En 1907, también se celebraron las fiestas de la Ofrenda con toda solemnidad. Suponemos que en los dos días de fiesta (domingo y lunes) dejó de aplicarse una de las "famosas disposiciones" del ministro La Cierva que impedía abrir las tabernas en domingo (la otra gran disposición se dictaría en 1908, prohibiendo la celebración de festejos taurinos en los pueblos, motivo por el que los de Lumbrales le sacaron una famosa copla). Veamos la crónica del corresponsal de El Adelanto sobre las fiestas de dicho año.
Desde Villavieja
Fiestas y agua.
De todo hemos tenido en los días pasados. Las fiestas alegraron al pueblo, porque á calidad de buenos españoles gústannos mucho la algazara, el bullicio y los cuernos; pero la alegría por las lluvias de antes y después, ha sido mas intensa y formal, más honda y seria. Era ya muy necesaria el agua, y vese hoy á los labradores satisfechos con la ya caída, que ha sido mucha, y con la que esperan que ha de caer, dado el cariz del tiempo. Aquélla es ya bastante para una buena sementera de los cereales que llevan ya A medias; pero la otra es precisa para los pastos que comienzan a apuntar y para que se ceben los ríos, riberas y manantiales. Había sido muy grande la sequía y grande y continuada tiene que ser también la lluvia para que se remedien los desperfectos originados por ella. En los quince días últimos sólo dos hemos tenido de buen tiempo, si por tal hemos de entender el en que luzca el sol y no haya viento; y esos dos días fueron cabalmente el domingo y el lunes en que se celebraron las fiestas de la Ofrenda, lo cual dio lugar á que las jóvenes devotas de la Virgen, que aquí lo son todas, pudieron acudir con sus mejores atavíos á la ceremonia pública y al aire libre del Ofertorio, que al par que para patentizar su piedad, las sirve para lucirse. Testigos presenciales del acto me dicen que parecía haber llegado aquí una sucursal de uno de esos bazares de modas parisienses, dada la profusión de sombreros, dijes, joyas y adornos que se exhibieron, y el buen gusto y elegancia de confección; añadiendo que si volviesen al mundo los habitantes de hace medio siglo, ascendientes directos de esta generación, se quedarían atónitos y cariacontecidos, no reconociendo ni queriendo reconocer en éste al pueblo más típico entre los charros, al por entonces apenas nombrado, Villavieja. Con esto y la misa y sermón de la mañana que predicó, dando muestras de sus buenas dotes oratorias, el joven coadjutor de esta parroquia, don Silvestre Sierro, se dió por terminada la función religiosa, entrando en turno las profanas con el baile clásico del tamboril y los tres teatros por la noche. Parece mentira que hubiera público para todos; pero así fue, en efecto, puesto que los llenos, sobre todo en localidades de preferencia, fueron completos. La mayor concurrencia, sin embargo, se esperaba para el día siguiente porqué era la fiesta de los toros, en la que pusieron el ramo, al decir público, tantos los arrendatarios de la corrida, que fueron los de consumos, como el ganadero, Salustiano Galache, que trajo á la plaza unos bichos bravísimos que dieron mucho juego y que no ocasionaron el menor percance. Lo que más gustó al público y muy en especial á los forasteros que no habían presenciado nunca estas fiestas, fué la operación del encierro avisado, como siempre, á toque de campana y arrebato, el cual se hace, caminando á escape y desde la entrada del pueblo hasta la plaza una especie de heraldo á caballo con un cabestro amaestrado á cada lado, á los cuales sigue inmediatamente todo el ganado acorralado por una especie de media luna que forman también á caballo los demás encerradores, los cuales, fustigando y arreciando cuanto pueden en su carrera, hacen penetrar en animadísimo tropel el ganado en la plaza por la única puerta que se ha dejado. Admiradores de tal bizarría y habilidad fueron este año los señores Rodero, de Madrid y Sanfelices con sus hijos; Sánchez Puente, de Irún; Castilla, de Guadalajara; Moreno, de Pamplona; Miguel del Corral, de Lumbrales, y varios otros forasteros menos conocidos. Del último nombrado y ahora que no será ya indiscreción podrá decirse, dícese que muy en breve contraerá matrimonio con la joven y gentil señorita de este pueblo Isabel Rodríguez, hija de una de las principales familias de labradores y ganaderos de la provincia, la familia de los Celestinos, que por su laboriosidad y por el impulso que ha sabido dar á los negocios, ha llegado a colocarse á la altura en que está, en el espacio solo de dos generaciones. La boda promete ser un acontecimiento por la cuantía y calidad de los invitados y por las simpatías grandes que ambos contrayentes tienen en l a comarca.
El Corresponsal. Octubre, 1907.