crear un puñado de empleos durante unos pocos años ponen en riesgo lo más preciado, nuestra salud, destruyen el balneario, la actividad ganadera y el turismo rural y, en consecuencia, el empleo que generan, porque en esta materia el miedo existe y habría que preguntarse: ¿quién vendrá a tomar las aguas del Yeltes? ¿quién consumirá la carne o la leche de nuestras vacas? ¿quién vendrá a nuestras casas rurales? Sabiendo que a escasos metros del agua, que a escasos metros de donde pasta el ganado, que a escasos metros de donde se alojan está la gran mina. En definitiva, que nos demuestren que no hay riesgo para la salud y que va tener más beneficios que perjuicios. Sólo se acuerdan de nosotros para este tipo de cosas. 
Decía Antonio Machado: “si bueno es vivir, todavía es mejor soñar... Le hago caso y voy a soñar y soñé que los cauces del río Yeltes y parte del río Huebra aún no afectado por las grandes presas hidroeléctricas se protegían, preservando intacto su paisaje y su fauna. 
Y soñé con una ruta bordeando la ribera del Yeltes, desde Santidad a Juantan, 16 kilómetros, uniendo los molinos y aceñas, disfrutando de un río bravo en invierno y manso en verano, discurriendo apacible por el vado o rápido y ruidoso cuando atraviesa la cachonera de Esmeraldo. Un río de aguas limpias, porque también soñé que había una depuradora de aguas residuales que había liberado al Zarceral y al regato de la dehesa del hedor y la inmundicia. 
Y soñé con rutas por caminos bien señalizados que nos llevan a parajes de nuestro entorno o a los pueblos vecinos o por una dehesa repoblada, que nos llevaba entre centenarias encinas y más que milenarias e imponentes peñas de caprichosas formas. 
Y soñé que el trazado de la vía era una ruta verde, la estación rehabilitada y a modo de albergue daba la bienvenida a quienes hacían la ruta de 77 kilómetros, de Boadilla a Barca d' alva, de los cuales 8 transcurren por nuestro municipio, desde el puente de hierro a El Mojón, en las estribaciones de la Brezosa. 
Y Soñé con la recuperación de una rica arquitectura rural y agropecuaria, construcciones integradas en el paisaje, en el cual se mimetizan, 
o en el pueblo, representan un valor al que no debemos renunciar. 
En torno al agua tenemos magníficos ejemplos de: depósitos, fuentes, lavaderos, abrevaderos, pozos, norias, cigüeños, aceñas, acequias, pontones, pequeños puentes y molinos. 
En torno a lo agropecuario: corrales, cabañales, tenadas, el embarcadero de ganado de la estación, potros de herrar, gallineros y palomares con sus nidales y ponederos, cochiqueras, apriscos, chozos, paneras, cerramientos de piedra y portones o puertas carreteras o la caseta del guarda de la dehesa, ejemplo de una modesta vivienda de monte que a mi modo de ver también habría que recuperar. 
En fin, poner en valor este singular patrimonio catalogándolo, seleccionar los más interesantes, acometer su restauración arquitectónica y, en algunos casos, también funcional para conocimiento de cómo se desarrollaba la actividad y hacerlas accesibles mediante sendas, a modo de ruta de la la Arquitectura Rural Tradicional. 
Y soñé con un pueblo en el que había trabajo, las casas ya no estaban vacías. Villavieja ya no sólo era un lugar para pasar unos días en agosto, que también, ya no era un pueblo envejecido, para el retiro y el bien morir; otra vez aparecían niños correteando por las calles, observados por los mayores, satisfechos de ver cómo los padres de esos niños podían trabajar en este entorno; un pueblo donde de nuevo fluía la vida. 
Vuelvo a Machado y completo su frase, que la dejé a medias “si bueno es vivir, todavía es mejor soñar y, lo mejor de todo, despertar”; le vuelvo a hacer caso y despierto. Y mientras espero que los sueños se cumplan me conformo con parajes por donde caminar o los paseos por la dehesa, donde también lo hacen los muchachos y las parejas de nuevos y viejos enamorados, como siempre se hizo. 
Me conformo con bordallear por el río, buscando el alivio de los árboles ribereños en los calurosos días, me conformo con la tertulia al fresco de la noche, me conformo con disfrutar la época de lluvias cuando la escorrentía de las empapadas laderas inunda las hondas quebradas y las charcas de Nampalancar y la Dehesilla. Cuando corren torrenciales los arroyos de los Caballeros, de las Herrerías, de las Tenerías, de los Fresnillos, del Zapatero y el de la Dehesa. Cuando se ceban y manan nuestros manantiales y fuentes, el caño viejo o el Albercón, cuando el agua se precipita con fuerza hacia el Yeltes, que crece e inunda las acequias de los viejos molinos, que gana anchura en los vados y fluye rápido, torrencial y ruidoso entre los berrocales. 
Es, entonces, cuando se ofrece la oportunidad de descubrir otra Villavieja, la oportunidad de deleitarse con la inusitada y brava belleza de nuestro paisaje que entre encinas y robledales nos regala con un verde esplendoroso que el verano convertirá en agostados pastizales. 
Y dejo los recuerdos y dejo los sueños para volver al presente, y el presente es la fiesta y, a éste que habéis elegido para vocear el pregón, sólo le resta hacer un llamamiento a vecinos y a forasteros, a los que siempre recibimos con hospitalidad, para que participen y disfruten de nuestras merecidas fiestas. 
Llegó la hora del reencuentro de las familias y las viejas amistades, tiempo de meriendas, tiempo de volver a los sabores del pueblo, una pinta de vino, unas tajadas de la matanza, otra pinta de vino, un cacho de hornazo, otra pinta de vino, ¡uf no me acordaba del colesterol!, ¡uf ya me lo recordará Inés! Bueno, sabéis lo que os digo, que estamos en fiestas y por unos días ¡olvidemos el colesterol! 
Fuera preocupaciones, son días para vivir Villavieja con intensidad, para sentirla alegre, bulliciosa y divertida; días para nuestra participación activa en todos los actos programados: charangas, cabezudos, encierros, corridas, verbenas, juegos para niños, juegos para mayores, para todos hay; la Comisión de Festejos y la Corporación no se han olvidado de nada ni de nadie. Tampoco el señor cura que nos invita a la novena, a la procesión de la patrona, la Virgen de Caballeros ¿y cómo no? a la misa mayor. Y a acudir a la plaza a recibir a nuestra patrona nos invitan los dos, el alcalde y el cura, el cura y el alcalde porque allí en la plaza convertida en un crisol se funden los actos religiosos y laícos, allí se mezclan los sentimientos de unos y de otros, allí cabe todo el mundo, creyentes y agnósticos, hombres, mujeres y niños, vecinos de esta villa y forasteros abarrotan la plaza. Allí se baila el cordón y se canta la salve. Allí se saluda a la Virgen y se canta el himno de Villavieja y es ahí, en ese acto, donde a todos nos embarga la emoción, donde impera el respeto y la tolerancia, donde verdaderamente comienzan las fiestas de Villavieja. Y allí tendría que ser este pregón. 
Por orden del señor Alcalde y el poder que me da el ser pregonero os anuncio el comienzo de las fiestas patronales de 2014. Llegó la hora de romper el silencio, llegó la hora de que la diversión, la bulla, el jolgorio y el alborozo vuelvan a nuestras calles, calladas durante demasiado tiempo, llegó la hora de dejarnos contagiar por la sana algarabía de las peñas y vivir con intensidad y confraternidad estas fiestas, porque de aquí al día 30 lo único que cabe es la alegría, compartidla con los demás, disfrutad villaviejenses, disfrutad villaviejensas, disfrutad, disfrutad. 
Y como decía Juan Ignacio en sus canciones: “la universal “ y “la jota de chaparrones”: 
viva, viva Villavieja,
y su juventud alegre
venga baile, venga juerga,
esto es lo que nos divierte
¡hala muchachos bailad!
venga baile, venga juerga,
viva, viva su juventud alegre
viva, viva Villavieja.

¡Muchas gracias por este honor y felices fiestas “para todos y para todas”!