Con el ascenso al Rectorado de la Universidad de Salamanca del ilustre catedrático de Historia don José María Ramos Loscertales, uno de los más preclaros discípulos de los señores Hinojosa y Menéndez Pidal, vuelven a cobrar actualidad universitaria viejos temas que se habían olvidado con las interinidades y vacilaciones. El pensamiento de dotar a Salamanca de una Residencia estudiantil decorosa torna a agitarse intensamente durante estos días. Y ahora que tenemos un rector y unos decanos mozos, que se han paseado por Europa y saben cómo se aderezan ciertas instituciones en ella, es el momento de pensar en dar cima a este proyecto, uno de los mas acariciados por la opinión salmantina.
Se piensa en remozar el viejo Colegio de San Bartolomé, fundado por el obispo Anaya, a la usanza de los que creara en Alcalá de Henares el cardenal Jiménez de Cisneros.
El Colegio de Anaya tiene una brillante historia bien unida a la de la Universidad. Sus colegiales eran los mas aristocráticos y señoriles de la Escuela. Habían de tener la sangre limpia, no contaminada de ascendencia mora ni judía, y magníficos expedientes académicos. Por cuestiones de etiqueta, mas de una vez hubieron de pelearse con los titulares del Cabildo catedralicio. De aquel Colegio salieron muchos cardenales, virreyes, oidores y secretarios de despacho. Suprimidos los Colegios Universitarios en la pasada centuria, el Palacio de Anaya fué, sucesivamente, Gobierno Civil y cuartel. Después ha servido para instalar las oficinas del Rectorado y de la Junta de Colegios. Y en la actualidad se ha pensado que puede y debe dedicarse a Residencia, ya que es propiedad de los Colegios, y que, con ciertos revocos y remozamientos imprescindibles, puede trocarse en Casa de escolares colegiados, ya que Salamanca cuenta con varias docenas de ellos, algunos do los cuales han vivido así hasta ahora, como los del Colegio de San Ambrosio.
Nada más espiritual y pedagógico, en efecto, que libertar a los chicos de esas horrendas casas de huéspedes de las viejas ciudades universitarias, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde no hay espacio ni reposo para el estudio ahincado y para la serena meditación. Con esas pesetas que recuperó la Escuela Salmantina durante la Dictadura, y que sirvieron de pretexto a una minoría de claustrales para fabricar un doctorado honorario de duración efímera, debieran adecentarse los viejos edificios universitarios que aún conserva la ciudad y aplicarles a su primitiva condición de posadas y hostales estudiantiles. Bien adecentados, eso sí, y con todos los adelantos que reclaman la urbanización y la higiene de nuestros días Salamanca podría conservar de esta laya sus mejores inmuebles, ya que dota a buen número de sus escolares, mediante oposición, de bolsas de viaje por el Extranjero, además de costearles todos sus gastos durante la licenciatura y el doctorado de las cuatro Facultades que se cursan en la Universidad.
José SÁNCHEZ ROJAS
Salamanca, Mayo, 193O.
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