En la noche del 30 de junio, el racionero don Sebastián Gallardo, cura antes de la Catedral, e individuo de la Junta Superior, había propuesto al Gobernador ir personalmente disfrazado a informar al general en jefe Lord Wellington de la situación apurada en que se hallaba la plaza, respecto a que el conocimiento que tenia del terreno le facilitaba el paso por las líneas enemigas, que podría penetrar en la obscuridad sin ser percibido, y aunque el Gobernador le hizo presentes las dificultades de la empresa y riesgos a que se exponía, insistiendo en allanarlos, y en jugar al éxito de ella la suerte de su persona (que por ciertos antecedentes tenía muy aventurada si los enemigos le cogían dentro de la plaza), efectuó su salida llevando todas las instrucciones convenientes para el desempeño de la comisión de que se encargaba; pero no volvimos a tener noticias suyas, hasta que en la mañana del 6 de julio encontraron nuestras descubiertas, puesta sobre un palo clavado en tierra a la inmediación del puente, y llevaron al Gobernador la carta siguiente del dicho, escrita a su sobrino don Agapito Gallardo, capellán del tercer batallón de voluntarios de Ciudad-Rodrigo, que a la letra decía:
Copia. "Campamento de Pedro Pulgar y julio 4 de 1810: querido Agapito, con el pretexto de lo que dije al señor Gobernador, salí para Guinaldo sin decirte cosa alguna; desatiné, y me metí en un campamento francés, y me condujeron por último al de Ivanrrey; allí me hicieron consejo de guerra, y me sentenciaron a ser decapitado, y yo ya estaba resuelto a la suerte que me había cabido; pero el señor príncipe Massena ha tenido la bondad de libertarme la vida, y me ha manifestado los deseos que tiene de no hacer daño a la ciudad; pero que si ella resiste mas, el furor suyo y de los soldados, se encenderá, y que dando el asalto, se pasarán todos sin distinción a cuchillo. Las fuerzas de los franceses son formidables; el socorro del inglés es imposible, como lo saben todos, y aun los han ahuyentado de Gallegos. Luego que recibas ésta te presentarás al señor Gobernador y Junta, y le dirás que el peligro es evidente. El señor general en jefe es el más benigno hasta cierto punto, pero dicen que es inexorable cuando pierde la paciencia. Que hagan reflexión, y que no arriesguen a una desgracia infalible a esa mi amada ciudad. Tú formarás este encargo como debes. Ya ves mi situación, para que pidas por la salud de este tu tío. Sebastián Gallardo."
No obstante esta carta, cuya identidad se examinó por los que conocían la letra del expresado don Sebastián Gallardo, y del mismo sobrino, y todos la confirmaron por suya; el Gobernador y los demás jefes persuadían siempre a la guarnición y al pueblo mantener la confianza; pero desde el mismo día 6 del mes de julio, conocimos todos ya claramente que había poco que esperar, en vista de que después de doce días de tan incesante y horroroso fuego, que debía hacer conocer a nuestros aliados el apuro en que se hallaba la plaza, nada se indicaba de movimientos a su favor, y los enemigos se manifestaban cada vez con más seguridad.
Con todo, firmes siempre en la resolución de completar gloriosamente la defensa, hasta el último extremo a que pudiera llevarse, continuamos nuestros esfuerzos en ella sin decaer de ánimo, y siguiendo constantemente el contrarresto de los fuegos enemigos con el mayor tesón durante estos días, en que por grados se iba allanando la brecha, a pesar del incesante conato y continuo trabajo que poníamos en repararla; y por último, cuando ya no nos quedaba otro recurso, formamos defensas sobre ella con estacadas y parapetos interiores para contener cualquier asalto que intentaren pero nos las destruyeron también por tres veces, y no fue posible al fin rehacerlas, así por el continuo y horroroso fuego que sin cesar noche y día dirigían sobre todos aquellos puntos para impedirlo, como por no quedar ya terreno en que poderlas establecer siendo toda la falsa braga y muralla alta, desde la puerta del Conde hasta Sancti-Spiritus, un cúmulo de ruinas que no permitían siquiera limpiarse, y obstruían en términos, que no pudimos retirar un mortero cónico que teníamos hundido, y dos cañones de veinte y cuatro que habíamos colocado para defensa de la brecha, y desmontado ya, habían rodeado sobre ella.
A pesar de esto y de la poca gente que se podía nombrar ya para los trabajos por la diminución que había tenido la guarnición con las bajas de muertos, heridos y enfermos, se continuaba el retrincheramiento de la falsa braga, que era el único recurso que nos quedaba con las dos líneas a derecha e izquierda de la brecha, dándoles sus comunicaciones, a la primera hacia la puerta de la Colada, y a la segunda por la poterna de la del Conde, respecto a que ya no podía hacerse por la del Rey, por estar frente de los ataques, enfilada de todos los fuegos, y obstruida por las ruinas del recinto alto que caían sobre ella.
Finalmente, el día ocho concluyeron los enemigos cuatro baterías, las tres para cañones, dos a sesenta toesas de las murallas, y la otra al costado del convento de san Francisco que enfilaba todas nuestras obras, y otra para polladas inmediata al labio del foso de la contraescarpa, con las que desde luego empezaron a batir tan horriblemente toda aquella parte de los recintos alto y bajo que arruinaron los parapetos de ambos; nos quitaron todos los fuegos de ellos; cegaron cuasi enteramente la poterna de comunicación a la falsa braga; ensancharon la brecha hasta cerca de veinte toesas; y pusieron todo aquel frente de la fortificación y edificios contiguos a la ciudad en términos, que no había donde situarse, ni se podía transitar, y fue necesario la mañana del 9 replegar sobre derecha e izquierda las compañías de granaderos y demás tropas que guardaban la brecha, por no ser ya posible sostenerse en aquel punto en fuerza del diluvio de balazos de artillería y fusilería, polladas, metralla, bombas y granadas de obús y de mano que caían sobre él, y lo enfilaban por todas partes, sin haber un solo paraje donde colocar un hombre, que no fuese en el momento pasado por las armas y habiendo ya perdido en las cuatro horas primeras desde que amaneció, cerca de 200 soldados, cabos y sargentos, y siete oficiales entre muertos y heridos, mucha parte de ellos en los trabajos de las obras dichas.
En esta situación, y habiendo en la madrugada de la del 10 volado los enemigos una mina en la contraescarpa del foso exterior de la falsa braga, para facilitar el paso a ella, no quedándonos ya defensas, ni arbitrio, ni medio para establecerlas, ni teniendo esperanza remota de socorro de parte de nuestros aliados (que por el contrario, tuvimos noticia por un lancero de don Julián disfrazado de pastor que pudo introducirse en la plaza el día antes, de que se habían retirado de la posición inmediata que ocupaban desde Gallegos, y tomado situación defensiva entre Almeida y el fuerte de la Concepción ), considerando que las amenazas hechas contra nuestra obstinación en la intimación última, podrían efectivamente tener cabida sobre el vecindario, si se daba lugar a la discreción militar consiguiente al asalto; que este no podíamos resistirlo de forma alguna en el estado en que nos hallábamos y con fuerzas tan desiguales; y que últimamente, todo el fruto que podíamos sacar de esperarlo sería morir matando, o dilatar por pocas horas una rendición que ya era indispensable; habiéndose desechado también el intento de que se trató de probar a abrirnos paso por las líneas enemigas a toda costa, para salvar la guarnición, lo que repugnaba el vecindario, como era regular, por el riesgo a que quedaba expuesto, y no era fácil tampoco realizarlo siendo tan desproporcionadamente inferiores en número, y no teniendo caballería, se determinó (muy a nuestro pesar, y no sin repugnancias) en la junta general de todas las autoridades militares, eclesiásticas y civiles que se celebró a las diez de la mañana, que luego que los enemigos indicasen ir a ejecutarlo, se llamase a capitular, y redimiésemos al pueblo del sacrificio que le amenazaba, cumpliendo con los deberes racionales, después de haber llenado (en cuanto había estado a nuestro alcance) tan completa y gloriosamente los militares.
Así se ejecutó a las seis de la tarde, a cuya hora acababan los enemigos de tantear la brecha, habían subido tres de ellos hasta el recinto alto, y daban parte los observadores y vigías de que todos sus campos estaban en movimiento hacia la plaza, y las columnas de ataque se hallaban ya en las trincheras esperando la señal para emprenderlo.
Entonces el Gobernador mandó poner bandera blanca sobre la brecha, y envió un Oficial parlamentario al campo francés con el oficio que se copia en el número 6º en consecuencia del cual vino inmediatamente el General Simón a la puerta del Conde, y dijo al Gobernador, que el Mariscal Ney le esperaba en persona al pie de la brecha para tratar sobre la capitulación ; y habiendo el Gobernador pasado allá en compañía del mismo General, y de su estado mayor, encontró al referido Mariscal que con todo el suyo, y demás Generales de su ejército, estaban aguardándole, y le recibieron con demostraciones de la mayor consideración; y después de muchos elogios de la defensa sostenida, añadió el Mariscal Ney, que no teníamos que tratar acerca de la capitulación, pues todo cuanto en la mas honorífica podía exigirse, lo acordaba desde luego, y era acreedor a obtenerlo el valor manifestado por tan bizarra guarnición, así como el tino racional e inteligente que habíamos tenido para pedirla en el momento preciso en que podía todavía tener lugar la ley de la guerra, después de haber hecho cuanto cabía en el arte para llenar el deber militar de tan gloriosa resistencia; que serian respetadas las personas y propiedades de los habitantes de la ciudad; los Jefes y Oficiales de la guarnición conservarían sus espadas, equipajes y caballos ; la tropa sus mochilas y efectos ; y todos serian bien tratados y conducidos prisioneros a Francia y por último, que se tendrían cuantas consideraciones y respetos eran debidos al valor, y singular constancia que habíamos acreditado durante un sitio tan largo y vigoroso, que nunca creyeron los mismos sitiadores pudiera dilatarse a tan prolongada resistencia; todo lo que, a presencia de todos sus Generales prometió en voz alta al Gobernador el Mariscal Ney, dándole mano y palabra de honor de su cumplimiento ; y en consecuencia se procedió al efecto, y pasaron las tropas francesas a ocupar las puertas de la ciudad, los Jefes de Artillería e Ingenieros a entregarse de lo correspondiente a sus respectivos ramos, la guarnición se retiró a sus cuarteles hasta la mañana del siguiente que salió a alojarse al arrabal de san Francisco, desde donde emprendió la marcha a Bayona en tres divisiones, la primera a las doce del mismo día, la segunda en la mañana del 12, y la tercera, en que marchó el Gobernador y el estado mayor en la del 13.
Todos los Jefes, Generales y Oficiales de tropa Francesas, según iban entrando en la plaza, quedaban sorprendidos de ver las espantosas ruinas a que estaba reducida la ciudad y sus recintos, y de resultas daban cada vez mas elogios a la defensa sostenida ; y debe decirse en honor de la verdad, y del aprecio militar que hicieron de ella, que a pesar de que la capitulación referida no se extendió por escrito con las formalidades de costumbre, y quedó solo bajo la garantía de la mano y palabra de honor que dio solemnemente de ella al Gobernador el Mariscal Ney, a presencia de todos sus Generales, y del Estado mayor y Jefes de la plaza, como va dicho, en ninguna se han esmerado con mas puntualidad en su cumplimiento, pues exceptuando aquellos rigores que cometieron con los individuos de la Junta superior de Armamento y defensa a quienes al día siguiente condujeron a la cárcel bajo el pretexto de seguridad pública, y detuvieron en ella hasta su salida para Francia, y los que usan por su ordenanza en las marchas con los soldados prisioneros que conducen, cuando se quedan atrás, o dan indicio de fuga, que son inmediatamente pasados por las armas, no puede decirse en lo demás que faltaron a cuanto ofrecieron en aquellos días primeros ; y en la misma noche de la rendición, procuraron se guardase el mayor orden en el pueblo, mataron e hirieron a sablazos a varios soldados suyos que se avisó estaban robando en algunas casas, acudieron a dar resguardo, y pusieron salvaguardias en las que se les pidió, dieron una guardia de honor al Gobernador, se encargaron de la custodia de su caballo, nombraron un Oficial de estado mayor para que estuviese a su lado, a auxiliarle en cuanto fuese necesario ; y por último, tuvieron el mayor esmero en mantener la tranquilidad y seguridad pública; y aunque hubo, como es ordinario, y sucede siempre en semejantes casos algunos excesos, no fueron autorizados ni disimulados de ningún modo por los Jefes, y se castigaron siempre que se acudió a reclamar sobre ellos.
En la marcha llegaron a sacar más de 200 bagajes para solo la tercera división, que constaba de 1200 hombres, a fin de que fuesen montados todos los cansados ó endebles, y no se expusiesen al rigor de la ley; y a este tenor debe decirse con respecto a lo que sabemos han ejecutado en las demás plazas, que con ninguna han guardado las consideraciones, ni tenido con su guarnición los miramientos que con la de Ciudad-Rodrigo, pues se verificó hasta el indulto de dos soldados incursos en la ley de ser pagados por las armas, por conato de fuga intentada en uno de los tránsitos de la marcha a intercesión del Gobernador.
No pudo el Gobernador dar parte alguno a la Corte, acerca de lo ocurrido en la plaza,, desde el día 8 de junio en que se cerró enteramente la comunicación, hasta el día 30 de julio que llegó a Hernani, y tuvo proporción de escribir el sucinto oficio que se expresa en el número 7º, en el que reducidamente comunicó al señor Secretario de la Guerra los últimos sucesos del sitio y rendición; y aunque después desde Macón, a donde se le destinó de prisionero, dirigió otro algo más extendido, según se copia en el número 8.°, no se comprendieron tampoco en él circunstanciadamente varios detalles, acciones y particularidades que no deben quedar obscurecidas en honor de los individuos que las ejecutaron, y de una defensa tan gloriosa y memorable. Una de estas, muy digna de notarse, es la de los activos y constantes servicios que hicieron durante todo el sitio dos ciegos mendigos que había en la plaza, los que con el particular tino que suelen tener los de esta clase, y guiado uno de ellos por un perrito que le servía de lazarillo, desde luego que los enemigos rompieron el fuego de sus baterías contra la plaza, acudía a llevar municiones a las nuestras de la muralla, y cuando estas no eran necesarias, se empleaban en llevar agua para que bebiese la tropa que las servía, y para rellenar las tinas de combate, con tanta actividad, celo y desprecio del peligro, que en todo el tiempo que duró el sitio no cesaron en estos ejercicios veía nunca descansar, ni se les notó remisión en acudir a los parajes que se les indicaban, por más que percibían al oído el granizo de balas que por ellos cruzaban y siempre alegres, risueños, preguntando si faltaba alguna cosa por donde pasaban, y repitiendo de continuo las voces de ánimo, muchachos, viva nuestro Rey Fernando VIl, y viva Ciudad-Rodrigo.
A estos infelices, y verdaderamente dignos españoles, que vivían de la caridad pública, les mantuvo durante dicho tiempo, la que es connatural en los soldados, especialmente con quien les sirve en algo, y el Gobernador les mandó dar ración de pan, ofreciéndoles procurársela del Gobierno para todo el resto de su vida, si la plaza quedaba triunfante, luego que hubiese proporción de recomendar el singular y distinguido mérito que contrajeron; pero la suerte no quiso que pudiera verificarse, y en honra suya no deben a lo menos quedar en olvido sus distinguidos y particulares servicios. Varias mujeres del pueblo se señalaron también en los que hicieron, con especialidad los primeros días del sitio, llevando municiones a las baterías de la muralla, por el frente de los ataques, con una bizarría y desprecio del peligro, que es muy singular en su sexo: entre ellas hubo algunas que fueron heridas en este servicio, y la llamada Lorenza N. lo continuó a pesar de estarlo, hasta que volvió a ser herida, y no pudo ya resistir mas en pie.
En general se puede decir, que desde luego que comenzaron a fulminar las baterías enemigas, se vio en todas las gentes de la ciudad una resolución constante á sufrir los riesgos, y a sostener la defensa, y no se oyeron voces de desaliento que perjudicasen la ejecución, padeciendo los vecinos, con resignación y sin lamento, las espantosas destrucciones de sus casas y propiedades, en que además del trastorno, quedaban perdidos y envueltos en la miseria ; habiendo muchos que después de haber sufrido en las correrías incursiones, saqueos, y ocupación de los enemigos de las Gañanías y pueblos de la comarca, la pérdida de todos sus ganados, granos y efectos, padeció dentro de la plaza la ruina total de su casa propia, y muebles que fueron abrasados por los incendios ; y a pesar de esto, con ánimo firme, solo deseaba el triunfo de las armas, desestimando todo lo demás, y haciendo de ello conforme sacrificio a la causa pública.
Los individuos de la junta superior de Armamento, y defensa, que desde un principio no perdonaron fatiga, ni omitieron diligencia para disponer y procurar todo lo necesario a la defensa de la plaza por cuantos medios estuvieron a su alcance, dieron el primer ejemplo de lealtad a nuestro legítimo Soberano, de patriotismo y firmeza de ánimo, y por ellos, y por los incesantes trabajos que tuvieron en el desempeño de sus encargos, y suerte que después han sufrido algunos, trasportados a Francia, y maltratados desde luego en sus personas, son acreedores a un lugar muy distinguido en la gloria de la defensa.
Por el mismo término los jefes, oficiales y tropa de la guarnición, manifestaron durante todo el tiempo del cerco y sitio, un deseo vehemente, y un celo ardientísimo por hacer gloriosa la defensa de Ciudad-Rodrigo, sin sentir las fatigas que eran necesarias para conseguirlo, ni oírse entre los soldados la menor queja de ellas, siendo así que durante los treinta y siete días últimos, estuvimos constantemente día y noche sobre las murallas, siempre prevenidos y prontos para resistir con firmeza los ataques que pudieran darnos los enemigos, hechos argos de todas sus operaciones y movimientos, y sin cesar en los trabajos de defensa, en el reparo de la brecha, y fortificaciones, y en cuanto era conducente para llevar a efecto la resolución que teníamos formada de completarla hasta el grado más heroico.
9 de julio de 2010
El sitio de Ciudad Rodrigo en 1810 (y VII)
Séptima parte del relato del asedio que sufrió Ciudad Rodrigo en 1810 por las tropas francesas escrito por el general gobernador D. Andrés Pérez de Herrasti, a quien podemos ver en la imagen inferior. El informe continúa nombrando a los jefes y oficiales de los distintos cuerpos, regimientos y batallones que defendieron la plaza de Ciudad Rodrigo. Dada su gran extensión, hemos decidido omitirlo por ahora. Terminamos, por tanto hoy, este relato, precisamente la víspera del día 10 de julio, jornada en la que se conmemoran los 200 años de la entrada de los franceses en Ciudad Rodrigo.