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25 de octubre de 2012

La Ofrenda (1920)

 

Con el paso de los años, la fiesta de la “Ofrenda” a la Virgen del Rosario fue a menos, mientras las Ferias de Agosto junto con la fiesta de la Virgen de Caballeros fue a más. Esa “decadencia” se fue incrementando paulatinamente hasta llegar a desaparecer por completo en los primeros años de la segunda mitad del siglo XX.

El Adelanto 22 de octubre de 1920

Las fiestas de la ofrenda, que fueron en otro tiempo las principales de aquí, habían ido degenerando de año en año, sobre todo desde que se estableció en fecha fija la de la Virgen de Caballeros y se la adicionó con la feria, que va cada va tomando más incremento. Pero este año fueron unos mayordomos rumbosos los de la Virgen del Rosario y a no haber sido por el mal día, puesto que casi todo él estuvo diluviando, hubieran dejado recuerdos para larga fecha estas del Ofertorio, en que se conmemoran las hazañas épicas de los españolas que vivían en los tiempos aquellos, en que se dio la famosa batalla de Lepanto. No pudo lucirse la hermosa procesión ni el acto aquel en que, ataviadas con sus mejoras galas las mayordomas y su corte de amor, como podríamos llamar al grupo de lindas muchachas que las acompañaban, con roscones y tartas de almendras y de dulces en las manos y con cirios y velas y flores, para ponerlas a los pies de la imagen, lujosamente engalanada y colocada sobre un pedestal en un extremo de la plaza pública y al aire libre.

Tampoco pudo hacerse con orden el desfile que por ante la Virgen y con la plaza completamente despejada, habrían de realizar los niños y niñas de las escuelas depositando su óbolo pecuniario en las bandejas, al igual que las otras jóvenes y mujeres casadas, y varios también hombres graves. Todo hubo de hacerse atropelladamente porque el aguacero fue terrible en aquel momento, obligando a trasladar a la imagen bajo unos soportales, y sin embargo los oferentes no cesaron, formando un cuadro hermoso multitud de madres que con sus niños en brazos, resguardados a medias por paraguas que se chocaban los unos con los otros y revolviéndose todas en confuso montón, acudían a ofrendárselos a la Virgen, y a que ellos mismos con sus tiernas manecitas echasen en la bandeja el centimillo o la peseta, al tiempo que imprimiesen un beso en la estola del celebrante o en la cruz. ¿Lo harían quizá por seguir la rutina? Pero en todo caso bendita ella, si así es, porque mejor educan estas costumbres y sencilleces de los tiempos antiguos, que no estos de ahora de los que llaman superhombres como unos cuantos que pasan ahora, mientras escribo frente a mi ventana, entonando cantares en loor del infortunado sectario Ferrer. No. Las gentes estas son buenas al donar a la Virgen, para su culto trigo del mejor, la sandía, las palomas , las velas o bujías; y en otros tiempos que yo recuerdo los pollos y gallinas, los ramos de manzanas, los ajos y cebollas y hasta las calabazas. Oro es lo que oro vale, y más que todos los donativos, el oro del corazón.

El sermón de la mañana estuvo a cargo de un amigo mío, lo cual me veda hacer su panegírico, aunque no de decir que es un sacerdote ilustradísimo, licenciado en Ciencias Históricas y maestro de primera enseñanza superior, representante en Madrid, donde reside, del celebérrimo D. Andrés Manjón, en cuyas escuelas de Granada hizo esta última carrera, siendo además capellán de las Esclavas y profesor y confesor de sus educandos, así como también propagandista entusiasta y obrero incansable de todo lo que huela en la corte a obras benéficas y de acción social y caridad, como asilo de golfos, comedores de pobres vergonzantes, de madres lactantes y los invernales de caridad, centros católico agrarios, de defensa social, etcétera.

Aquí, como orador, hubo de hablar de la Religión y de su enlace con la historia de todos los tiempos y todos los pueblos, particularizando después, como buen patriota, en lo que respecta a la España del tiempo de la morisma, con los hechos gloriosos realizados por la fe y el amor a la Virgen desde Covadonga hasta Granada, así como más tarde doblegó también a los turcos, bajo el mando del español Don Juan de Austria, en la famosa epopeya de Lepanto.

Como cristianos y españoles gustó la oración sagrada; pero otra cosa se pedía además por cierto sector de la opinión, que era el Sindicato agrícola y éste se atrevió a suplicar que demorase un día su regreso a Madrid el orador para hablarles algo, a lo que éste cedió gustoso. La conferencia o conversación amistosa como él la llamó, se celebró ante un público numerosísimo en la casa Ayuntamiento, y tuvo por tema principal La unión agraria en todo y para todo, siempre que llevase por norte la busca del bienestar por medios lícitos y en los qué no cupiere la menor sombra de irreligión ni de inmoralidad. Procuró deshacer el equívoco de que los labradores ricos pueden contraer grandes responsabilidades pecuniarias al ingresar en estos sindicatos en unión con los pobres, y lo demostró, no sólo con razonamientos, sino con ejemplos. Animó a todos para que se asociasen, no ya sólo en la compra de abonos y de hierro, sino para proveerse de aceite, de jabón, de sal, pimiento, etc., como ya lo hicieron, con ventaja algún año, y para la venta de sus productos, como granos y paja.

Les estimuló a que fomentaran el ahorro individual, distinguiéndole en todo caso de la avaricia y la miseria, y les habló de laboriosidad, honradez, ansias de cultura, de los fines que persigue la Confederación Nacional Católico Agraria, del modo de financiar la institución creada este mismo año con el nombre de Banco Rural, etc. etc.

Si silencio grande hubo durante el sermón predicado en la parroquia por no perder ripio de las cosas bonitas e instructivas que decía no menos lo hubo también durante esta conferencia, en la que el oído y el ojo avizor de los oyentes veían retratadas normas de conducta para solucionar bajo el punto de vista material, los azares de la vida actual , que se ha hecho ya tan difícil como peligrosa. Todos se hacían eco de cuanto habían oído y aprendido, y quiera Dios que no se les olvide.

Y con esto doy por terminadas las fiestas de la Ofrenda del presente año, porque yo no puedo ni debo hablar de las profanas, como bailes y convites, y músicas y luminarias que también hubo, si de las distinguidos forasteros que por afectos de familia o por amistad con los mayordomos vinieron a honrar al pueblo. Diré sólo los nombres del orador don Tomás Minuesa y los de los mayordomos, a quienes no había nombrado hasta ahora. Don José García Torres, labrador de aquí con su esposa Doña Antonia Castro y D Fernando Durán, farmacéutico de Cilleros, con su esposa, la maestra que fue de esta escuela del Ave María doña Margarita Pérez.

A todos mi enhorabuena.

El corresponsal

 

19 de octubre de 2012

La "Ofrenda" (1908)

En febrero de 1908, el ministro La Cierva dictó la famosa real orden a la que aludíamos con aterioridad y en la que se prohibía correr toros ensogados y en libertad por las calles y plazas de las poblaciones. Sólo se permitían en aquellas localidades en las que hubiese una plaza de toros o en aquellas donde se habilitasen una serie de dependencias que fuesen acreditadas mediante los correspondientes reconocimientos periciales. Además había que dejar constancia previamente del número de reses a torear y de las personas que se iban a encargar de la lidia, sin que se permitiese intervenir a ninguna otra. Fue, como se ve, un primer intento de regular este tipo de festejos populares, y que se tradujo en la desaparición, ese año, de muchas corridas populares. Por ejemplo, las de la "Ofrenda" de la Virgen del Rosario de Villavieja. Aquí tenéis la crónica publicada en “El Adelanto” el 17 de octubre de 1908.

Gracias á la campaña moralizadora del ínclito La Cierva, á quien, pese á todas las criticas, no se puede negar que está realizando valientemente una obra buena, hemos pasado las fiestas de la Ofrenda en medio de la mayor tranquilidad. La supresión de la corrida de novillos tradicional, trajo el desaliento, y ni funciones teatrales, ni bailes, casi hubo. Quedó probado que las fiestas sin cuernos por aquí, apenas son fiestas, y que ellos, los cuernos, son el espectáculo más agradable y el de atracción mayor. Verdad es que aquí, donde hay de sobra novillos y novilleros, donde muchas veces han bastado seis ú ocho horas á personas de buen humor para organizar una corrida y traerla, aquí, sin embargo, no ha producido desilusión ni disgusto grande la supresión de la de ahora. Recuerdan los labradores que en el año pasado quitó la corrida de la Ofrenda unos centenares de fanegas que sembrar en buena sazón, las cuales después no se sembraron ó se sembraron en condiciones pésimas, y este recuerdo les sirve de lección. Por frivolidades ó cosas fútiles, dejar lo que importa, no es buen proceder, y además, se van convenciendo estos ganaderos de que las corridas son fiestas bárbaras que tienen que desaparecer. Solo que se duelen de que no se respeten los intereses que á la sombra de ellas se habían creado y, en cambio, se favorezca a los dueños de toros de cartel. Y en esto tienen razón. Si es que los Miuras, Veraguas, Aleas, etc., han de gozar del privilegio de vender sus toros á peso de oro para las plazas, que no se quite á éstos el de vender novillos á peso de plata. Lo menos que pueden pedir es la equidad, y si éstos pierden 100 pesetas en cada novillo, que pierdan aquéllos 1.000 y destinen sus reses, como éstos en el año presente, al matadero o a uncirlas en carretas. Porque aquí no se cree que la supresión de las novilladas de pueblo obedezca sólo á fines de cultura y de crear costumbres buenas. Si fuera por esto, ningunas mejor suprimidas que las corridas de ciudad. Al cabo es en éstas en las que se ven actos más bárbaros que en las simples capeas, y actos que son presenciados, por lo común, por las gentes cultas, por la aristocracia del saber y del dinero, por las clases directoras del pueblo, á las que por bien de éste y por su propio prestigio, convendría rehusarles motivos de incultura. Los de los pueblos, incultos somos ya y seguiremos siéndolo con ó sin capeas, sino viene de otro lado el remedio. Escuelas de verdad, maestros de veras..., pero en todo caso, bueno es pan y tortas. Atrévase, señor Ministro, á fijar en la Gaceta el siguiente bando: En ciudades, en pueblos y en aldeas se prohiben corridas y capeas