Mostrando entradas con la etiqueta Fray Diego Tadeo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fray Diego Tadeo. Mostrar todas las entradas

6 de marzo de 2014

Una poesía de Fray Diego

Hace un par de días hablábamos en estas páginas de fray Diego Tadeo González (Delio). La verdad es que personalmente no me gusta este tipo de poesía. Me refiero no solo a la de este ilustre mirobrigense, sino también a la de sus coetáneos. No obstante vamos a colocar aquí una pequeña muestra de ella.
Ilustración publicada en 1817
en las obras de Fray Diego

A UNA SEÑORA QUE SE QUEJABA
DE QUE HUBIESE TRATADO A OTRA ANTES
QUE A ELLA


Si un Caminante penara
de sed, y junto al camino,
por acaso peregrino,
una fuentecilla hallara,
y no siendo la mas clara
el agua, bebiera aquí,
aunque no lejos de allí
otra mejor agua hubiera,
estrañaras que bebiera?
Pues esto me pasa a mí.

Si un infeliz naufragara,
ya una tabla que encontrase
gustoso la mano echase,
y así la vida salvara;
hubiera quien lo extrañara,
ni juzgara frenesí
porque tal vez por allí
pasar un barco pudiera,
que al puerto le condujera?
Pues esto me pasa a mí.

Yo soy aquel Caminante
a quien la sed desalienta
y en amorosa tormenta
soy infeliz naufragante.
Ya os he dicho lo bastante
en comparaciones dos.
Hablad , Señora , por Dios,
que ese silencio me abrasa.
Esto es lo que a mí me pasa.
Decid lo que os pasa a vos.


4 de marzo de 2014

Fray Diego Tadeo González

La mayor parte de la gente conoce a este poeta del XVIII por el nombre de uno de los Institutos de Enseñanza de Secundaria de Ciudad Rodrigo. Y es que efectivamente, Fray Diego era natural de esta ciudad y como tal, hace 100 años el semanario "A.C." le dedicó una reseña en su sección titulada "Guía de mirobrigenses ilustres". Lo que sigue es lo que publicó dicho semanario que estaba sacado del prólogo de una edición de sus obras.

El maestro Fray Diego Tadeo González, tuvo por patria a Ciudad Rodrigo y por padres a don Diego Antonio González y a doña Tomasa de Avila García y Varela, de ilustre linaje y acrisoladas virtudes. Desde muy corta edad gustó el maestro González las mieles del amor y el encanto de los poetas clásicos. A los 18 años tomó el hábito de San Agustín y profesó, en el convento de San Felipe el Real, de Madrid, el 25 de Octubre de 1751. 
Hizo sus estudios con gran esmero, pero dedicando principal afición a la Poesía y encariñándose, particularmente con Horacio y Fray Luis de León, sus padres espirituales. Fué honorable escolástico, aunque aborrecía el ergotismo de la época. Era buen orador, y en Salamanca, predicando un sermón del Santísimo Sacramento, arrebató de tal modo al auditorio, que uno de los oyentes prorrumpió en aquella oda que empieza: Tal de la boca de oro, etc, una de las mejores del maestro. Fue de condición pacífica, amable y transigente, y cariñoso, prudente y justo con todos.
Desempeñó los cargos de Secretario de la Visita de Andalucía, Prior de los Conventos de Salamanca, Pamplona y Madrid, Secretario provincial de Castilla y Rector del Colegio de doña María de Aragón. El maestro González, no era de aquellos espíritus melancólicos que desconocen lo amable de la Virtud y las maravillas del Creador, con tal que se halle empleado en el sexo femenil, y así, amó cuanto creyó amable y bueno. Dos nombres de mujer figuran principalmente en sus versos: Melisa y Mirta, señoras que en 1817 aún vivían en Cádiz y Sevilla. Tenía una extraordinaria desconfianza de sí mismo, en medio de los aplausos que se le tributaban. Por esta razón, era reservado en el hablar, pero, cuando lo hacía sazonaba su charla de una sal ática que en todos ponía admiración.
Sus poesías revelan un genio dulcísimo, un alma penetrada del amor, un talento claro, despejado y decidido, un lenguaje puro y castizo, una versificación dulce y armoniosa. Recibió los Santos Sacramentos y descansó en el Señor el día 10 de Septiembre de 1794 dejando a sus amigos llenos de dolor, y a todos grandes ejemplos de conformidad, fervor y magnanimidad.
Sus poesías mas celebradas son: «El llanto de Delio y Profecía del Manzanares», su oda «A las Bellas Artes», la invectiva contra «El murciélago alevoso», el poema, sin terminar, «Las edades», y multitud de Canciones, Sonetos, Eglogas, Epístolas, y traduciones de Psalmos.

(Notas sacadas del prólogo a sus obras en la edición de 
Ildefonso Mompié. Valencis, 1817.)