La trilla
El sol, colgado del cénit, señala
la Hora de la siesta
de uno de Julio bochornoso día,
que lentamente rueda
sobre la calva superficie ardiente
de la extendida castellana estepa,
ayer verdes trigales aromosos,
hoy áridos rastrojos que blanquean...
La hoz del segador por ellos,
la mies madura abarrotó las eras
en gigantes montones hacinada,
que, Dios bendito, la cosecha es buena.
Mas, ¡cuan duro y penoso es el trabajo,
qué rudas las faenas,
y cuántos los sudores que se vierten
en las candentes eras!
Con ellos comparada, siempre es chica,
por muy grande que sea, la cosecha.
En amplio redondel está la parva
tendida por la era.
El sol no es luz, es fuego derretido
que deslumbrando quema
al caer aplastante sobre el ruedo
de la parva reseca.
La luz ciega los ojos,
el calor amodorra las cabezas,
crepitan las espigas,
se duermen las parejas
arrastrando los trillos perezosas,
los ojos rojos y la lengua fuera.
El viento se ha dormido
al frescor de la próxima alameda:
no se mueve una hoja de la encina
del medio de la era,
en cuyas ramas la chicharra entona
su canción soñolienta;
zumba el tábano hambriento
en torno a las parejas;
las moscas importunas
ante los ojos sin cesar revuelan.
Les trilliques, de pie sobre los trillos,
canturreando, la modorra ahuyentan;
el viejo aperador, que se ha sentado,
rendido por el sueño, cabecea.
Empuñan los gañanes
las horcas de madera
para tornar la parva, levantando
nubes de tamo que los ojos ciega,
reseca las gargantas,
y al cuerpo río de sudor se pega...
¡Cómo pesan las horas,
qué largas y qué lentas
para los pobres que al trabajo rudo
unció la vida con coyunda negra!
El sol, al resurgir cada mañana,
los halla en el trabajo, y cuando llega
la hora del ocaso
aún dura la faena.
De sus manos callosas, fuente viva,
fluye el grano de oro que no deja
otra cosa en sus manos que los callos...
Lo mismo que resbala por la piedra
el agua del regato, igual resbala
por sus manos el río de riqueza
que ellos crearon, y que va a perderse
en el mar de codicias de la tierra.
¡Pobres esclavos! La Ambición los puso
al nivel de sus yuntas; igual que ellas
viven para el trabajo; y el trabajo
que siempre y para todos ser debiera
fuente de bienestar, es para ellos
tiempo perdido, porque nunca llega
la hora del descanso; para otros
trabajan, cual trabajan las parejas.
Redención y descanso, bien ganados.
llegarán para ellos cuando mueran.
¡Vivir! Y, ¿para qué? Cuanto más vivan
más larga es la faena.
Ha mediado la tarde;
un poco de descanso; la merienda.
Pero el aire gallego
se ha levantado fresco de la siesta
y hay que abreviar y aprovechar el aire...
¡Poco dura la tregua!
que el viento sólo sopla cuando quiere;
si se le deja ir, tal vez no vuelva.
Con el pan en la boca se encaraman
en la parva apañada; la tarea
durará lo que el viento; si es preciso
se limpiará a la luz de las estrellas,
aunque el cuerpo se rinda y de las manos
se caiga el frágil bieldo de madera.
¿Descansar...? Cuando el viento,
si es piadoso con ellos y se acuesta.
Mas también suele despertar temprano,
y si el viento despierta,
el sol los hallará sobre la parva...
¿Cuántas noches como esta,
cortas como un relámpago,
cuántas trillas y limpias y acarreas,
han pasado por ti lentas y largas,
oh, viejo aperador? Tú no las cuentas;
mas tu cuerpo encorvado,
tus huesos retorcidos, la torpeza
de tus miembros cansinos
llevan por ti la cuenta.
Los maltrató el trabajo;
los deformó y entorpeció la brega,
que ya, viejo y caduco, aun te persigue
sin compasión ni tregua...
Ya está fuera de paja
el muelo, que al sol muestra
la gloria de oro del precioso grano.
Dura fue la faena;
pero llegó el almuerzo...
y, ¿quién se acuerda de ella
ante el trago de vino y la tajada
de longaniza añeja?
SANGIRALDO.