9 de octubre de 2011

El doctor Calvo y Román

Iglesia de Bogajo
Publicamos a continuación un pequeño artículo aparecido en el periódico provincial "El Adelanto" hace ahora unos cien años, concretamente el 12 de Octubre de 1911. En él se nos expone una sucinta biografía de un ilustre sacerdote, natural de la vecina localidad de Bogajo y que ejerció su ministerio sacerdotal durante treinta y tres años en Barruecopardo.

El doctor Calvo y Román

Si hubiésemos tenido el honor de ser visitados por la eminencia cardenalicia que cita en su Centenario de Aldeamojada el ilustre don Luis Maldonado, al ser objeto de su habitual pregunta sobre lo más notable de esta villa, sin dilación y sin titubeos hubiésemos contestado al unísono: lo más notable de Barruecopardo es su venerable párroco, el sabio y virtuoso sacerdote doctor don Juan José Calvo y Román.

No es extraño, pues, que Barrueco llore su muerte, acaecida en estos días, ya que al perderle, ha desaparecido lo más notable del pueblo, sumergiéndole en una especie de orfandad moral, pues con él llenábamos muy cumplidamente nuestro natural deseo de que el forastero intelectual encontrara en éste apartado rincón, algo que no fuera la incultura natural de la aldea, algo que saliera del ordinario marco rural y, remontándose sobre el pardo barbecho y empinadas crestas de nuestros campos, se internase en disquisiciones históricas y filosóficas con la firmeza del cirujano que, conociendo a perfección el humano organismo, hunde en él su habilísimo escalpelo.

No es posible en una crónica periodística, ni de ello sería yo capaz, dar completa idea de la laboriosa vida de este esclarecido varón, consagrado a un estudio incesante, no interrumpido jamás por otros terrenales menesteres: trazaremos rápido bosquejo de su historia.

Nació el doctor don Juan José Calvo y Román de humildísimos padres en Bogajo, allá por el año 1836, y su precoz inteligencia y desusada aplicación le llevaron al seminario de Ciudad Rodrigo, donde sirviendo de fámulo, cursó sus estudios con grandísimo aprovechamiento. Bien pronto destacose con marcado relieve sobre los demás, ganando en buena lid el calificado de pozo sin hondón con que se le designaba.

Aprobó, con notas superiores, siete años de Latín, Humanidades y Filosofía, y siete de Sagrada Teología, recibiendo por gracia en el mismo Seminario el grado de Bachiller en Teología, por unanimidad de votos. En el Seminario de Salamanca obtuvo los grados de licenciado y doctor en la citada Facultad de Teología némine discrepante; y en su Universidad literaria el grado y título de profesor de Latinidad y Humanidades. Fué en el Seminario de Ciudad Rodrigo mayordomo interior, secretario de estudios y catedrático, explicando sucesivamente hebreo, francés, latín, historia profana y sagrada, geografía, literatura, perfección de latín y oratoria sagrada.

Representó a la diócesis como teólogo consultor en un concilio celebrado en Valladolid. Hizo varias oposiciones a dignidades eclesiásticas, distinguiéndose en todas y dejando honda huella en el ánimo de los tribunales que le juzgaron, no obteniendo resultado práctico en parte por sus maneras un tanto ordinarias y acaso por fiar demasiado en sus conocimientos, olvidando que para los tentáculos de la influencia son ligera malla hasta los gruesos muros de los templos. De haber seguido indicaciones del malogrado obispo, señor Izquierdo, seguramente hubieran variado las cosas, pero, ya escéptico, las desoyó y vino a este arciprestazgo, donde llevaba al morir treinta y tres años.

Ha hecho distintas traducciones, algunas de gran mérito, como la del San Pío V, y ha puesto comentarios a cuantas obras han llegado a su alcance. Ha publicado varios folletos sobre distintos temas y asuntos, alguno sobre la legitimidad de los reyes, é inéditas ha de conservar cosas interesantísimas. Sus oraciones, repletas de doctrina y salpicadas de luminosas citas, no eran debidamente apreciadas por su excesiva llaneza, pero en cambio era su conversación amenísima y abundosa.

Era una autoridad dentro y fuera de la diócesis, y hay mil rasgos de su talento y de su aplicación, pero haciéndose esto largo, termino diciendo que la muerte de este preclaro sacerdote se ha de sentir en esta comarca, al igual que se siente la desaparición de una biblioteca; pues tal era para todos, y ello ha de mover seguramente al ilustradísimo prelado de Ciudad Rodrigo, a meditar sobre su sucesión, ya que un descenso brusco sería penoso y expuesto, sí bien hay virtudes que en gran parte compensan el desnivel científico.
Descanse en paz el venerable sacerdote y, conociendo el general sentimiento de esta villa, me complazco en transmitirlo a sus hermanos y sobrinos, que ven con razón en su muerte el moral derrumbamiento del solar de sus mayores.

FÉLIX GONZÁLEZ.
Barruecopardo, Octubre de 1911.