A real pregonaban y vendían el martes último el cuarto de arroba de guindas algunos cosecheros de Mieza. A primera vista parece que esto nada tiene de particular; pero vamos a cuentas. Vaya V. a la heredad guindalera, suba luego al árbol con exposición a romperse la crisma, comience después a ir cogiendo las guindas poquito a poco y con mucho tiento porque si no se estripan; emplee V. en esta operación de tres a cuatro horas para reunir una carga de seis ú ocho arrobas. Emprenda V. luego por tortuosas y pendientes veredas con dirección a Mieza arreando el machito, y después de quitarle la carga y apiensarlo bien, cene V. algo y échese un ratito á descansar. A la mañana siguiente, una hora antes del crepúsculo vuelva V. a cargar el machito con su correspondiente alforja, provista de la merienda y la calabacita. Y arre... arre... aquí tropezando y alli cayendo consigue V. andar las cinco leguas largas y de mal camino que le separan del punto elegido como término de su viaje. Sobre las nueve de la mañana deposita V. la pareja de banastas en el mercado, y después de dejar el mulito en la podada, echa V. mano a la romana y principia a reventarse los pulmones pregonando y ponderando la mercancía. A eso de las cinco de la tarde, ronco y achicharrado principia a verse el fondo de la segunda banasta y poco después se remata la faena con la venta de la última libra de guindas a perra chica, o el último cuarto de arroba a real. Y a las seis o seis y media de la tarde previo el abono de gastos de posada, emprenda V. nuevamente el viaje de regreso a Mieza donde llegará, si no se detiene en el camino, entre gallos y media noche.
¡A que tristes y serias reflexiones, aunque parece una broma, se presta lo dicho anteriormente!
Pero todo no ha de ser ganar, en cambio nos cabe la dicha de vivir en el siglo de las luces y estar regidos por gobiernos liberales. No es nada lo del ojo... (y lo llevaba en la mano).
6 de junio de 2010
Las guindas de Mieza
Se quejan hoy día, y con razón, los agricultores del precio de sus productos. De lo poco que reciben a cambio de sus lechugas o tomates y de lo mucho que otros perciben cuando se vende al consumidor. En otros tiempos casi no había intermediarios y el agricultor tenía que ocuparse de todo: recogida, transporte, venta,... También en aquella época se quejaban ¡y con razón! de lo poco que recibían por lo mucho que trabajaban. Transcribo a continuación unas reflexiones publicadas en el semanario "El Avanzado" de Vitigudino en el verano de 1890, hace ahora casi ciento veinte años.