Y vaya con el último elogio por hoy, dedicado al maestro de este pueblo, don Leopoldo Garc a Marcos. Sin alharacas y sin bombos, sin haber hecho circular la noticia por la Prensa, y sin querer dar al acto la importancia que tiene, ha hecho para sí y sus discípulos una fiesta del árbol familiar é íntima, y de la que á lo sumo daría cuenta al alcalde. Yo me sorprendí muy gratamente, y como yo, todo el vecindario, cuando vi un día á orillas del camino de la estación una estaca de acacia defendida por una empalizada. Pasé días después, y vi ya negrillos y chopos y más acacias, y supe que los niños habían arrancado las plantas en huertos y prados con permiso, y que en las tardes, al salir de la escuela y guiados por el maestro, se habían dedicado á plantarlas. Y supe más tarde que cada niño de los mayores tenía por suyo un arbolito y que iba á regarlo cuando hacía falta, á visitarlo todos los días y á resguardarlo con espinos y zarzas. ¿Arraigarán? Tal vez no todos; pero lo que sí arraiga seguramente es la lección que se ha propuesto dar el señor maestro. Yo le felicito y felicito también á los niños, haciendo votos porque la fiesta, aunque sea silenciosa como ahora, se repita en los próximos años.—El corresponsal,
¿Dónde han ido a parar esos árboles? ¿O no salió ninguno adelante?