21 de Agosto de 2004
Sr. Alcalde, Sres. Concejales, Sres Sacerdotes, Sres y Sras, Jóvenes, Queridos paisanos. En primer lugar debo profunda gratitud al consistorio municipal por la deferencia que habéis tenido con nosotros al llamarnos para lo que voy a decir hoy.
Mi querido pueblo de Villavieja. Es para mi un gran gozo pronunciar el pregón de estas fiestas del año 2004 y ante todo un gran honor que se hayan acordado de nosotros, porque si un hombre es de donde es su infancia, nuestra infancia esta ligada a Villavieja en los momentos mas deliciosos del ocio colegial, en las Vacaciones, cuando nuestros padres venían con ansia a buscar sus raices, en las Nochebuenas, las matanzas y en los cálidos veranos.
Aquí hemos disfrutado de los juguetes mas preciosos que puede tener un niño, pues, ¿hay alguno mejor que un trillo guiado por unos dóciles animales, inundado del sol de la mañana que se estrella contra la dorada parva?, ¿o arrastrarse cogido a él, en un azul atardecer, preludio de una noche con tantas estrellas en el cielo como no he conseguido ver en ninguna otra parte?
Recordamos los bogayos para jugar, las moras, la “candonga”, el “ya vienen, ya vienen” por la entanilla los toritos del encierro y sobre todo la Sta. Virgen de Caballeros y los días aun mas especiales, cuando en un carro se echaban unas mantas y las viandas para pasar un precioso día de campo en la “Pernalona”.
Aquí también, circunstancialmente, aprendimos el sufrimiento, cuando un carro enorme se me cayó encima de la pierna, rompiéndomela por la cadera, periodo de reflexión para un niño que entraba en la adolescencia y que quizás influyó en nuestra vocación médica. Recordamos los veranos con las piernas llenas de cicatrices y de heridas, de no bajar de la bicicleta (era una gozada tener tantas en casa pues no en vano el tío Santos, que era un artistazo, las reparaba). La seriedad de D. Ramón, párroco de este pueblo durante tantos años, que vivía cerca de nuestra casa y nos aconsejaba prudencia desde su seriedad, y del que posteriormente seríamos muy amigos a pesar de la edad que nos separaba.
Recordamos también con nostalgia a nuestros primos y en especial a Andresito, hijo de Andrés Merchán, que con su boina jugaba a ser mayor pero que solo era un niño que desde pequeño ayudaba a su padre en las labores del campo.
Sabemos que nuestra familia era conocida como los “Zamoranos” y es probable que descendieran de Zamora y aquí vinieron a parar por matrimonio o para buscar mejor la vida y nos sentimos por ello muy orgullosos, que nuestra familia faenaba su industria de tejas y ladrillos, en las horas de calor y en el frescor de la tarde –tarea pesada y paciente- que solo suavizaban el amor y el humor, y que el abuelo solo con mirar a uno de sus siete hijos era comprendido y escuchado, lo mismo que cuando eran unos niños y el cabeza de familia partía el pan como si fuera un rito.
Conocemos la avanzada mente de nuestros abuelos de la que nuestros padres aprendieron el respeto que luego nos transmitirían y con el que hemos caminado por la vida para llegar a hacer nuestra misión. Ese respeto al que hoy no se le concede la importancia que tiene y que de su ausencia conoceremos sus consecuencias.
También sabemos el avance, la apertura y generosidad de nuestros antepasados, que les llevaron a adquirir una fina en Babilafuente con un tejar y que estaba a 120 km de Villavieja para que uno de sus hijos pudiera curarse de una enfermedad renal que padecía, bebiendo del agua del manantial de ese pueblo que era buena para esas dolencias y de esta forma se extendió esta familia por la tierras de San Morales y Huerta, cerca de Salamanca.
Recordamos como niños los paseos por las tenerías, industria que fue de este pueblo, y si una infancia está también hecha de amor y de aromas, guarda nuestra memoria el fuerte olor del curtido y de sus productos y el misterio que nos producía las puertas desde las que se entraba a la oscuridad.
Si como decía O. Wilde, al hombre haga lo que haga, se le recordará por una anécdota, fueron estas circunstancias como otras que recuerdo con ternura y cariño, como eran las noches al fresco rodeados de nuestros padres, familiares y ancianos con la mirada atenta sobre nosotros, porque aun sin haber estudiado sabían, que cada niño llevaba dentro un tesoro al que cubrían con su dulzura, dando su amor desinteresado en los hermosos días de feria, como hoy en el que éramos tan felices con una trompeta y unos cascabeles.
Señoras, señores, amamos a este pueblo, que es el de nuestros antepasados, porque ellos nos enseñaron a amarlo hasta el punto de formar siempre parte de él. Amamos a este pueblo que nos dio su alegría y su luz, sus juegos y su amistad.
Amamos a este pueblo porque, como hemos dicho, forma parte de nuestra infancia y parte importante del hombre que somos hoy. Porque cuando escuchamos su nombre recordamos lo que mas queremos, lo que mas hemos querido y el orden y la laboriosidad de sus gentes.
Amamos a este pueblo de Villavieja con sus calles, sus casas, su dehesa, su río. Tenemos presente su hermoso lema “Laboriositas et justicia”, Trabajo y Justicia, al que hacen honor sus habitantes, considerando cuantos sueños salieron de aquí y van dejando una estela de hombres de bien, en el lugar en el que la vida les situó.
Amamos a este pueblo, al fin, porque él nos amó y lo haremos durante toda la vida, porque aquí yacen todos los que nos amaron en un lugar tan pequeño y bonito que parece un pañuelo de flores y de colores, y en especial yace la persona, que junto con mi padre más influyó en mi, mi madre, la que aun después de muchos años de habernos dejado, sigo sus enseñanzas. Modelo de generosidad con mi padre, muchos años enfermo, con nosotros, sus hijos, Manolo y María, sus nietos y con sus sobrinos, en especial Paz, Manoli y Pauli, en los cuales dejó una huella indeleble, como también la dejó en mi esposa, que a través de ella y siendo de Asturias se hizo también castellana. Mujer de horizonte infinito tenía una mentalidad tan avanzada que siempre estaba al día hasta en el ritmo de baile mas moderno. Ella me decía “hay que ver lo que es la vida, hijo, nosotros hacíamos las tejas y los ladrillos para que tú construyeras y pusieras en funcionamiento hospitales”
El último recuerdo que tenemos de ella es en un balcón de esta plaza invitada por sus amigas, a las cuales les doy las gracias por como la acogían, recibiendo a la Virgen con esa alegría y gravedad que era muy propia de ella.
También conocimos por ella a otras personas que dejaron una impronta en la historia del pueblo y cuyos nombres prefiero omitir para no olvidar alguno. Todos los cuales, con mis tios Teresa, Victor, Zacarías, Manolo, Juan y Paz, festejarán que uno de los suyos dé el pregón de estas fiestas.
Y termino, hoy son las ferias, os invitamos a disfrutarlas con alegría para que sean siempre un hermoso recuerdo y queremos que este pregón lo escuchen todos los que de una u otra forma están con nosotros, a nuestro lado, para los que es este homenaje de amor desde siempre y para siempre.