15 de julio de 2012

Ledesma y sus recuerdos

Trascribimos hoy un precioso artículo sobre Ledesma aparecido en la revista "Alrededor del mundo" y que fue publicado el 14 de noviembre de 1906. Iba acompañado de cuatro fotografías que, a pesar de no tener mucha calidad, no hemos querido dejar de colocar.

Pueblos viejos

Ledesma y sus recuerdos

Yo quisiera vivir en estos pueblos donde la calma reina. Flota en ellos el ambiente austero de pasados vivires, que atrae al alma con promesas de dulces ensueños, de cosas que fueron.Las murallas hablan de heroicas defensas y de tremendos asaltos habidos entre moros y cristianos; la Románica iglesia de Santa Elena, de plegarias de rudos guerreros; la cuasi gótica Santa María, de señores que domeñaron la villa; el archivo cuenta en viejos libros (alguno de ellos encuadernado con tablas), privilegios que los reyes concedieron, piadosas leyendas ó interesantes tradiciones, verdegales en el seco terruño de la Historia.

Sobre un alto peñascoso se asienta el vetusto caserío, al que ciñe la muralla, y coronándole la iglesia de Santa María, de la que surge robusta y cuadrada torre. Frente a la parte del naciente se hallan ásperas pendientes cuajadas de enormes piedras cenicientas, y abajo el Tormes, que contagiado tal vez por las costumbres de los ledesminos, murmura y reza.

Recorremos las estrechas calles evocando los relatos que guardan los viejos pergaminos, y vienen a nuestra memoria los nombres de Castrogiero ó Castrogero, general celtíbero que fundó la villa por el año 2000 a. de J. C, y el de Jerio, compañero de Hércules, que la reedificó, cambiándola el nombre de Castrogero por el de Jerio. Acaso alguna sospecha de veracidad nos asalta; pero ¡para qué detenernos en eso! ¿Por que no conceder tal antigüedad y tan señalados personajes como fundadores? Nada perdemos.

De lo que no dudaremos es de que Bletus, Letus ó Leto, que vino á España con Escipión, enviado por el Senado romano, se alojara en Jerio, mudándola el nombre con el de Bletusa ó Letisa, después Letisama, y por fin, Ledesma.

Veremos a Alfonso I devastarla en sus correrlas, y a Ramiro II volver a restaurarla,Y durante el tiempo en que la Historia enmudece, escucharemos a la leyenda, más interesante siempre en sus relatos, que nos cuenta la vida y muerte de los mártires de Ledesma.

Dueños de ella eran los árabes; gobernábala Alcama o Mafoma (¡qué más da!). Tenía este un hijo llamado Alí que es el protagonista de la leyenda. Alcama habla tolerado que algunos cristianos permanecieran en las afueras de la villa, donde ejercían su culto, dirigido por dos sacerdotes:Nicolás y Leandro. Ali, en sus juegos, habla llegado al barrio de los cristianos, trabando amistad con algunos chicos, con los que se entretenía. Poco a poco fue gustando la vida de aquellos enemigos de su religión, comenzaron a interesarle las prácticas cristianas, y por fin pidió permiso a su padre para aprender latín, y lo obtuvo, siendo sus maestros los sacerdotes Nicolás y Leandro.Pasado algún tiempo, el pequeño Alí conoció perfectamente los dogmas y misterios del cristianismo, pidiendo ser bautizado, cosa que hicieron, no sin algún reparo, los maestros. Noticioso el padre de que su hijo había renegado de su religión, mandó llamar a maestros y discípulo, y éste, con gran valentía, confesó la verdad, sin arredrarle elcastigo que le esperaba. Una noche encerrado en un calabozo, así como sus catequistas, no fue bastante a disuadirle. A la mañana siguiente, Alcama vuelve a preguntarle si ha desistido de sus propósitos, y el niño se ratifica en ellos.La leyenda describe minuciosamente la procesión que se formó para llevar al suplicio a los tres mártires; el furor del padre, que marchaba alfanje en mano; la tranquilidad de Alí, y la algarabía del pueblo. Llegados a un campo cercano, donde se habían instalado los instrumentos de martirio, el joven Nicolás (que tal era su nuevo nombre) se arrodilló el primero. Su padre quiso hacer el ultimo esfuerzo para convencerle, y cogiéndole por los cabellos y esgrimiendo el alfanje, le preguntó:

— iQué determinas, Ali!

— Ser cristiano y morir por Jesucristo.

Apenas hubo dicho esto, Alcama descargó tan rudo golpe, que la cabeza del niño cayó rodando por el suelo, y el padre ordenó después que fuera apedreado y quemado el cadáver.Los maestros de Alí murieron desollados vivos y colgados, quedando los restos de todos en el campo. Los de Alí fueron recogidos por algunos cristianos, dándole sepultura con los cuerpos de sus maestros. Alcama reventó á los pocos días, según dice la leyenda.Los restos de los tres mártires fueron encontrados milagrosamente, después de pasados cien años, por un hombre y una mujer, á quienes les fue revelado el sitio donde se hallaban.¿No es más hermoso este relato que el que nos hubiera hecho la Historia?

Probablemente, no nos hubiese pintado tan gallardamente resuelto a Alí, ni tan cruel a su padre, y aquel soberano efecto de descargar el golpe que hace rodar la angelical cabeza, hubiera desaparecido.

Guarda también Ledesma la tradición de que los cuerpos de los pastores de Belén se hallan en un arca, bajo el altar mayor de la parroquia de San Pedro, llevados a Bletusa desde Jerusalén por un devoto caballero, enterrados por una mujer o por todo el pueblo al penetrar los sarracenos en Ledesma, y depositados después en el lugar que hemos dicho. En esta villa existió una cofradía, llamada de los Pastores de Belén.

La Historia nos entrega después secamente la lista de los señores que sobre Ledesma mandaron, desde D. Pedro, hijo de Alfonso el Sabio, hasta el favorito de Enrique IV, Beltrán de la Cueva, en cuyos descendientes quedó vinculado el condado de Ledesma. Si en lugar de esta lista de nombres y de las hazañas (que a las vegadas no se hicieron), aquellos señores nos hubiesen legado la vida chica, el vivir del pueblo, su carácter, costumbres, etc., algo más agradecidos estaríamos á ellos.

Pero qué importa que todo esto se haya perdido, si aún queda intacto el escenario con la fisonomía propia de las épocas caballerescas, aquellas murallas relatando luchas encarnizadas, aquellas puertas que dan acceso a la villa y que os recitan esfuerzos desesperados para impedir el paso al enemigo, la gritería de sarracenos que entran victoriosos, el despecho reprimido de cristianos que salen vencidos, las nuevas alegrías de éstos, que triunfan, y la expulsión para siempre de los árabes; si aún queda el ojival puente, pasado el cual se ve escrito el derecho, que a percibir portazgo, tenían los condes de Ledesma; si aún queda la románica iglesia de Santa Elena, sencilla y sólida como la fe de los que en ella oraron; si aún queda la esbelta iglesia de Santa María, que os habla de muchas generaciones, desde la que conoció el arco de peraltada ojiva, que en el primer cuerpo de la torre se abre acusando haber conocido a los ledesmines del siglo XIII, hasta el retablo de la capilla mayor, que vio las pelucas empolvadas del siglo XVIII; si aún duerme bajo sus góticas naves aquel D. Sancho, nieto de D. Alfonso el Sabio, "Señor de esta villa é de otros muchos pueblos", fallecido en 1312, cuya figura evoca la interesante de su viuda, tímida, enamorada o ambiciosa, que hace pasar por hijo suyo al que no lo era llegando hasta prometer agarrar un hierro candente para ser creída (promesa que no cumplió, porque el hijo no era suyo, y sobre todo, porque aun siéndolo, estaba segura de quemarse), y confesando por ultimo ante la varonil Dª Maria de Molina su pecado, disculpándole con el miedo a que D. Sancho la matase o se divorciara y aún subsiste el sepulcro de aquel honrado caballero, Gonzalo Rodriguez de Ledesma, fundador de una de las capillas; y aún quería, en fin, aquel silencio del ayer que duerme, el espíritu del pasado flotando en el ambiente.

Yo quisiera vivir en estos pueblos donde la calma reina. Una dulce modorra se va apoderando de nosotros. Dejamos de recordar el mundo que no es Ledesma; en cambio la partida de tresillo nos interesa cada vez más.

El paseo lento, higiénico, dado por las tardes alrededor de la muralla, viendo como se doran sus almenas, y sus sillares con la rojiza luz del sol poniente, mientras nos acompañan el amable juez, y los buenos sacerdotes nos resulta plácidamente delicioso.

Ya conocemos a muchos vecinos, y podemos murmurar un rato, sabemos cómo viven, lo que tienen, lo que deben, no nos es desconocida su historia ni la de sus antepasados; ellos nos corresponden amablemente con igual conocimiento de nosotros y con idéntica murmuración.

La historia de la población se nos olvida para reemplazarla por la de sus habitantes, de aquel terrible D. Sancho y de su tímida viuda, ya no nos acordamos; otros Sanchos y otras viudas nos interesan más.

Los domingos se nos antojan días extraordinarios, la ropa de vestir que sólo usamos en esos días nos molesta. Vamos a misa, a una misa muy larga; acaso esta longitud se halla en razón inversa de nuestra devoción, pero si no vamos a ella, ¿donde veremos a las chicas y dónde podrán enseñarnos sus vestiditos nuevos? ¡Ah!, sí, en el paseo, en aquel honesto paseo donde rige la separación de sexos, donde cometemos la locura de mirar con el rabillo del ojo a una hermosa joven, produciéndonos a ella y a nosotros, una emoción que saboreamos durante ocho días, hasta el otro domingo, porque no hay otra que la reemplace. ¡Dichosos los pueblos donde las emociones duran ocho días!

Descansamos, murmuramos, rezamos; ya poseemos el espíritu nuevo de los pueblos viejos.

L. ALONSO