1 de marzo de 2006

Pregón de Fiestas 2005

ÁNGEL MONTERO CALZADA
20 de Agosto de 2005

Sr. Alcalde y demás miembros de la corporación municipal.
Queridos amigos: muy buenas noches.

Aprovechando, precisamente, que estoy entre amigos, os voy a hacer dos confesiones: una primera de tipo jocoso; cuando se me cursó la invitación del Ayuntamiento para ser el pregonero de las fiestas, inmediatamente me vino a la memoria, y pensé hacer lo mismo que aquellos de la historia que me contó varias veces nuestro querido amigo Nazario cuando se anunció en el pueblo de Pozos que unos de Villavieja iban a representar una obra de teatro; llegado el día, presentes los vecinos en el local a donde habían acudido, como era costumbre, cada uno con su silla, aparece en el improvisado escenario el narrador que dice: Que salga Juan. Y sale Juan. Y también Sebastián. Y sale Sebastián, quien dice: ya estoy salido. Y el narrador apostilla: Señoras y señores, la función ha concluido. (Ni que decir tiene que tuvieron que salir huyendo en sus bicicletas si no querían ser linchados en el acto). Seguro que habría pasado al libro Guinness como el pregón más corto, cumpliendo así uno de los requisitos que Tierno Galván exigía de los pregones al decir que debían ser como las minifaldas, cortos y que enseñen mucho.

Segunda confesión, y esta sí va en serio: por mi profesión, he tenido que intervenir, como es lógico, infinidad de veces en público, ya sea formando parte de Tribunales como Juez o como Fiscal, incluso como Abogado en la Jurisdicción Ordinaria; en varias rondas de negociación con los Estados Unidos tanto en Madrid como en Washington; en infinidad de conferencias que he tenido que impartir en múltiples cursos. Pues bien, creo que esta es la misión más agradable, pero al mismo tiempo más compleja que me han encomendado, pues relatar emociones ligadas a las raíces individuales no deja de ser labor complicada, máxime en momentos como el actual, cuando todos rastreamos referencias a las que aferrarnos, ya que el hombre sólo se completa cuando reencuentra y reconoce su memoria, y porque a hablar con el corazón, no se aprende en los libros. Pero en fin, trataré de lidiar este toro lo mejor posible, advirtiendo de antemano que no soy un gran orador ni un poeta, pero sí un hijo de esta noble Villa que lleva a su pueblo en lo más profundo del corazón.

Siempre he estado convencido de que una de las principales virtudes que pueden adornar al ser humano, es el ser agradecido: “de bien nacido, es ser agradecido” reza el sabio dicho popular. Y en este capítulo de agradecimientos me vais a permitir que mi primer recuerdo sea para mis padres, uno de ellos ya no está con nosotros, pero seguro que me estará escuchando; gracias Felipe Ferreira como te llamaban en tu pueblo, gracias madre; para mis hermanos, y, cómo no, para mi mujer y mis cuatro hijos que cada día me soportan y dan más sentido a mi vida. Y en esta vida las cosas no funcionan solas, por tanto es evidente que Villavieja sigue en marcha gracias a la labor, generalmente desinteresada, y muchas veces incomprendida, criticada, y hasta vilipendiada, de aquellas personas que, ya sea desde las instituciones como el Ayuntamiento, el Patronato de la Residencia de Mayores o desde grupos de actividades diversas como el Coro Parroquial, bailes típicos, trabajos manuales, el mantenimiento de una página Web, -por cierto Manolo, no tires la toalla, te necesitamos-, la puesta en funcionamiento de la televisión local, el proyecto de creación de un museo, donaciones, la aportación altruista de su trabajo para la realización de obras públicas, que, de no haber sido de aquella forma, quizás nunca se hubieran llevado a cabo, etc., han dado y dan lo mejor de sí mismos en favor de su pueblo a cambio, demasiadas veces, de disgustos y sinsabores. Estas personas se podrán equivocar, y quién no, pero estoy seguro de que siempre intentan hacer las cosas lo mejor posible. Vaya mi reconocimiento y gratitud para todos ellos. Como muchos sabéis, yo nací, me crié y vivo en la calle Peligrosa; qué seranos –los define el Diccionario de la Real Academia como “tertulias nocturnas que se tienen en los pueblos”- tan fantásticos en el cruce con la calle Fuente Abajo donde casi todas las noches del verano había sesiones gratuitas de humor, aderezadas con el “quesito de Bermellar” y “el cordero de la cabeza ladeá” que siempre ofrecían el Sr. Sergio y Felipe Ferreira, pero que nunca llegamos a probar. Pues bien, entre todos los vecinos a los que recuerdo con verdadero afecto, destacan en mi vida personal y familiar, la señora Felipa, el señor Amador, Carmen, y Pablo que en paz descanse; Carmen, muchísimas gracias por todo. No puedo menos de mencionar también, aunque sea muy brevemente a Don Tomás Rodríguez; él me enseñó el que después sería mi camino profesional; a mí me tocaba recorrerlo y llegar a la meta, cosa que conseguí gracias a la ayuda de la Virgen de Caballeros y a la de la Peña de Francia; y a Don José Puente; Pepe muchas gracias por tus consejos. Gracias al Sr. Alcalde y demás miembros de la Corporación Municipal por haberme dado esta oportunidad de charlar un rato en público con vosotros; ello me ha permitido, mientras redactaba estas líneas, rememorar cosas que ya tenía casi olvidadas y volver con mi mente a lugares y situaciones en los que tanto disfruté. Y, finalmente, gracias Villavieja el pueblo que con sus gentes, su Iglesia, calles, plazas, escuelas, “el paso”, ermita, prados, eras, tenerías, río, toros, peñas, etc. forjó mi personalidad.

Les decía a mis quintos el día que celebramos los 25 años: debemos juramentarnos para que no haya un solo quinto que, necesitando ayuda, no se la prestemos. Me atrevo a pediros, porque sé que estoy hablando con mis paisanos que son gente de bien, que no haya un solo villaviejense, donde quiera que se encuentre que, necesitando ayuda, no se la prestemos, porque si al comienzo decía que una de las principales virtudes que pueden adornar al ser humano es el ser agradecido, otra de ellas, es la solidaridad.

Y hablando de solidaridad, en mi retina han quedado grabados para siempre los incendios que, con relativa frecuencia, se producían en nuestro pueblo, muchas veces ocasionados por aquellos trenes de carbón y también de gasóleo; y de ellos, sobre todo me impresionó cómo se ponía el pueblo en marcha para auxiliar en su extinción, fuese de quien fuese la finca en la que se había originado, fuera su dueño pobre o rico, estuviera cerca o lejos, cada uno colaborando dentro de sus posibilidades; unos trasportando al personal, otras llevando agua; unos en primera línea del fuego, otros con el destral cortando ramas de los árboles con que atacarlo. Es en esas ocasiones cuando se manifiesta la forma de ser de un pueblo, y al mismo tiempo son vivencias y aprendizajes inolvidables, que contribuyen a sentar las bases de la personalidad y a la larga son mucho más importantes que unos puntos de partida meramente librescos o académicos.

Aunque puedo decir que a lo largo de mi vida nunca escurrí el bulto cuando algún paisano requirió mi ayuda, e hice siempre lo que estaba en mis manos para poder satisfacerle, y muchos de vosotros sabéis de qué estoy hablando, tengo la sensación de que Villavieja me ha dado a mí más de lo que yo le he dado, y, por ello, me siento deudor. Qué alegría cuando la secretaria me anunciaba: le llama una persona que pregunta por Ángel Ferreira y yo le he dicho que aquí no hay ningún Ángel Ferreira, pero como quiera que me insiste, le he dicho que aquí está Don Ángel Montero y me ha contestado pues ese es, me pase con él ¿le paso? Mi contestación: “páseme inmediatamente y para lo sucesivo sepa que cuando alguien llame preguntando por Ángel Ferreira, tiene que tratarse sin duda de una persona de mi pueblo, Villavieja de Yeltes, cuya llamada tiene prioridad”. Es cierto que incluso ha habido alguno, verdad Fernando Martín que en paz descanses, que se permitió el lujo de, en alguna ocasión en que la secretaria le comentó que en ese momento no me encontraba en el despacho, éste le respondió: pues dígale que como no esté en el despacho la próxima vez que le llame, le voy a quitar la productividad; os podéis imaginar qué cara se le quedaba a la secretaria, pero los de Villavieja somos así: espontáneos, desenfadados, alegres, picantes, incisivos, responsables, solidarios.

Cuántas veces habréis oído decir, igual que yo, que los salmantinos en general, y los de Villavieja en particular, estamos por todas partes, que parecemos una mafia porque nos buscamos y nos apoyamos; bendito sea si lo que se está queriendo decir es que somos solidarios; es para sentirnos orgullosos de ello.

Uno de los rasgos de nuestro pueblo, que no podemos perder, es un sentir de hermandad en gran medida derivado de una estructura social en la que cobran relevancia los lazos familiares, más o menos lejanos, más o menos difusos, sutilmente extendidos hacia quien, siendo foráneo, rinde periódica visita. También en la que biografías a veces muy duras –el desgarro de la emigración- traslucen, por encima de otros aspectos, coronación de retos personales y afán de mejora, sin resquicio para la mirada airada o el fácil reproche hacia el pasado, lo que no deja de ser actitud propia de gentes nobles y fuertes.

Aquí estamos acostumbrados a relatos sobre trabajos y avatares en países lejanos, por suerte culminados casi siempre con el éxito, aunque a veces con el infortunio, pero todos auténticos cantares de gesta, protagonizados por personas que jamás presumen de nada, que nunca saldrán en los libros de historia con su nombre y apellidos, pero que son, sin alardes y silenciosamente, el alma de la intrahistoria de un país.

Cuántos recuerdos se agolpan en este momento en mi memoria, como las bromas que nos gastaban en la tenería Honorio, Jesús, José Luis, José Manuel, Remi y Cesáreo cuando nos mandaban a casa de la señora Cándida porque decían que necesitaba niños para ayudarle a enderezar una partida de bizcochos que le habían salido torcidos, o que le lleváramos unas rebanadas de pan para untarlas de miel, miel que no era otra cosa que la grasa que empleaban en el curtido de las pieles; los canineros recogiendo por las calles los excrementos de los perros; la vida en las tenerías, en las zapaterías, en las carpinterías, en las canteras, en los bares; los hornazos y los dulces por pascua en la dehesa; los lagartos; los jueves merenderos. Representaciones teatrales cuyo escenario era el suelo, eso sí, previamente barrido el círculo sobre el que iban a tener lugar, y señalizado con unas piedras alrededor, dentro del cual solo podían permanecer los actores.

El cambio trascendental que se producía en el momento en que abandonábamos la escuela de párvulos de la plazuela, para pasar a las escuelas del juego de pelota; eso significaba que ya nos estábamos haciendo mayores, pero tenía el inconveniente de que estaban más lejos y en invierno hacía mucho frío que combatíamos con aquellas originales estufas consistentes en latas de sardinas o de atún de kilo llenas de cisco, a las que se le ponía un asa de alambre y en la tapa unos palos de madera para poner los pies encima y así evitar quemar los zapatos, cosa que no siempre se conseguía, pues era frecuente el olor a goma quemada.

Recuerdo imborrable de las matanzas, otro ejemplo de solidaridad; cómo se ayudan unos a otros, cómo se comparten la comida y la bebida, el gozo y el dolor, el trabajo y la diversión. ¡Y las hogueras! Cómo las preparábamos con antelación y, generalmente, con algún que otro disgusto ya que era frecuente que empleáramos para ello las “pellás” que ardían con gran facilidad y originaban un fuego especialmente provocador, pero claro, la huella que dejaban por donde se iban arrastrando era casi imborrable en aquellas calles de tierra, lo que hacía que el dueño del prado de donde las cogíamos, lo tuviera fácil para llegar hasta el lugar y descubrir al o los culpables. (Como la palabra “pellá” no figura en el diccionario de la Real Academia, y, por tanto, habrá personas que no sepan de qué se trata, hay que decir que aquí se conoce como tal a las zarzas que, una vez cortadas, se colocan encima de las paredes de los prados o tapando portillos y así evitar que entre ganado de fuera o salga el que está dentro). Solía ocurrir que, además de quitar la zarza, tirábamos piedras de la pared, con lo que el perjuicio era doble, de ahí a veces la lógica reacción airada de sus propietarios.

Cuántos juegos, que algunos de los que me han precedido en esta tribuna en años anteriores han enumerado con detalle, y que, sin haber norma escrita que lo regulara, tenían, cada uno de ellos, una época del año concreta para su práctica que se respetaba escrupulosamente. No teníamos ordenadores ni videoconsolas para entretenernos, ni los necesitábamos; lo que nos faltaba, generalmente, era tiempo para seguir jugando.

Los nidos: qué facilidad tenían algunos para encontrarlos, y cuántas veces se utilizaban como moneda de cambio; si me das tal cosa o me haces tal favor, te enseño un nido: ni que decir tiene que no valía lo mismo un nido de “pardal” que uno, por ejemplo, de tórtola. Seguramente de haber existido el Seprona, las Sociedades protectoras de animales, etc., nos habrían perseguido y sancionado, pero lo cierto es que entonces el campo estaba lleno de animales.

Qué inviernos tan fríos y qué veranos tan calurosos; cuántas veces patinábamos en las charcas y el río se cubría de hielo de orilla a orilla; ¡y los sabañones! Todavía sentimos los picos característicos en el cartílago cuando nos tocamos las orejas.

Y entre todos los recuerdos, aún resuenan en mi cabeza aquellas palabras que solían decirnos nuestros padres cuando salíamos de casa para estudiar, hacer el servicio militar, trabajar, etc. “que nadie tenga que decir nada de ti”, palabras que, transcurridos los años, he asociado a aquella máxima que recoge Richard Bach en su libro Ilusiones: “vive de manera tal que nunca te avergüences si se divulga por todo el mundo lo que haces o dices…aunque lo que se divulgue no sea cierto”

Seguro que en la vida de todos nosotros existen hitos, es decir, hechos importantes que constituyen un punto de referencia en nuestras historias personales o colectivas, como pueden ser la primera comunión, el primer amor, el primer trabajo, el primer título académico, el matrimonio, el nacimiento de los hijos, etc. Pues bien, creo poder afirmar sin miedo a equivocarme, que uno de esos hitos tanto a nivel individual como colectivo, ha sido la “entrada en quinta” y, como corolario, las fiestas de quintos; -de hecho, una prueba evidente de lo que afirmo, es la proliferación en los últimos años, de las celebraciones, cada vez más frecuentes, de los aniversarios que recuerdan dicho evento. Son hechos que han dejado en nuestras retinas y en nuestros oídos un recuerdo imborrable, gracias también, de justicia es reconocerlo, a la colaboración inestimable y desinteresada de nuestro querido Juan Ignacio.

Y en este sentido, no puedo menos de decir que el año 1949 fue un año muy importante; si habláramos de vinos, podríamos decir que la de aquel año fue una cosecha “excelente”, porque nacieron los “Quintos del siete y el cero”. Cómo cantábamos aquellos días de Diciembre de 1969, unos mejor que otros, como es lógico:

Vivan los quintos del setenta

Vivan los quintos de gran fortuna

Vivan los quintos que harán la mili

Si no es en Marte será en la Luna

Los que no suban se quedarán

Bajo las nubes en El Ferral

Y qué bien sigue sonando ahora 35 años después ¿sabéis porqué? Porque nos trasporta a un momento trascendental y feliz de nuestras vidas. Por cierto Maria Rita, a ver cuando preparamos la próxima.

¡Cuántas peñas proliferaron en los años 80! Si hemos de ser justos, hay que decir que entre todas destacaba una: “Los Colegas” ¿verdad que sí Jarito?; vaya trajes elegantes con los bordados que hizo Carloti en las camisas; no obstante, hablando de peñas es forzoso citar, porque lo cortés no quita lo valiente, a la, probablemente, más antigua en activo: “El chiringuito” con su canción:

“Chiringuito, Chiringuito, gritan por todos los lados,

si por algo los conocen, es su afición al Perlado”.

Cuántos cántaros habrán caído

¡Y qué decir de las juergas que se preparaban en ferias! ¿Recordáis Justi y Paco Mateos el año del coche Ford de Campal y la calesa de Juanito “Teclo”? Existen fotos muy elocuentes de tales acontecimientos a pesar de que entonces no existían las máquinas fotográficas digitales.

Kosovo, otro hito importante en mi vida; quién me iba a decir a mí que allí iba a coincidir con un paisano; Ángel Luis Holgado Velasco: ¿recuerdas aquel día del mes de Febrero de 2001 cuando fui a visitarte al destacamento italiano de Dakovika, donde tú estabas destinado, y encima de un bidón en la calle, dimos buena cuenta del embutido que habías llevado desde Villavieja?; qué ilusión nos hacían aquellos correos electrónicos que recibíamos de algunos de vosotros como Manolo, María José, Ana, y sobre todo, aquel poste con direcciones de poblaciones que colocamos a la salida del destacamento de Istok donde yo me encontraba, y en el que, en lo más alto, la primera de ellas rezaba así: Villavieja de Yeltes, Salamanca, 2.900 Kilómetros; esa era la distancia que nos separaba de nuestro pueblo; qué lejos estábamos, pero al mismo tiempo qué orgullosos nos sentíamos de él.



En fin, vayamos a la cuestión que nos ocupa, Nuestras Fiestas, pues, aún siendo pretexto de encuentro, también integran una llamada a que la generosidad, la hospitalidad y el espíritu comunitario continúen alentando a nuestra gente, resida donde resida, sea cual fuere su condición o circunstancia. Que este acontecimiento ayude a limar asperezas, a que toda lid entre nosotros, de cualquier naturaleza, quede, como mucho, en confrontación entre adversarios, nunca entre enemigos.

No olvidemos nunca las raíces, si bien, como nos han transmitido nuestros mayores, con su palabra o con su ejemplo, éstas nunca han de ser germen de desunión, insolidaridad o cerrazón, sino, por el contrario, fundamento de una visión del mundo abierta a los demás, recordatorio de donde venimos, pero también acicate para afrontar los retos del futuro, pues como decía Neruda, “no es hacia abajo ni hacia atrás la vida”.

Permitidme que ya casi al final de mi intervención, mande un cariñoso saludo, a través de su Alcalde aquí presente, para ese querido y hermano pueblo de Villares de Yeltes en donde tengo ancladas también mis raíces, y sobre todo porque considero que estas son un poco también sus fiestas, como las suyas las hemos considerado siempre un poco nuestras.

Creo que este pregón, al menos para mí, quedaría incompleto, si no hiciera una referencia a nuestra querida patrona la Virgen de Caballeros; en definitiva las fiestas que con él se pretenden anunciar, se celebran en su honor. Qué estampa tan maravillosa esa que veremos otra vez la noche del día 27, y que por muchos años que llevamos viéndola, no nos cansamos de ella; la imagen de la Virgen entrando en la plaza y recibida con una cerrada ovación por personas creyentes y no creyentes que vemos en ella a la madre cuya protección pretendemos recibir, pues como reza la canción, “desde que nací la Virgen de Caballeros está velando por mí”. Pues que ella nos ayude a pasar unas fiestas, como decís los jóvenes “mazo divertidas”, lo que no es incompatible con la educación y el respeto a los demás, porque tened presente que el derecho de uno termina donde comienza el derecho del otro.

Y sin más, esperando no haberos aburrido demasiado, pidiendo disculpas por las imprecisiones y omisiones que pueda haber cometido, dándoos muy sinceramente las gracias por vuestra presencia y vuestra atención, y puesto que Sebastián ya está salido, señoras y señores este pregón ha concluido.

¡VIVAN LAS FIESTAS DE VILLAVIEJA!
¡VIVA VILLAVIEJA!

Ángel Montero
Agosto de 2005