3 de marzo de 2014

Pregón de Fiestas 2013

Como consecuencia del largo periodo de inactividad de este blog - desde abril del pasado año hasta enero de este- estaba sin publicar -en el blog- el Pregón de Fiestas del año 2013 que corrió a cargo de Eduardo Moro Martín. Vamos a subsanar hoy esa cuestión. Aquí lo tenemos.

Sr. Alcalde, señoras y señores miembros de la Corporación Municipal, querido público: paisanos, allegados, amigos. Mi saludo al alcalde y concejales es también el saludo y la presentación de mis respetos al pueblo de Villavieja del que ellos son legítimos representantes.
Cuando el Alcalde me invitó a ser el pregonero de este año, me quedé un tanto sorprendido pues no veo en mi currículum mérito alguno que me avale. Lógicamente me sentí halagado; pero, como soy más tímido que vanidoso, tuve mis dudas. Sin llegar a despejarlas del todo, acepté, y aquí nos vemos. No estoy acostumbrado a hablar en público en foros tan numerosos. Es mi estreno como pregonero, y lo afronto con el temor propio del debutante, pero con la confianza de ser aceptado por vosotros, a quienes percibo como audiencia expectante, acogedora y benigna. Mi sincero agradecimiento por vuestra adhesión a este acto. Espero que sepáis disculpar a este juglar por encargo, que no de oficio, si mi discurso no os alcanza con la naturalidad y sencillez que pretendo.
Así pues, acepté por deferencia al equipo municipal que confió en mí entre los posibles candidatos. Gracias por esa confianza y por el honor que se me hace con tal propuesta. Pero el motivo definitivo fue considerar que esta es mi aportación a la fiesta y al pueblo, desde el convencimiento profundo de que uno está realmente integrado en un colectivo cuando participa activamente en los proyectos y actividades del mismo. Aprovecho, pues, la oportunidad que se me brinda de contribuir de esta forma a los eventos festivos de este año.
No soy un conferenciante al uso, ni un comunicador profesional. No planteo esta mi intervención pública como tribuna de nada, ni como análisis o estudio de carácter histórico, cultural o sociológico. No es ocasión para reflexiones profundas, sino para la celebración alegre de nuestras fiestas, un año más, como siempre, como nunca, celebración nueva cada año. Este es el sentido que pretendo dar a este pregón a las puertas de las fiestas que se anuncian. Quiero que este sea un acto de afirmación, de exaltación de lo nuestro, de compartir juntos el sentimiento que nos une como miembros de esta comunidad.
Sé que la mayoría de nosotros somos propensos a comentar experiencias de nuestra infancia y juventud. Para los mayores, dan contenido a las conversaciones, y a nuestros jóvenes les aportan conocimiento de un pasado del que son herederos forzosos y que va a influir de alguna manera en sus vidas.
Al hablar de momentos que la memoria ha seleccionado como felices nos sentimos bien, por eso nos gusta hacerlo. El poso de nuestros recuerdos es el sedimento benéfico que alivia el rigor del presente y la incertidumbre del futuro.
Sin caer en el exceso, es necesario que hable de mí. El sentido de comentar peripecias de mi pasado no es otro que ilustrar mi relación con el pueblo a lo largo de mis años. De alguna forma justificar mi presencia aquí hoy.
Permitidme, pues, que el crío que fui guíe por un momento cogido de su mano al hombre que ahora soy por entre esas calles y paisajes donde se enredaron sus juegos, sus días y sus sueños.
Mi vida infantil estuvo condicionada por la profesión de mi padre, que ejerció como maestro en diferentes pueblos, ahora próximos, entonces más distantes, dado lo precario de las comunicaciones en aquellos años.
Así, nací en Fuenteliante, y viví sucesivamente en Sobradillo y Olmedo hasta los dos años y medio. A esta edad me trasladaron a Castillejo de Dos Casas, un pueblo muy pequeño, perdido en la raya de Portugal.
Este es el primer lugar del que guardo recuerdos. La familia vivió allí diez años. Fue la infancia feliz: la escuela, los amigos, los vecinos, el callejear y perderse jugando por los rincones del pueblo,… Ahí estaban la matanza, la vendimia, la trilla, el muelo, bodas y bautizos en los que participaba todo el pueblo y los niños lo disfrutábamos de manera especial. Fechas ilusionantes, de fiesta y comida especial, cuando el calendario se identificaba con el santoral y la vida se regía por el ciclo de las estaciones y las labores agrícolas.
Y desde allí mis primeros recuerdos de Villavieja, cuando todos los veranos, se organizaba ritualmente el viaje que nos traía aquí a pasar las vacaciones.
Villavieja aportaba a mis experiencias infantiles otra dimensión:
Aquí estaba mi abuela, los tíos y primos, una familia larga y las amistades. De aquellas visitas a parientes y amigos de mis padres, guardo el recuerdo de la recompensa con algún dulce casero y el reconocimiento a mi comportamiento de niño bien educado con una expresión que yo entendía como elogio pero cuyo significado exacto tardé tiempo en comprender: "¡Qué pulido!"
Pero, sobre todo, Villavieja era el pueblo grande, con sus comercios, fábricas y talleres, y coches. Y la estación, con el viejo tren de vapor, tan ruidoso y sucio como fascinante para mí, y la fábrica de harina y el embarcadero, y el coche correo.
Aquí tenía acceso a cosas no habituales para mí: las golosinas, los helados, los tebeos compartidos, intercambiados, releídos mil veces.
El cine, acontecimiento social de la época, donde los niños veíamos a nuestros héroes, cuyas aventuras recreábamos en nuestros juegos
Y, por fin, la Feria: la verbena, los encierros, la plaza cerrada con carros, y toreros vestidos de luces, las barcas de Avelino, la fotografía de Luciano Soto, las tómbolas y tenderetes, ... y mucha gente por las calles.
Cierro esta lista de impresiones infantiles refiriéndome a las vivencias relacionadas con la Iglesia, en este pueblo imbuido de religiosidad a la usanza de la época: misas, procesiones, novenas y letanías, minervas, cofradías, muchos curas. Consecuencia de estas influencias fue mi etapa en el Seminario de Ciudad Rodrigo, vivida intensamente en esta parroquia, dentro del grupo numeroso de seminaristas, donde hicimos amistades que aún perviven.
Este periodo coincidió con la estancia de la familia en Villares de Yeltes, destino de mi padre previo al definitivo de Villavieja. En Villares viví poco, puesto que el tiempo de mis vacaciones de estudiante lo pasaba más en Villavieja que allí. Pero esos cortos espacios de tiempo fueron suficientes para que surgieran afectos que aún perduran y que en mis frecuentes visitas a ese entrañable pueblo me sienta como en mi segunda casa.
De la etapa posterior, de juventud y soltería, vivida intensamente como sólo acontece en esa edad, sólo me referiré a algunos hechos puntuales no tanto de carácter personal sino dentro de un grupo y con alguna proyección en el entorno.
La Fiesta de los Quintos. Para mí significó el alta definitiva como villaviejense de derecho, puesto que coincidió con el traslado de la familia al incorporarse mi padre al colegio de aquí. También significó mi integración en el grupo de mozos que formamos la quinta, con los que no había coincidido en la etapa escolar, cuando se hacen las primeras amistades. Recientemente nos hemos vuelto a reunir para celebrar aniversarios. La última vez el verano pasado con motivo de la entrega por parte del Ayuntamiento de la placa conmemorativa de nuestra entrada en la mayoría de edad definitiva: los sesenta y cinco años.
De aquella época, recuerdo con especial simpatía el breve episodio de mi colaboración con el conjunto musical  "Los Juglares". Aquellos chicos contribuyeron a animar los domingos de muchos jóvenes, alguno de los cuales hoy, ya maduros, lo recordaréis asociado a escarceos amorosos y noviazgos, que en algún caso acabarían en boda. Fue una iniciativa tan entusiasta como efímera. Como dice uno de sus componentes, tuvieron la desgracia de coincidir en el tiempo con Los Beatles y Los Rolling Stones, competencia insuperable.
En la misma época, nuestro amigo de la pandilla, Luis González, promovió un grupo de teatro integrado por un amplio plantel de chicos y chicas. Recuerdo nuestras representaciones en el salón de cine/teatro del desaparecido "Centro Parroquial" y los aplausos generosos de un público agradecido y cariñoso que llenaba el patio de butacas. Aquellos amigos tuvimos otras actuaciones, como algún espectáculo de escenas charras, baile del cordón en la Feria, y hasta animamos alguna Nochebuena con la recreación de estampas navideñas.
Los mismos amigos hicimos la "Peña de Pitirrisqui", con madrina, himno y torero. Fuimos pioneros en esto. Parte de la peña se integró posteriormente en la "Peña de bebe y vete", que durante varios años tuvimos una participación muy activa en las fiestas. Estuvimos en los desfiles de disfraces y hasta ganamos algún premio, aunque esto es lo de menos. La última intervención pública de los "Pitirrisquis" fue hace apenas tres años con la donación del cerdo y la implicación en la popular matanza tradicional.
Creo que de lo que acabo de relatar se deduce que sí he estado en el pueblo. Pero lo más importante es que el pueblo ha estado en mí. Empecé a ser pregonero hace mucho tiempo, cuando al regreso de las vacaciones yo hablaba de las cosas buenas de Villavieja a quienes estaban cerca, en familia, en el trabajo, en el círculo de amistades. Y lo hacía con un entusiasmo del que yo no siempre era consciente, pero que ellos me lo advertían.
Todo lo referido anteriormente no quiero que se tome como ejercicio de desahogo nostálgico, sino como ojeada retrospectiva, buscando los fundamentos de ese arraigo que nos ha ligado definitivamente a nuestra tierra; como necesidad de descubrir y apreciar en su justa medida aquellos rasgos que nos han identificado como villaviejenses y nos han cohesionado como miembros de esta comunidad.
Esas son las raíces que hacen que un pueblo perviva y proyecte su personalidad, sentida por los propios y reconocida por los extraños.
Y ese arraigo hay que buscarlo en el sentimiento, y esos sentimientos se nutren de las experiencias acumuladas que se nos antojan felices. Sobre todo cuando esas vivencias son compartidas con personas afines. Y por todo eso volvemos al pueblo los que hemos salido de él: para reencontrarnos, con nosotros mismos y con los demás; para perdernos cuando necesitamos estar solos, para exteriorizar alegrías y compartir éxitos; como refugio en la desgracia,… Y todo eso lo hacemos sin complejos, porque nos sabemos en un territorio familiar, facilitador de lo espontáneo y natural: en nuestra común casa grande, donde reconocemos cada rostro, cada cruce de calles, cada camino, cada perfil, cada silueta; donde nos sentimos seguros y contamos con la confianza de quienes nos rodean.
Pero no podemos focalizar el devenir del pueblo en nosotros, la población aquí representada mayoritariamente. Aquí hay mucho pasado y yo he hablado del pasado sólo como antesala de un futuro que quiero esperanzador.
Posiblemente seamos la generación que, en pocos años ha vivido más cambios: económicos, políticos, sociales, tecnológicos. Pero no voy a caer en el error de pensar que se ha tocado techo, ni mucho menos en concluir que los que vienen detrás no están a nuestra altura.
Veo en la calle otro público, joven, alegre, preparado, ilusionado, con proyectos,… con tiempo por delante. Me gustaría dedicarles este pregón. Pero temo que la mayoría no están aquí y, si estuvieran quizás el pregonero no encontraría la manera de sintonizar. Comunicamos en frecuencias diferentes. Igual que ellos no nos imaginan jóvenes, ágiles, bulliciosos, incluso gamberros, ellos para nosotros seguirán siendo ―los niños‖, aunque estén estudiando con éxito o asumiendo responsabilidades familiares o profesionales con eficacia. Esto no es nuevo ni algo peculiar y exclusivo de esta época. Las diferencias generacionales han existido siempre. Atención a este comentario: "Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos."
O este otro: "Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país, si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible."
Estas apreciaciones que podrían atribuirse a algún analista actual corresponden, la primera a Sócrates (Grecia, s. V a.C.); la segunda es de Hesíodo (Grecia, s. VIII a. C.); y alguna otra de contenido similar se ha hallado grabada en un recipiente de arcilla descubierto en las ruinas de Babilonia (actual Bagdad) con más de 4.000 años de existencia.
Pero esas diferencias actualmente son más amplias: las fronteras entre el niño de ayer, nosotros, y el hombre del mañana, ellos, no sólo se mantienen hoy sino que se distancian al ritmo vertiginoso con que cambia nuestra sociedad.
Esta juventud es muy diferente a la de nuestra época, la del "¿estudias o trabajas?" Hoy estudian casi todos y…, por desgracia, no trabaja casi nadie; confiemos en que la situación se torne pronto favorable. Pero hay otra mentalidad, las oportunidades están más abiertas y hay una mayor preparación, y un acceso a la información y a la comunicación que no había en nuestros tiempos. Hay que confiar necesariamente en ellos.
Mirando al presente más inmediato, a hoy, permitidme que, aprovechando la circunstancia, deje un breve apunte para la reflexión sobre el papel que podría corresponder a cada cual en eso de aportar valor al pueblo.
El primer compromiso lo adquieren los residentes habituales, elementos básicos en la configuración del lugar. Los de dentro representáis la permanencia. Sois el eslabón que nos vincula a la historia más reciente, los depositarios del acervo cultural: costumbres y tradiciones, fiestas, folclore, gastronomía, lenguaje local. Por poner una imagen taurina, tan nuestra, representáis la pureza del encaste. Sois el referente en torno al cual se construye la vida del pueblo y la imagen que se proyecta.
Villavieja actualmente es un pueblo moderno, dotado de servicios públicos e instalaciones que dan cobertura a las necesidades básicas: red de alcantarillado y abastecimiento de agua, consultorio médico, centro multifuncional, hogar del jubilado, residencia de ancianos, tanatorio, colegio, biblioteca, instalaciones deportivas, piscina,...
Pero, por encima de los elementos materiales, está el carácter de sus vecinos. Tal como reza su sello, laboriosos y amantes de la justicia. Históricamente se han manifestado rebeldes en situaciones de opresión, emprendedores para buscar salidas a malos momentos, listos en los negocios, solidarios. Pero, al mismo tiempo, alegres, comunicativos, juerguistas, guasones, acogedores de los de fuera, pero orgullos defensores de lo de dentro.
Sin embargo, la transición hacia la modernidad se ha cobrado, como tributo al progreso, algunas de esas características propias del ambiente más rural, más entrañable. Las casas son más nuevas y confortables pero están más cerradas. Las calles están más limpias y arregladas, pero también más vacías. A la pérdida de población hay que añadir que nos hemos vuelto más introvertidos, más urbanos, menos vecinos.
El progreso trae cambios y éstos a veces encuentran resistencias a la hora de adaptarse.
Es preciso, pues, estar abiertos al exterior y no quedarnos en lo que esto fue. Seamos receptivos a la innovación. Acojamos a los que vienen, a pasar el tiempo entre nosotros o a establecer negocios. El que sale aprende, el que viene aporta; unos y otros intercambian experiencias; en definitiva, se enriquecen.
Favorezcamos la integración de los visitantes, los más asiduos y los ocasionales.
A éstos yo les pediría que vengan al pueblo decididos a participar en la vida local, dispuestos al conocimiento y al trato con los vecinos, atentos a las iniciativas y propicios a la colaboración. No podemos estar aquí con la actitud del que utiliza los servicios porque los paga –y por lo tanto exige–, ignorando lo mucho que hay de de imaginación y esfuerzo detrás de todo ello. ¡Esto no es Benidorm!
Aprovechemos la riqueza que supone el conjunto de hijos de Villavieja, descendientes y allegados, con capacidades y destrezas, situación profesional influyente, desahogo empresarial y económico, que están diseminados por la geografía del país. Ganemos de ellos el compromiso con su pueblo.
Es decisiva la actuación del Ayuntamiento, del signo que sea, como promotor de proyectos, encauzador de iniciativas, administrador de recursos. Y todo esto estableciendo cauces de participación, escenarios de convivencia, foros de comunicación, diálogo sincero, intercambio de ideas y propuestas.
Aprovecho la ocasión que me ofrece esta tribuna para rendir homenaje público a algunas personas que en los últimos años se han distinguido por su actividad en favor de la comunidad local. Que sirva como reconocimiento a su labor y como ejemplo estimulante para los demás.
Nombro a algunos como ejemplos ilustrativos, por tener una presencia más personal, sin que ello suponga detrimento para los demás. Más que hacer una lista exhaustiva de nombres, me referiré a las actividades desarrolladas, detrás de las cuales siempre hay personas que todos conocemos.
En primer lugar, ese grupo de personas que han posibilitado la comunicación entre villaviejenses desde aquí hasta el fin del mundo:
El amplio grupo de cronistas gráficos, clásicos en todos los eventos, con sus cámaras al hombro. El pionero, Antonio Moro, "Fondaco", tesorero de un amplio fondo documental obtenido con entusiasmo y constancia a lo largo de muchos años. Los continuadores: el equipo de TVV, ya imprescindibles en el ámbito informativo del pueblo. Cito a Venancio como miembro más visible de un equipo abnegado y eficaz.
Como medio de comunicación, ese lujo de Boletín Informativo y las personas que están detrás de su edición, desde sus inicios, con otros títulos, con otros colaboradores.
Y la "página web", que nos incorporó a la vanguardia de las tecnologías de la información, cuando el uso de las mismas no estaba ni mucho menos generalizado como ahora, al menos en nuestro entorno. Manolo, "Químico", gracias y ánimo.
La fundación que dirige y administra la residencia de ancianos es un ejemplo de compromiso y colaboración desinteresada y eficaz.
Las mujeres de este pueblo, quizás el mejor exponente de evolución positiva, asumiendo nuevos roles sin complejos, participando con ilusión y eficacia en la vida local. Como ejemplos: el coro, las asociaciones de diferente índole, la organización de celebraciones y actividades diversas, las iniciativas empresariales.
Familias y grupos ya clásicos en los desfiles de disfraces, participando año tras año con ilusión y perseverancia.
José Ángel Mateos y sus amigos iniciadores del grupo "Baleo", capaces de hacer bailar a todo el pueblo al son de la dulzaina.
Los hermanos Calderero, bailadores de charro, corredores en el encierro y recortadores en la plaza.
Charros y charras que han destacado y se prodigaron en su día deleitándonos con sus actuaciones y mostrando en el exterior nuestro peculiar estilo. Parejas bailadoras de la rosca. Bailadores del cordón, renovados cada año.
El joven pianista, Diego Hervalejo, que nos ha obsequiado con sus conciertos. Celebramos sus progresos como propios y le deseamos un futuro de éxitos.
Los impulsores de la "Matanza tradicional" y todos los que posteriormente han contribuido donando el cerdo y organizando el evento.
Los amantes de nuestra cultura y tradiciones, con dos exponentes destacados: el vecino, José Martín con su particular "Museo de Villavieja", y la "Asociación de Amigos de Villavieja", promotores de conferencias y varias exposiciones sobre nuestra cultura y costumbres.
Todos aquellos que individualmente o en grupo han participado en diferentes exposiciones, que han aportado riqueza cultural y creativa a las semanas previas a la Feria.
La feria de la artesanía y de productos locales. Nuestra gastronomía: el embutido, el tostón, y esos dulces caseros y ese hornazo que son marca de la casa y que crean adicción en quien los prueba.
Mari Lena y su grupo de su teatro, reconocido por el pueblo, tan dispuesto y agradecido a sus representaciones.
El equipo ciclista, iniciado hace tiempo y que se consolida y se amplía con nuevas incorporaciones.
La comisión de festejos y las peñas ya clásicas colaboradoras con ella.
El grupo de jinetes, diestros en conducir la manada de toros, que año tras año contribuyen a ese espectáculo del encierro a caballo, tan nuestro.
A riesgo de rozar de inmodestia, cierro esta relación incluyendo a los pregoneros que me han precedido.
Si advertís que falta algo, atribuidlo a omisión involuntaria, nunca a mala fe. Estamos a tiempo de engrosar la lista si alguien lo propone. Reitero el reconocimiento, en mi nombre, y presumo de vuestra aprobación si afirmo que también en el vuestro.
Las personas relacionadas anteriormente tienen una actuación más expuesta al público. Su mérito, y así se agradece, es la capacidad de aglutinar en torno a ellos al pueblo en momentos puntuales. Pero la vida del pueblo es el día a día, todo el año. Villavieja fue un pueblo emprendedor, comerciante e industrial, ganadero de siempre. Es preciso destacar el quehacer discreto y abnegado de la población activa –hoy especialmente castigada por la infame crisis que nos afecta de alguna forma a todos–, que mediante su trabajo cotidiano contribuye a la actividad económica, en beneficio de sus familias y, como consecuencia, al desarrollo del pueblo.
Pero sobre todo, este ha sido un pueblo solidario: desde donaciones sobresalientes de quienes poseían mayores recursos (inmuebles y terrenos, ganado para festejos taurinos, aportaciones económicas), a las no menos importantes de la gente sencilla que aportó la prestación personal de su trabajo y cantidades de dinero, más modestas pero que, reunidas todas, fueron suficientes para afrontar el presupuesto de diferentes proyectos. Así se hicieron obras que hoy disfrutamos y que han sido posibles gracias a la contribución de esa población que quiso incorporarse a la modernidad uniendo sus recursos en respuesta a propuestas bien planificadas y presentadas con claridad.
Todo esto nos lleva a la conclusión de que atesoramos un patrimonio humano que constituye nuestra mayor riqueza y es la garantía del futuro de nuestro pueblo.
Ya concluyendo, me daría por satisfecho si este sencillo pregón contribuyera a reforzar esos pilares en los que se cimenta el arraigo: la identificación con nuestra cultura, el sentimiento de pertenencia y el orgullo por lo nuestro.
Si antes he apuntado que el arraigo lo hace el sentimiento, añado que ese sentimiento se afianza cuando es compartido. No hay mejor momento para compartir que las fiestas, la calle, la alegría desparramada, la actitud positiva.
Rompamos el individualismo, participemos activamente en los actos festivos, evitemos los escollos que provocan desunión. Que las diferencias de pensamiento y militancia no sean nunca causa de rupturas irreconciliables sino motivo de debate civilizado y enriquecedor.
Al pregonar las fiestas, pregono una tregua. Tregua a las desavenencias, a los prejuicios, al desánimo, a la crisis. Salgamos a la calle y exterioricemos nuestros sentimientos con cantos, brindis, bailes, esos gestos rituales que forman parte nuestra expresión colectiva. Hagamos cómplice al forastero, incorporemos a la celebración al visitante.
Explotemos el éxito de esos momentos mágicos en que todos vibramos con la misma emoción: el encuentro de todo el pueblo con la Virgen de Caballeros que nos convoca en la plaza, el nerviosismo del encierro cuando suena la campana, la charanga que arranca de nosotros una jota, el pueblo fundido en invisible abrazo cuando canta el "Villavieja de mi amor..."
Demos rienda suelta a la fiesta, la que conocemos, renovada cada año con nuevos jóvenes que se incorporan y son la esperanza de futuro. Hoy quiero que brindemos por ellos, los destinados a tomar el relevo y lograr que Villavieja se siga valorando en nuestro entorno; pero lo más importante: que ese valor lo llevemos siempre incorporado en el sentir de cada uno y en el del conjunto.
Quizás haya en este discurso algo de tópico e incluso de utópico. En cuanto a los tópicos, he de decir que no renuncio a ellos. Son lugares comunes donde nos encontramos cómodos y donde resulta sencillo comunicar y compartir las mismas sensaciones. Respecto a la utopía, la creo necesaria; siempre, pero más en vísperas de la fiesta, tenemos que dejar espacios abiertos a los sueños ilusionantes.
Y, hablando de sueños, de los que se tienen dormido, con los devaneos de la preparación de este pregón, me he soñado con vosotros, con la fiesta, con Villavieja. Ayer, al despertar, medio perdido aún en ese mundo del duermevela, el duende de los amaneceres me fue dictando unos versos. Espero que la pasión que los inspira disimule la torpeza de las palabras.
La noche,
con el pincel de los sueños,
dibuja cuadros oníricos
de perfiles inciertos.
Lejos, perdida en el tiempo,
tañe la “Candonga”.
Huele a humo y a puchero.
Olvidada en un cajón
de la envejecida cómoda,
se guarda una foto vieja,
de festón amarillento los bordes.
Y mi madre amparando
con disimulado gesto
a dos niños inseguros
encaramados
a un caballo de cartón,
con fondo de blanco y negro.
La noche evoca paisajes
donde, en planos sobrepuestos,
se va del ayer al hoy,
y se esfuman los contornos
cuando tratas de aprehenderlos.
Campos de trigo y barbechos.
Caminos
que se funden con los cerros
en horizontes violeta
las tardes frías de invierno.
Y en el recodo, una fuente,
que mana un leve murmullo
de agua,
de sombra verde y de fresco.
Y en la ladera, un rebaño.
Y en la alameda, un jilguero.
El río, encauzado y lento,
cautivo de las pesqueras,
va devolviendo reflejos
de molinos arruinados,
de espadañas y sauceras
que se miran en su espejo.
Y en la orilla, un pescador.
Y en el cielo,
dos milanos se cortejan
y danzan enamorados
al compás que marca el viento.
Peñas que el tiempo ha esculpido
en La Dehesa.
Y un conejo que recorta
en el escobar, esquivo.
Fiestas de invierno al abrigo
de humo de tabaco y vino.
Verbenas de aquel verano
prometedoras de encuentros.
Besos
robados al descuido de la noche,
con fondo de pasodobles,
de testigo los luceros.
¿Estoy soñando?
¿Estoy despierto?
Un gallo clava su grito
en el techo de la aurora.
Alborea el estío.
Sobre tesos y hondonadas,
rompe el alba de colores
la noche en retirada.
Se van la noche y la luna
y amanece
plena de sol y charanga
la fiesta grande de agosto.
Rasgan los cohetes el cielo
y el aire lo inunda el eco
de plegarias a María
y repicar de campanas.
Esquilones de los bueyes
sobre “tonás” y charradas.
¡Acudamos a la Virgen
que se aparece en la plaza!
¡Corramos en el encierro
que ya llega la manada!
¿Se ha dormido el pregonero?
¿Me he olvidado de anunciarla?
Todo fue un sueño inquietante,
una pesadilla extraña,
que inunda mi despertar
de recuerdos y añoranza.
Por la ventana entornada
un rayo de sol advierte
que llega la madrugada.
La vida empieza a moverse.
El curso eterno del pueblo
revive cada mañana,
como el Yeltes, que discurre
siempre por el mismo cauce
con corriente renovada.
Bulle la vida,
hay esperanza:
niños nuevos y amores
que miran hacia el mañana.
Así es mi pueblo
y así lo quiero.
¡Villavieja y su gente,
conmigo vais,
os llevo dentro!
(El pregonero se pone en pie -¿para hablar más alto?- y termina su intervención anunciando las fiestas a la antigua usanza. Suena la trompeta)
Vecinos de Villavieja
y todos los forasteros
escuchad con atención
lo que os dice el pregonero.
Han comenzado las fiestas
en honor de la Patrona,
La Virgen de Caballeros.
Habrá toros y verbenas
pasacalles con charanga
y animación de las peñas.
Salid todos a la calle y
compartid con los demás
la alegría de la fiesta.
Que quien venga a visitarnos
encuentre acogida y sienta
el calor de la amistad
y participe en la juerga.
Bebed vino generoso
que hace olvidar nuestras penas
sin traspasar la frontera
del buen gusto y la elegancia,
talante de nuestra tierra.
Y ya, sin más dilación,
declaro abiertas las puertas
de las fiestas de este año,
dos mil trece, por más señas.
¡Que viva nuestra Patrona
y que viva Villavieja!
Villavieja de Yeltes,
23, de agosto de 2013