19 de abril de 2011

Estudio histórico clínico de una doble epidemia (IX)

Continuamos hoy con la publicación del capítulo IX del trabajo de investigación llevado a cabo por el médico villaviejense don Dionisio García Alonso en 1897 y que resultó premiado simultáneamente por las Academías de Medicina de Barcelona y Madrid

MARCHA DE CADA UNA DE LAS DOS ENFERMEDADES

No voy en este capítulo á decir nada del mal llamado período de incubación en las dos enfermedades. No concibiéndose la idea de enfermedad sin manifestaciones ostensibles que la delaten, queda de hecho reducida la incubación, tan necesaria para la explicación del proceso morboso en esta clase de afecciones, a un asunto de pura disquisición científica, y cuyo lógico lugar lo tendrá, por tanto, en el capítulo dedicado á esclarecer la Etiología y Patogenia de las enfermedades que nos ocupan.

Tampoco voy a enumerar uno por uno los síntomas de los demás períodos en cada una de las dos enfermedades cuando atacaron a un individuo aisladamente, ni me entretendré en describir detalladamente la marcha de las enfermedades y sucesión de sus períodos. Huelga cuanto sobre esto pudiera decirse por demasiado conocido,y además me saldría del objeto principal que me he propuesto con la publicación de este escrito, que es el poner de relieve, fijar bien las diferencias que, dada la igualdad intrínseca de afecciones, distinguieron, sin embargo, á los enfermos y epidemia reciente de sarampión y coqueluche en Villavieja, de los enfermos y epidemias de enfermedades iguales en otros tiempos y lugares.

1º. Marcha del sarampión.— Concretándome al asunto, sólo diré que el primer período del sarampión (haciendo caso omiso de la incubación) en los casos regulares, caracterizado principalmente por la fiebre de tipo irregular y fenómenos catarrales de las mucosas ocular, nasal, bucal, faríngea y laringo-bronquial, osciló en esta epidemia entre dos y cinco días; que la erupción comenzó casi siempre en la noche por la frente, mejillas y mentón, extendiéndose luego al tronco y miembros en el espacio de dos días, al cabo de los cuales palidecía en los primeros puntos, hallándose en los últimos en apogeo, para venir también á descender y casi borrarse la erupción al cuarto ó quinto día; la fiebre, que subió en varios casos á 39° y 40° al principio de la erupción, acompañó á ésta en su baja y coincidió en la desaparición, iniciándose la convalecencia desde entonces, pero siguiendo la tos de carácter catarral por varios días y una desgana, displicencia, malestar, tristeza y depresión de fuerzas, impropias de las convalecencias de la infancia, que suelen ser muy cortas y que yo no había observado en otras epidemias de sarampión; esto sucedía en los casos normales, regulares, en los que no podía verse ni sospecharse siquiera la ingerencia de ninguna otra infección, ni complicación de ningún género, casos que ascenderían á poco más de la tercera parte del número total de atacados.

Estas convalecencias lentas é insidiosas, la apatía, el abatimiento, hasta el punto de tener que disponer sacaran á muchos niños á viva fuerza del lecho, ¿tendrían tal vez por causa la mayor fuerza patógena de que viniera investido el agente morbilioso? ¿Serían quizá debidos, más bien que á la calidad, á la cantidad de gérmenes recibidos por los niños? ¿O bien influirían las condiciones exteriores, el genio epidémico de los antiguos, dentro del cual cabría, como factor, la concomitancia de la epidemia de coqueluche, á pesar de que los niños á que ahora me refiero, no se hallaban afectos de tal enfermedad? De difícil contestación estas preguntas, puédese creer lógicamente y habida cuenta del modo y forma cómo se verificó el contagio en la inmensa mayoría de los casos, según se dirá más adelante, que el segundo extremo referente á la cantidad de gérmenes, debió realizarse en casi todos, lo que no obsta para admitir que la calidad, modificada ó no por las condiciones cósmicas, debió de tener también su intervención en los resultados.

2.º Marcha de la coqueluche,— La coqueluche aislada, en casi todos los casos comenzó por fiebre ligera de tipo irregular y signos de bronquitis; al cabo de ocho ó diez días, en los que la fiebre había ya desaparecido, los accesos de tos iban tomando poco á poco la forma característica de la ferina, y á los quince casi siempre estaba ya la enfermedad en su apogeo, con su tos convulsiva, edema de la cara, vómitos alimenticios y alguna vez hemorragias nasales, estomatorragias, equimosis palpebrales y subconjuntivales y hasta espasmos de la glotis; todo esto acompañado de un regular estado general, á no ser en los pocos casos en que las hemorragias ó los vómitos fueran muy copiosos y frecuentes; al mes, próximamente, había ya expectoración de materias viscosas y saliva, mezcladas á veces con los alimentos por el vómito; después la expectoración se hacía mucosa, purulenta, espesa, color blanco-ceniciento ó verdoso; los accesos de tos iban disminuyendo en fuerza y frecuencia, y en un intervalo de tres hasta seis meses, ha terminado la enfermedad; encontrándose aun hoy varios, en que habiéndoles desaparecido por algún tiempo, ha vuelto á reproducirse por una ó varias veces, con ocasión de catarros, la tos coqueluchoide, cuya forma producida por el hábito ó tal vez por restos intraor-gánicos del agente causal primitivo ó por nuevo contagio, ha venido á ceder mucho más pronto, con abundante expectoración y después de haber ofrecido mucha menor intensidad que la causada por el germen ó agente del principio del mal. En casi todos los niños hubo, en la terminación de la enfermedad, una recrudescencia por espacio aproximado de quince días, caracterizada por síntomas febriles, análogos á los del principio por aumento de los accesos de tos en fuerza y frecuencia, con corta expectoración, que muy en breve se aumentaba para concluir con ella el mal, cuando hacía presumir á los profanos que de nuevo iba á comenzar.