14 de junio de 2010

El sitio de Ciudad Rodrigo en 1810 (I)

Con motivo de la celebración del bicentenario del asedio de Ciudad Rodrigo por las tropas francesas en 1810, durante la Guerra de Independencia  vamos a ir extractando en días sucesivos el relato que de dicho sitio hizo el gobernador de la plaza don Andrés Pérez de Herrasti. En esta primera entrega podremos leer los primeros intentos de conquistar la ciudad.

RELACIÓN HISTÓRICA Y CIRCUNSTANCIADA DE LOS SUCESOS DEL SITIO DE LA PLAZA DE CIUDAD RODRIGO EN EL AÑO DE 1810, HASTA SU RENDICIÓN AL EXÉRCITO FRANCÉS, MANDADO POR EL PRINCIPE DE SLINGH EL 10 DE JULIO DEL MISMO, FORMADA POR SU GENERAL GOBERNADOR DON ANDRÉS PÉREZ DE HERRASTI, PARA PERPETUA MEMORIA DE LOS HECHOS OCURRIDOS EN SU DILATADA Y GLORIOSA DEFENSA.


La plaza de Ciudad-Rodrigo está situada en el reino de León en Castilla la Vieja, a la margen del rio Águeda, a cuarenta y seis leguas al Oeste de Madrid, diez y seis de Salamanca y cinco de la frontera de Portugal, a once grados cincuenta y ocho minutos de longitud, y cuarenta grados, treinta y seis minutos de latitud.

Esta plaza la tomaron los Portugueses y sus aliados en cuatro días el año de 1706, no obstante que en aquel tiempo no estaba tan adelantado como está en el día el arte de atacar; y posteriormente la reconquistaron los Ingleses en ocho días con todo de que se hallaba aumentada su línea de defensa exterior, con los reductos y demás obras detalladas desde luego por nuestros ingenieros, que no pudieron realizarse por falta de medios y de tiempo.

En la última guerra vino a ser un punto de mucha importancia por el país que cubría, y ha traído su prolongada defensa ventajas considerables para la libertad de España como se demostrará.


Por el plano que acompaña de dicha plaza se verán las muchas ventajas que presenta el terreno al sitiador, pudiendo establecer sus baterías desde luego que la embista en la altura ó teso de san Francisco, que domina a la muralla alta, sobre una y media toesas de elevación, y está a doscientas noventa y una de distancia ; y las pocas del sitiado por no tener su fortificación más que un recinto antiguo irregular, muy estrecho y sin baluartes ni fuegos de flanco, excepto algunos pequeños torreoncillos, como se ve en dicho plano, en el que van también señaladas la falsa braga, arrabales, posición de las baterías enemigas, y algunas de sus trincheras, omitiéndose la demarcación de los diferentes ataques que hicieron a los arrabales, convento de santa Cruz, huertas de Céspedes de los Cañizos, y demás puntos de la circunferencia, y ciñéndose solo a señalar el principal, por no retardar la publicación de la obra.

Después que los franceses, rompiendo por Sierra-Morena el día 20 de diciembre del año 1809, corrieron rápidamente por todas las Andalucías, apoderándose de la mayor parte de sus capitales, y engreídos con este suceso se pregonaban ya dueños de toda la España; trataron de hacer una nueva tentativa contra la plaza de Ciudad-Rodrigo, -por el mes de marzo de 1809 habían hecho otra parecida, aunque no tan esforzada, en tiempo del teniente general don Juan Miguel de Vives, de que igualmente fueron rechazados-, a cuyo efecto se dirigió el mariscal Ney sobre ella con 12.000 hombres que sacó de Salamanca el día 7 de febrero de 1810, y presentándose a su frente el 12 del mismo a las siete de la mañana, intimó al Gobernador su rendición en el oficio que se expresa con el número 1º, a que contestó éste con la respuesta que se copia en el número 2º, y vista la negativa, comenzaron las tropas enemigas de todas armas que conducía a hacer movimientos y tomar posiciones de ataque, a que se les opusieron inmediatamente varias partidas de guerrillas y cuerpos avanzados, que mandó el general Gobernador saliesen por todos los puntos, y se trabó una escaramuza general que duró todo el día, conteniéndoles los nuestros, y rechazándoles por cuantos parajes intentaban adelantar, usando por los más de la artillería de la plaza cuando se ponían a alcance, y causándoles una pérdida visible, que no bajó de cincuenta muertos y doble número de heridos, sin que por nuestra parte resultasen más que dos de los primeros, y trece de los segundos.

Al anochecer cesaron las escaramuzas, y habiéndose sus partidas replegado sobre la línea que ocupaba el grueso de sus tropas, quedaron las nuestras en posición y los fuegos suspendidos.

Pero a las siete y cuarto de la noche empezaron de sorpresa a arrojar granadas sobre la plaza, desde la caída del teso de san Francisco, donde conocimos habían colocado una batería de obuses para este efecto, que no podían haber parapetado y construido en debida forma, en el corto intermedio que habían tenido desde que obscureció hasta aquella hora.

En el momento se les dirigieron contra ella todos los fuegos que teníamos por aquel frente, y al cabo de dos horas y media se les logró acertar una bomba y una granada en medio de dicha batería, con las que se les hizo callar, inutilizándoles una de las piezas, y desmontándoles otra según se supo después.

Quedaron de resultas en silencio durante todo el resto de la noche, y nosotros continuamos en vivac en todos los puntos, y sobre las murallas, esperando si romperían por algún otro lado sus tentativas; pero no tuvieron por conveniente repetirlas, y cuando amaneció los vimos formados en batalla fuera del tiro de cañón de la plaza, y a las nueve de la mañana comenzaron a desfilar por el camino de Valdecarros con dirección hacia san Felices. Destacamos entonces varias partidas a picarles la retaguardia y perseguirlos en la retirada, las que mataron algunos de ellos, y les obligaron a dejar numerosas grandes guardias de caballería para cubrir su marcha, una de las cuales nos mató al cadete del regimiento de Mallorca don Andrés Araujo, e hirió al de la propia clase y cuerpo don Juan Pérez, que llenos de ardor se habían empeñado demasiadamente sobre ellos.

Desde este día, desengañados de que no tenían que esperar fruto alguno de sus tentativas y seducciones para tomar la plaza de Ciudad-Rodrigo, y que como se les había manifestado en la respuesta dada a su intimación, estaban el Gobernador, guarnición y habitantes resueltos a sostenerla con las armas hasta el último extremo, comenzaron a dar disposiciones de aprestos, preparativos y reunión de tropas para su sitio formal, y por nuestra parte, recelosos de él, no omitimos cuánto pudo estar a nuestro alcance para prevenirnos a la defensa.

Documentos a los que se refiere el texto anterior:


NÚM.º 1

Carta de intimación primera, escrita por el Mariscal Ney, duque de Elchinguen, sobre la rendición de la plaza de Ciudad-Rodrigo, dirigida a su Gobernador don Andrés de Herrasti el día 12 de febrero de 1810 a las siete y media de la mañana,

SEÑOR GOBERNADOR.

He tenido el honor de escribiros hace algunos días, para haceros proposiciones relativas a la plaza de que tenéis el mando.

Recordándoos el contenido de mis cartas me limitaré a añadir lo que vos sabéis ya sin duda; y es que cuasi todas las plazas de Andalucía han abierto sus puertas a S. M. C., y que todo anuncia en fin la entera pacificación de la España.

Vos sois sin duda bastante razonable, señor Gobernador, para juzgar que nada puede ya en adelante retardar tan bello resultado, y es bajo este supuesto que yo os suplico me deis una seguridad, respondiendo a mis dos cartas.

Tengo el honor de ser, señor Gobernador, vuestro mas rendido servidor el Mariscal duque de Elchinguen, comandante en jefe del 6.° cuerpo del ejército.= Ney.

NÚM.º 2º

Respuesta dada por el Gobernador a la carta antecedente.

Como Presidente de la junta superior de Castilla la Vieja; como Gobernador de la plaza de Ciudad-Rodrigo ; y como militar, tengo jurada la defensa de esta plaza por su legítimo Rey don Fernando VII, hasta perder la última gota de mi sangre : así pienso cumplirlo ; y toda la guarnición y habitantes de la ciudad están resueltos a lo mismo, que es la única contestación que da a las proposiciones que se le hacen.

El General, Gobernador de la plaza de Ciudad-Rodrigo. = Andrés de Herrasti.

NOTA.

Las cartas anteriores que supone en la suya el Mariscal Ney, remitidas al Gobernador, fueron unas circulares que generalmente dirigió a todos los generales de divisiones, y jefes de los ejércitos, después de la entrada de las tropas francesas en Andalucía, tratando de atraerlos, en el supuesto que funda de que ya estaba cuasi toda la España acorde y sumisa al intruso Rey José, y no tenían que esperar fruto alguno de su continuación en sostener la causa de nuestro legítimo Rey Fernando.

Estas no llegaron a manos del Gobernador, y fueron cogidas y remitidas al general don Gabriel de Mendizabal, que las envió todas al marqués de la Romana, y así no hubo caso de anticipar la misma respuesta que se dio a la última.