Juan Antonio Cavestany (Sevilla, 31 de diciembre de 1861- Madrid, 3 de diciembre de 1924) Literato y político español.Tal y como nos indica el texto anterior, fue elegido diputado por la circunscripción de Salamanca, distrito de Vitigudino en las elecciones de 1896, 1898 y 1899. En 1903 lo fue por el distrito de Sequeros. Posteriormente fue senador por Salamanca en las legislaturas 1905-1907 y 1907-1908. En 1914 fue designado como senador vitalicio. Como curiosidad añadiremos que fue quien intentó por todos los medios evitar la ejecución en Vitigudino de la pena de muerte a la que se había condenado a Pedro Manso por el crimen de Ituero de Huebra y que no pudo conseguir.
En Sevilla pasó los años de su infancia y los primeros de su juventud. Mostró desde muy niño extraordinaria afición a la poesía y fueron tan precoces sus aptitudes literarias, que a los trece años había ya publicado un librito de versos y antes de cumplir los dieciséis, el 13 de diciembre de 1877, estrenó en el Teatro Español su famoso drama El esclavo de su culpa. El éxito que alcanzó esta obra fue tan grande que él sólo bastó para hacer popular en toda España y aun fuera de ella el nombre de su autor. Después, estrenó dramas y comedias, de las cuales fueron las más aplaudidas: Grandezas humanas, Sobre quién viene el castigo, Salirse de su esfera, El Casino, Juan Pérez, La noche antes y Despertar en la sombra. Todas estas obras fueron escritas antes de cumplir los veinte años. Se dedicó luego a la poesía lírica y publicó un tomo de versos que mereció grandes elogios de la crítica.
La política lo apartó entonces del camino de las musas y le hizo interrumpir su exitosa carrera literaria. Militando en el Partido Conservador, tuvo por primera vez asiento en el Congreso en 1891, representando a un distrito de Andalucía. Después fue diputado en seis legislaturas y senador dos veces, siempre por la provincia de Salamanca. Posteriormente regresó a la vida literaria con nuevos bríos, cultivando literatura lírica y dramática. Aplaudidísimas fueron sus obras La duquesa de la Villiere, que alacanzó más de sesenta representaciones seguidas; La Reina y la comedianta; Nerón, lírica; El leoncillo; Los tres galanes de Estrella, imitación del teatro antiguo español; Farinelli, ópera con música de Bretón; El idilio de los viejos, y otras, mereciendo grandes aplausos de la crítica y del público sus dos tomos de poesías Versos viejos y Al pie de la Giralda, dedicado íntegro a Sevilla, lleno de ternura y colorido.
Como orador político, su brillantez le valió en ambas Cámaras grandes éxitos, siendo uno de los mayores el que cosechó en el Senado en un discurso en pro de la conservación de la Alhambra. Como conferenciante, se prodigó en el Ateneo de Madrid, y en los Juegos Florales de Albacete (1905), Granada (1907) y Sevilla (1908). Ingresó en la Real Academia Española en febrero de 1902, y fue vicepresidente del Congreso de los Diputados con el gobierno de Raimundo Fernández Villaverde. En 1910 realizó una importante excursión literaria por América. Estuvo en posesión de la Gran Cruz del Cristo de Portugal y otras condecoraciones y fue maestrante de Zaragoza.
Al comprar la Diputación de Cáceres el palacio de Carvajal a la familia Cavestany-Carvajal en 1985, se adquirió con él la biblioteca del famoso autor dramático y poeta, que figuran en su archivo; entre los manuscritos se conservan cartas y escritos de Ricardo León, Blanca de los Ríos, Pedro Muñoz Seca, Eduardo Zamacois, Jacinto Benavente, Linares Rivas, Emilio Carrere y los originales de sus obras.
Vamos a transcribir a continuación la poesía que me encontré en el almanaque y la fotografía que la ilustraba:
LA CUNA VACÍA
I
La dulce princesa de un reino de Oriente
Llevaba en el surco marcado en su frente
La huella profunda de oculto dolor:
Doncellas y pajes, con ánimo inquieto,
En vano intentaban saber su secreto;
Secreto, sin duda, de males de amor.
¿Por quién llorar puede la hermosa princesa?
¿Por qué la corona le irrita y le pesa?
¿Por qué su hermosura no quiere adornar,
Ni apenas recoge, como antes solía,
Los rubios cabellos, cual hebras del día
Que bajan humildes sus pies á besar?
Sus ojos azules, tan tristes ahora,
No tienen, como antes, destellos de aurora;
Tristeza de ocaso su luz empañó.
¿Qué oculta en su pecho, de amores morada.
La rubia princesa, la rosa tronchada?...
¡Tronchada y apenas sus hojas abrió!
II
Vagaba una tarde florida y serena
La pálida virgen, la blanca azucena,
Mirando á las olas la playa bordar...
Del sol á los vivos ponientes reflejos,
Su vista buscaba muy lejos, muy lejos...
Allá, donde se unen el Cielo y el Mar.
Sondaba afanosa la azul lejanía,
Buscando algo en ella que no descubría,
Tal vez de la niebla perdido en el tul...
Sus ojos, ansiando rasgar ese velo,
Decir parecían al agua y al cielo:
¿Miradnos despacio; copiad nuestro azul.
Un paje al mirarla, su paje querido,
Sin duda el más bello y el más atrevido,
Se acerca á la hermosa princesa ideal;
Con gesto gracioso saluda y se inclina,
Y asi le pregunta con voz argentina:
-¿Qué tienes, Señora? ¿Quién causa tu mal?
Yo sé muchos cuentos y trovas de amores;
Sé historias de ninfas, de guerras, de flores,
Que son en las penas de extraña virtud.
¿Cuál de ellas te canto? Mi voz vibra y besa.
Por darte consuelo, mi dulce princesa,
Los dedos y el alma pondré en el laúd.
- No cantes, mi paje; tus trovas no quiero.
- ¿Qué anhelas entonces?~Que venga el que espero
La rubia princesa responde al doncel.
- Le estoy aguardando de noche y de día,
Y el Hada me dijo que no tardaría...
La vida y el trono me sobran sin él.
De pronto un objeto, rompiendo la bruma
Y envuelto en un nimbo de luz y de espuma,
Se vio de las olas surgir y avanzar.
La niña dio un grito.-¡Por fin! ¡Es mi amado!
Y un carro de nácar, por cisnes tirado,
Con rumbo á la orilla flotó sobre el Mar.
Y él era. Llegaba gallardo, arrogante,
Ceñidas las sienes por blanco turbante,
Sediento de goces, rendido de amor;
Mostrando sus galas, su porte sereno,
Su noble apostura, su rostro moreno,
Sus ojos rasgados de ardiente fulgor.
- ¡Por Dios, que tardaste!-gimió la doncella.
- ¡Mi bien! - dijo el mozo, corriendo hacia ella
Apenas la playa tocó su bajel.
Después... ¿quién describe tan hondo embeleso?
Fué un soplo, un instante, lo breve de un beso...
¡De un beso y dos almas prendidas en él!
Al dia siguiente los tiernos esposos
De Dios ante el ara llegaron dichosos,
Fundiendo dos vidas un mismo crisol;
Y uniéronse en lazo de amor verdadero
La rubia princesa y el joven guerrero
Venido sin duda del reino del Sol.
Llevaba el mancebo rizada gorguera,
Y un casco de plata con larga cimera
Y un manto bordado, color carmesí;
La niña con perlas trenzado el cabello,
Y en hilos de aljófar, pendiente del cuello,
Rival de sus labios, un claro rubí.
¡Cuan noble en su dicha la amante pareja!
Los grandes felices y el pueblo sin queja,
Todo era ventura del trono en redor;
Y más cuando uniendo tesoro á tesoro,
Con un bello infante, más rubio que el oro,
Feliz heredero dio al reino su amor.
Jamás fué la suerte más plena y brillante
Las hadas vertieron en torno al infante
Riquezas y honores y gloria y poder.
La dicha perfecta se da en esta vida,
Porque ambos esposos la vieron cumplida
Meciendo la cuna del ser de su ser.
III
¿Qué tiene la dulce princesa de Oriente?
De nuevo los surcos que marcan su frente
Las huellas delatan de oculto pesar.
¿Qué tiene el esposo tan bello y amado,
Gentil mensajero de un reino ignorado,
Que en carro de cisnes llegó por el Mar?
La hermosa no lleva brillantes al cuello,
Ni trenza con perlas el rubio cabello,
Ni en hilos de aljófar ostenta el rubí;
Su amante no luce la blanca gorguera,
Ni el casco de plata con larga cimera
Ni el manto bordado color carmesí.
¿Qué tienen, que lloran? La dócil fortuna
¿No es siempre su esclava? ¿Del hijo la cuna
No pueden felices mirar y mecer?
Meciéndola pasan la noche y el dia...
Pero ¡ay! ya no encierra la cuna vacia
Los tiernos hechizos del ser de su ser.
Ya el arca no guarda su antiguo tesoro;
Perdieron al ángel más rubio que el oro,
Que huyó de sus brazos y huyó de su amor...
Meciendo esa cuna - la luz de su nido-
No mecen y arrullan al ángel perdido,
Que mecen y arrullan su propio dolor...
Juan Antonio Cavestany.