PEDRO MERCHÁN HERRERO |
22 de Agosto de 2.011
ANTECEDENTES.
Sábado, 23 de julio de 2011, cuatro y media de la tarde; hace un mes. Después de degustar una de sus insuperables paellas y de compartir una botella de vino de Rueda, Paloma, mi compañera del alma, me pregunta acerca de cómo llevo el pregón de las fiestas de Villavieja. En ese momento, con la euforia que te proporciona una razonable dosis de marisco y de alcohol, le contesto que ya lo tengo más o menos claro, que pienso decir algo así: “Señor alcalde, señoras y señores concejales, familiares y vecinos, amigos todos. Como exclamaría mi admirado José Antonio Labordeta, ¡A la mierda!; vamos a dejarnos de palabrería y a beber que la Fiesta ya ha comenzado”. No voy a contar nada más, le dije. Creo que sin duda será este un discurso breve y conciso, sin grandes florituras, a la par que efectivo; el mensaje se entenderá perfectamente. Ella, estupefacta en un primer momento, suelta enseguida una gran carcajada a la que me uno mientras pensamos:”estaría bien; sería cuando menos algo innovador, distinto”. Paloma pone en práctica el deporte nacional, la siesta; yo termino de recoger la cocina. Hoy no puedo disfrutar de ese pequeño descanso tan español, tengo algo más importante que hacer. Este fin de semana coincide con el puente de Santiago y es el elegido por mí para tener definitivamente “el parto”, es decir, escribir el pregón de las fiestas de mi querido pueblo. Decido acabar la comida con un estupendo café bombón, ya sabéis, café y leche condensada. Que este discurso que hoy os presento sea al final un poco más largo, deberéis agradecérselo precisamente a ese café. Saboreándolo, me convenzo de que tal vez un pregón tan escueto, tan impactante y directo, por mucho homenaje que suponga a Labordeta, no va a ser bien entendido por todos. Haceros venir hasta aquí para soltaros esta sola frase parece cuando menos osado; me ganaría alguna crítica o aún peor, algún tomatazo.
Con estos condicionantes, un segundo café bombón me ayuda a desechar esta repentina ocurrencia, tan sumamente radical, fruto de los calores veraniegos y de las influencias de Baco. Sentado delante del ordenador retomo la senda que desde hacía algunas semanas rondaba por mi cabeza. Llevo muchos días dándole vueltas, buscando el modo mejor de enfrentarme a un acontecimiento tan especial como este, ser el pregonero de las fiestas de Villavieja. Trato de encontrar la idea fuerza que inspire esta alocución y que debe cumplir a mi entender dos requisitos: hablar de algún asunto conocido por todos, pero que al mismo tiempo aporte un punto original o diferente. Como suele ocurrir cuando te enfrentas a este tipo de retos, la solución se encuentra donde menos te la esperas, la inspiración te llega en los momentos más insospechados y en cosas que no guardan en principio ninguna relación con lo que estás buscando. Esto es precisamente lo que me sucedió con Spencer Tunick. Enfrascado en lograr esa idea genial, con la que conseguir un texto un poco serio y coherente, fue precisamente él quien me dio la clave. Luego os explico quien es este caballero y qué fue lo que me iluminó. Ahora vamos a empezar como Dios manda, por el principio.
Lunes, 6 de Junio de 2011, tres menos cuarto de la tarde, mes y medio antes de la insuperable paella. En mi trabajo, terminando de comer, junto a Paloma, recibo una llamada. Es Jorge Rodríguez, quien a punto de ser nombrado nuevo alcalde de Villavieja, me propone algo sorprendente para mí:”Pedro, queremos que seas el pregonero de este año”. Tras un primer momento de incredulidad, le trasmito mis dudas y temores; existen vecinos más cualificados que yo, y con mayores méritos para tal fin. Él, sin embargo, se muestra convencido de lo contrario y me insta a que lo piense con calma, que según su opinión doy el perfil adecuado. Está viajando hacia el pueblo y, cosas de la técnica o de la maravillosa cobertura que tenemos por aquí, se corta la comunicación. Paloma me pregunta que quién era y yo le resumo la conversación de apenas tres o cuatro minutos. Es ella la primera que me empuja a aceptar este desafío, a asumir esta gran responsabilidad, disipando mis miedos iniciales (luego han sido muchos más, amigos y allegados los que me han animado a disfrutar de este momento). Al cuarto de hora, Jorge ya ha llegado a nuestra localidad y vuelve a darme, como decimos por aquí, un telefonazo. En esta segunda conversación acepto el encargo y al colgar, empiezo a pensar cómo debería ser el gran momento.
PREGÓN.
Lunes, 22 de Agosto de 2.011, hoy, día del pregón, un mes después de la insuperable paella. No os podéis hacer una idea del enorme honor que supone para mí estar aquí y ahora ante todos vosotros. Sin dilación entremos en materia; valor y al toro, allá vamos.
Señor alcalde, señoras y señores concejales, familiares y vecinos, amigos todos. Parafraseando al genial Luis García Berlanga en su inolvidable película “Bienvenido, Mister Marshall”, quiero deciros que al haberme elegido este año como vuestro pregonero, os debo un pregón, y este pregón que os debo, os lo voy a pagar. Espero no defraudaros y que ni la Comisión ni el Ayuntamiento se arrepientan de la decisión de que sea hoy yo, el que ocupe esta tribuna.
Estoy seguro que la gran mayoría de vosotros habéis ojeado el programa de fiestas de este año y que posiblemente os ha llamado la atención un pequeño detalle: “Se aconseja asistir al acto con la muda limpia”, reza una nota justo al final de la reseña biográfica del pregonero, refiriéndose a este momento, al del pregón. No se trata ni de un desliz de la Comisión al maquetar y diseñar dicho programa ni de una errata de imprenta, es una petición expresa mía para que así apareciera. Jorge me dio en todo momento libertad para hacer lo que quisiera. Ya le advertí que mi intención era elaborar algo totalmente distinto del formato habitual; “pon lo que quieras, haz lo que te parezca”, me dijo. Que confianza la suya, tratándose de alguien como yo, un chaval (bueno ya menos chaval), que está un poco volado y que encima pertenece a El Chiringuito. En fin, sin duda una bomba de relojería. Os preguntaréis: ¿por dónde nos saldrá éste con lo de la muda limpia? La verdad, poniéndome en vuestro lugar, también estaría un poco mosca.
Intentare tranquilizaros. Tiene una parte de homenaje a nuestros antepasados, a nuestros padres y sobre todo a nuestros abuelos, que ante un acto de cierta relevancia social, como podía ser una boda, o una misa o procesión en honor a nuestra patrona, procuraban ir aseados, dentro de sus limitaciones; pero eso sí, con las prendas íntimas presentables, como si fueran al médico. Hay sin embargo otra parte un poco…, - ¿cómo decirlo para que me entendáis? -, un poco más atrevida. Os conozco, sé que sois educados y obedientes, que habréis hecho caso a mi advertencia y que vendréis todos impecables; por eso espero que no exista ningún problema ante lo que quiero proponeros.
Vuelve a entrar en escena el tipo del que antes os hablé, Spencer Tunick. Seguramente no os sonará de nada. A mí me pasaba lo mismo hasta que se me ocurrió la idea de cómo afrontar este pregón. No lo conocía por su nombre, pero, como muchos de vosotros, sí por su trabajo, que ha sido varias veces portada en prensa y televisión. Este señor es un fotógrafo estadounidense nacido en 1.967 y conocido por retratar a miles de personas juntas por ciudades de todo el mundo. Su trabajo se ha localizado en escenarios urbanos de Nueva York, Londres o Montreal, entre otras capitales. En Barcelona en el año 2.003, reunió a unos 7.000 hombres y mujeres. En San Sebastián, en 2.006, cerca de 1.200 vascos posaron para él en el Palacio del Kursaal. De alguna manera podemos decir que intenta en esas instalaciones humanas captar cual es la esencia del alma, reflejar lo fundamental del hombre. Y esta es la idea fuerza que me ha inspirado para construir el armazón, la estructura de este discurso: pretendo averiguar donde reside lo sustancial de ser villaviejense, llegar hasta lo más íntimo de nosotros mismos y poder concretar qué nos define mejor, desvestir de alguna manera nuestra alma. Para ello voy a emplear el mismo método que este artista norteamericano. Miembros de La Comisión nos fotografiaran ahora y después veremos cuáles son los resultados y quizás alcancemos a descubrir nuestra esencia.
Es esta la parte que anteriormente os presenté como más arriesgada, más atrevida sin duda y que explica el porqué de acudir hoy con la muda limpia. Para que este experimento tenga éxito deberemos seguir los pasos de Spencer Tunick. Y es que hay una circunstancia menor, creo que sin demasiada importancia y que aún no os he comentado acerca de su trabajo, detallitos al fin y al cabo. Este hombre, y es por eso por lo que saltó a la fama internacional, tiene la manía de realizar sus fotografías a masas de gente pero que están… como Dios las trajo al mundo, totalmente desnudos; vamos, en pelotas, permítaseme la expresión. Ahora comprenderéis la importancia de haber atendido mi recomendación y acudir aquí hoy en perfecto estado de revista. Si os parece podemos empezar a desvestirnos; será solo un ratito mientras hacemos las fotos, acabaremos pronto. No es obligatorio, el que no quiera no tiene por qué hacerlo.
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Por las caras que puedo observar parece que os he pillado un poco desprevenidos. Pero si al fin y al cabo nos conocemos todos desde hace años y somos lo bastante adultos como para que ahora nos invada un ataque de pudor. ¿Nadie se atreve?... Quizás nuestro alcalde está empezando a arrepentirse en este mismo instante de la llamada que me hizo a principios de junio para proponerme el pregón; puede que no calibrara bien el peligro de que fuera alguien de El Chiringuito quien hoy subiera a este estrado. Algunos incluso veréis confirmados vuestros temores y estaréis pensando: “estos montan cualquier cosa, si lo sabía yo”. Son los riesgos del directo. Bueno, lo mejor es predicar con el ejemplo; con vuestro permiso comenzaré yo mismo… [ -se quita la chaqueta- ]
Tranquilos, no hay que desnudarse, esto es solo una broma. Son técnicas de marketing. Es una manera de captar vuestra atención, de intentar pasar unos momentos divertidos y además me ha servido de excusa para quitarme la chaqueta, que hace un poco de calor. Bien es verdad que esta sería una buena manera de hacernos notar y de abrir los telediarios. Nos convertiríamos en el primer pueblo de España donde el pregón de fiestas tiene lugar con todos en cueros. Lanzo este proyecto para futuras ocasiones, nunca se sabe.
Pongámonos un poquito serios. De todo este numerito que os he montado, lo que sí es verdad es mi pretensión de encontrar esta noche nuestra esencia, de averiguar cuál es la sustancia de aquellos que nos sentimos de Villavieja, sea de nacimiento o de adopción. Para ello mientras os sentabais y esperabais el comienzo de este acto, hemos sacado una serie de instantáneas que el ordenador está ya procesando. Mediante un complejo programa que está todavía en fase de desarrollo y experimentación y que me ha proporcionado un antiguo colega de mi etapa universitaria, estas imágenes van a ser analizadas. El objetivo: captar las energías que desprendemos y que están fluyendo ahora mismo en este salón. Como digo es algo bastante novedoso y lo que se intenta es que una vez tratados los datos, tengamos una imagen final más o menos reconocible de cómo puede ser nuestro karma, en definitiva conseguir de alguna manera un retrato de nuestra alma villaviejense. La verdad es que no siempre funciona, en muchos casos el resultado último no es fácil de interpretar; por si acaso vamos a probar y veremos que nos sale. Tardará todavía unos minutos en finalizar el estudio. Mientras tanto me gustaría ser yo quien ahora se desnude ante vosotros, metafóricamente hablando claro.
Me centraré en tres capítulos concretos:
CAPÍTULO I: Mi infancia.
(Dedicado a Manoli, mi hermana)
Vengo a este mundo un 7 de noviembre de 1.967, hace 43 años, en pleno corazón del barrio de la Fuente Abajo. Tengo la inmensa fortuna de nacer aún en el pueblo; no mucho después ya los villaviejenses lo hacen en el hospital de Salamanca. Soy el quinto hijo de la familia Merchán Herrero, que forman mi padre, Antonio (Toño Ramiro) y mi madre, Pilar. Son capaces de sacar adelante a seis vástagos. Para que nos hagamos una idea de cómo era la vida en esos días y de cuánto y cuán rápido han cambiado los tiempos en apenas 35 ó 40 años, voy a relataros algunos recuerdos a modo de álbum fotográfico. Rápidamente advertiremos que lo que ahora nos parece tan normal, tan corriente, no hace mucho no lo era.
Me veo con dos o tres años en casa de nuestros vecinos, Nazaret y Cebrián, matrimonio sin hijos, y que tanto ayudó a mi madre con mis cuatro hermanos mayores, Mariana, José Antonio, Manoli y Javi, de los que me separa más de una década y que fueron naciendo con sólo un año de diferencia entre ellos. Cebrián está ordeñando a una de sus vacas, Mariposa creo que se llamaba. Justo antes de sentarse en su tajuelo de madera, junto al animal, siempre se cambiaba la boina que llevaba puesta por otra que tenía colgada en el establo. El motivo no era otro que, al extraerle la leche a Mariposa, Cebrián apoyaba la cabeza en el vientre del bovino y la gorra acababa hecha unos zorros. Cosas de niños, me llamaba mucho la atención la permuta de dichas prendas, no por la sustitución en sí misma, sino porque la realizaba invariablemente como si se tratara de todo un ritual sagrado, igual que quien pasa por delante del altar en una iglesia y hace una genuflexión.
Recuerdo los duros inviernos y veo a mi madre enchufando la calefacción. Me explico; la recuerdo al salir de casa hacia la escuela, en la calle, en una fría mañana de enero o febrero, intentando prender el brasero de cisco que luego calentaría la minúscula cocina de la casa, que era la estancia en la que se hacía la vida. En el comedor raras ve se entraba; para recibir alguna visita o para coger el teléfono, el número 20 teníamos. Aunque esto no lo llegué a conocer, sí sé que mi madre, ponía la lavadora, por así decirlo, en las pozas de la Fuente Abajo, rompiendo el hielo que se había formado en esos gélidos días a los que antes me refería, para poder hacer la colada. Imaginaros la cantidad de ropa que tendría que limpiar juntándose en cuatro años con otros tantos churumbeles. Yo ya disfrute de las ventajas que supuso el que mi padre instalara en el único aseo existente, una pila de lavar la ropa. Para Pilar, era mucho más cómodo y ante todo menos helador. Además se utilizaba también a modo de moderno hidromasaje. Mi madre me bañaba en esa pila una o dos veces por semana, principalmente en fiestas y domingos antes de ir a misa. La nevera era de lo más ecológica y casi no consumía nada; el gasto de la bombilla que encendíamos para bajar a la bodega en la que los alimentos se conservaban frescos. Lo que no ha cambiado tanto es la celebración de las matanzas, se siguen haciendo de forma parecida, pero muchísimas menos claro. De ellas me queda el ajetreo de familiares y vecinos, ayudándose unos a otros, las hogueras que hacíamos por las noches y el vino caliente y dulce que, un poco a hurtadillas, o con la connivencia de algún adulto, conseguíamos beber acompañándolo de perrunillas.
Los veranos eran mucho más alegres y lúdicos. No debíamos ir a la escuela y nos pasábamos todo el día en la calle, con los pocos juguetes que entonces poseíamos. Mi abuelo Ramiro, carpintero, fabricó un carretillo de madera a medida de un niño, que yo heredé de mis hermanos mayores y que para mí era la joya de la corona. También usábamos alguna caja de zapatos o galletas con una cuerda, para transportar arena; era el último grito en la mecánica de los camiones infantiles. Las calurosas noches de julio o agosto transcurrían entre juegos como el escondite, civiles o ladrones o escuchando las conversaciones de los mayores que se reunían al fresco, en torno a los poyos de piedra que había a la entrada de muchas casas del barrio. Recuerdo el olor inconfundible de la tortilla de patatas para merendar cuando volvíamos de alguna tarde en el río. Mientras la degustábamos suena de fondo una cantinela que viene a mi mente cada vez que recorro en la actualidad las calles del barrio: “Vamos a ver parroquiana, que ha llegado el vinatero de Aldeadávila de la Ribera, con vino muy rico”. Era un hombre que con su camión vendía vino de Las Arribes y de este modo anunciaba la llegada del servicio casi a domicilio del fruto de la vid. Las parroquianas, las mujeres, acudían a los puntos de parada habitual para comprarlo. Con el pescadero o el frutero sucedía algo parecido, pero en el caso del vinatero el mensaje era mucho más elaborado, los otros se limitaban a tocar la bocina.
A la falta de todos los electrodomésticos a los que ya me he referido, debemos sumar la televisión. Hasta que nos trasladamos a la nueva casa, cerca del Ayuntamiento, no disfrutamos de ninguno de ellos. Por esto el contacto con la “caja tonta” fue escaso en mis primeros años de vida. Sin embargo con siete u ocho, poco antes de mudarnos de barrio, obtuve el permiso de mis padres para ir los viernes por la noche, a casa de la tía Socorro y su marido, Santiago (padres de Castor), y poder ver en la tele que tenían en blanco y negro mi programa favorito, El hombre y la Tierra. Me fascinaba ver semana a semana cada capítulo de esta mítica serie de Félix Rodríguez de la Fuente y sobre todo la manera única en que narraba las aventuras de la zorra, el lobo o el lirón careto. Me recordaba mucho a los cuentos que, siendo un poco más pequeño, mi padre se inventaba en las noches de verano y relataba antes de irnos a la cama.
En el año 1.975 nace mi hermano pequeño, Jesús, completando de esta forma los ocho miembros de mi familia. A partir de ese momento, debido al reducido tamaño de la casa y a sus evidentes carencias, se empieza a hacer prioritario el mudarse a otra mayor. Es por el invierno de 1.976 cuando definitivamente abandonamos la Fuente Abajo y nos trasladamos a la casa actual, en la calle Caballeros, entre la iglesia y la ermita, para regocijo y descanso de mi madre.
No quiero extenderme demasiado. Permitidme para ir finalizando el capítulo de mi infancia, que haga un sencillo homenaje a la figura de mi padre, Toño Ramiro. Muchos de los aquí presentes lo conocisteis, incluso algunos habitáis casas que él construyo. Siempre se dedicó a su oficio, albañil o maestro de obras, que se decía por entonces. Pero es que por otra parte fue un miembro activo de su comunidad, de su querido pueblo, Villavieja. Varias veces formó parte del Ayuntamiento como concejal, participó decididamente en hacer realidad el utópico sueño de la residencia de mayores Virgen de los Caballeros (siendo miembro del patronato fundador), impulsó y presidió el club de los jubilados Los Charros, y muchos años ocupó el puesto de Juez de Paz (de ahí que mis amigos de El Chiringuito me llamen “El Juez”). Puedo afirmar con rotundidad que la mayor enseñanza que me han dado mis padres es la siguiente: ellos me han inculcado que lo realmente importante de esta vida es ser buena persona, ser honrado; trato de cumplir este mandato cada mañana cuando despierto.
Guardo un especial cariño a mi primer barrio, en él tuve una infancia feliz y gracias a sus moradores mis raíces se asentaron firmemente en Villavieja. Me resulta imposible citarlos a todos. Al igual sucede con la familia de mi padre, muy amplia; muchos de esos vecinos eran precisamente parientes cercanos. Pero no puedo despedirme de la Fuente Abajo sin hacer mención a los primos carnales. Moisés y Ramiro, con edades más cercanas a las de mis hermanos mayores, o Venancio y Francisco. Es con estos dos últimos con los que comparto muchos ratos de mi infancia, sobre todo con “Tivito”. Junto a él, unos meses menor que yo, he disfrutado de peripecias que no tengo tiempo material para relatar aquí, pero que lograron que nuestra relación sea como la de auténticos hermanos.
Podéis imaginaros que toda esta serie de vivencias marcaron con huella indeleble mi forma de ser, los pasos en la vida y el modo en que me enfrento a ella, en definitiva condicionaron mi carácter.
CAPÍTULO II: El Chiringuito.
(Dedicado a Alfre, mi amigo, mi hermano)
¿Qué decir de este grupo de amigos, de esta panda de locos descerebrados, que allá por 1.981, siendo aún incipientes adolescentes, incluso algunos prácticamente niños, inicia su andadura imitando a los mozos mayores que ya tenían su peña? ¿Qué podría yo relataros de esta singular cuadrilla, de estos sujetos que crecieron a la sombra del Perlado, si la gran mayoría de vosotros ha sido testigo de sus andanzas o, en el peor de los casos, ha sufrido alguna de sus múltiples barrabasadas? Es tal la profusión de sucesos, peripecias, andanzas, aventuras y desventuras que se agolpan en mi memoria, que me resulta del todo imposible ordenarlas o resumirlas de un modo medianamente coherente dentro de este pregón. Necesitaría dos o tres libros para redactar la ingente cantidad de historietas que hemos protagonizado a lo largo de estos ya treinta años de Chiringuito.
No me resisto a contaros brevemente una anécdota de mis primeros años dentro de la peña. Yo participé directamente en su formación y fundación, por tanto era por así decirlo miembro de pleno derecho, pero no tanto de hecho. Me explico. Desde mi infancia se me consideró una especie de niño modelo, y seguí siéndolo durante mi adolescencia. Por ello, en los primeros tres o cuatro años de El Chiringuito, yo no estaba habitualmente en la primera línea de fuego. A la hora de acometer la serie de tropelías características de nuestras épocas iniciales, me mantenía al margen en numerosas ocasiones. Hasta que un buen día, con 16 ó 17 años, decidí que era el momento de pasar a la acción, participando de lleno en las rondas de vinos, cánticos, desmanes y demás. Este cambio a peor, no pasó inadvertido para alguien como Atilano, que trabajó varios lustros con mi padre y que me conocía muy bien. Muchas veces, en algún bar, cuando nos hallábamos en plena jarana, entre la exaltación de la amistad y los cánticos populares, coincidíamos con él. Al contemplar la escena se acercaba y me recriminaba:” ¿pero no te das cuenta que hasta hace dos días estabas en las faldillas de tu madre y que ahora eres de los peores y encima de los que más canta?”. Como podéis imaginar la carcajada y la guasa era general en la cuadrilla y durante un tiempo continuaron estos reproches, ya casi a modo de tradición; tanto que acabamos por incorporar la expresión a nuestro particular vocabulario. Aún hoy, cuando alguien no acude a una comida, reunión, festejo, etc. seguimos diciendo: “se ha quedado en casa, a las faldillas”.
En fin, dejaré las historietas para otra ocasión en la que disponga de más tiempo y espacio. Voy a centrarme en otro aspecto. Quiero hablaros de cómo es la relación entre los integrantes de esta peña. Es obvio que somos amigos, pero nuestra amistad con el paso de los años se ha transformado en verdadera hermandad. Nos hemos convertido en una gran familia y como tal nos comportamos, asumiendo cada uno su papel. Al igual que en todo grupo tan numeroso, tenemos nuestras discusiones, pero siempre con el máximo de los respetos. El verdadero secreto de El Chiringuito está en el conocimiento profundo que atesoramos los unos de los otros, logrado a base de muchos años de trato sincero y desinteresado. Sabemos de las virtudes y de los defectos de cada cual. Congeniamos tanto y tan bien, que cada uno tiene muy claro qué puede esperar del otro o qué le puede aportar.
Pero quienes verdaderamente tienen merito dentro de esta numerosa camarilla son las mujeres. Nuestras esposas, compañeras o novias, sí que se merecen un monumento. Primero por aguantarnos cuando nos reunimos, que no siempre es fácil y según a qué horas. Y segundo y principal, porque a pesar de no conocerse entre ellas, de que cada una se ha ido incorporando a este tren en marcha en diferentes momentos y a no tener la mayoría vínculo ninguno con nuestro pueblo, ha surgido también entre ellas una genuina y profunda amistad. Sabedoras de la importancia de Villavieja en la vida de sus maridos o novios y de la especial relación que los une, han respetado en todo momento esos lazos tan fuertes y no han hecho sino remar a favor, integrándose perfectamente en la idiosincrasia de esta nuestra villa. Mi afecto, admiración y sincero homenaje a todas ellas.
Supongo que recordaréis la magnífica carta, que apareció en el boletín Río Yeltes, en la que de manera concisa y genial, mi querido amigo Alfre refería la historia de El Chiringuito. Allí apuntaba él algo que creo que es de justicia subrayar: “siempre deberemos gratitud a las gentes de Villavieja por el cariño que en todo momento han demostrado hacia nosotros, a pesar de los pesares”. Y es que por nuestra forma de ser, podíamos liarlas por la noche hasta las tantas y a la mañana siguiente, estar los primeros para bajar la plaza de toros o desenvolver alguna tarea de La Comisión de Festejos. Guardo especial recuerdo de la colaboración con sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, en el reparto de presentes a los niños de la localidad. Una noche nos lo propusieron algunas mujeres de la Asociación de Padres de Alumnos y no vacilamos en aceptar. Solo pusimos una condición: que mientras nos vestíamos con las ropas reales, no faltara una botellita de vino para combatir el frío y aplacar la vergüenza. La botellita estuvo invariablemente presente cada uno de los diez años que ayudamos a sus Majestades. Gracias vecinos por comprendernos y aguantarnos.
Parece también meridianamente claro que la relación que hay entre los propios integrantes de El Chiringuito y al tiempo, de esta peña con el pueblo de Villavieja, determina la manera de ser de cada uno de nosotros, determina nuestro carácter.
CAPÍTULO III: La Comisión de Festejos.
Organizar unas fiestas como las que comienzan oficialmente con el pregón de hoy, es una labor difícil y callada, titánica. Para diseñar, coordinar y llevar a buen término tantas actividades y acontecimientos que se desarrollan en unos pocos días, se precisan semanas y meses de preocupaciones y desvelos. Nada de esto sería posible sin la Comisión de Festejos, un grupo de villaviejenses que se ocupan de preparar nuestras fiestas y que tienen una única meta: sacarlas adelante cada año del mejor modo posible. Sé muy bien de que os hablo, tuve el inmenso placer de pertenecer a La Comisión durante cerca de diez años. Cuatro de ellos, del 91 al 95, estuve junto a José Antonio Morota al frente de la misma y os aseguro que ha sido una de las experiencias más enriquecedoras que he tenido en mi vida a nivel humano. Es impresionante comprobar cómo esos vecinos anónimos, se vuelcan con su pueblo y sacrifican parte de su tiempo de ocio e incluso parte de sus fiestas, para que el resto podamos divertirnos. Mi reconocimiento a todos aquellos que han participado y que lo siguen haciendo de este maravilloso invento que un día decimos denominar Comisión de Festejos, que lleva desempeñando su tarea desde hace aproximadamente 35 años. Especialmente a Paco y Manolo, a los que nunca acabaremos de agradecer su desinteresado esfuerzo y dedicación, siempre al pie del cañón y siempre en un segundo plano, sin querer salir en la foto.
De mi etapa dentro de La Comisión guardo grato recuerdo del año que celebramos “los Cenizos”, un día añadido de fiesta, el 31 de Agosto, al coincidir en fin de semana. Estoy especialmente orgulloso de su resultado, teniendo en cuenta que fue en la tarde-noche del 30, cuando organizamos ese postre festivo. Pero de lo que estoy infinitamente satisfecho es de pelear sin descanso para que las orquestas que contratábamos, tocasen en la plaza, bajándolas de aquel palomar un poco tercermundista al que las subíamos. La ubicación final en la plazuela del Ayuntamiento, a mi modesto entender, fue un gran acierto. Se ha logrado con este cambio que los espectáculos luzcan en toda su dimensión y sin duda hemos aumentado en muchos enteros el caché de las fiestas de Villavieja.
¿La decisión que más nos costó tomar en uno de esos años? Traer un grupo de fuera para el baile del cordón. Resultó del todo imposible conseguir el número mínimo de vecinos necesario para tan relevante ocasión. En fin, no siempre todo es fácil ni de color de rosa.
Desde esta tribuna quiero animaros a seguir participando en los trabajos de La Comisión, especialmente a los jóvenes, aprovechando vuestra energía y vitalidad. Pero no sólo a ellos. Somos todos, cada uno en la medida de sus posibilidades, los que debemos empujar para que este espíritu permanezca vivo. Sinceramente creo que ha sido nuestro carácter lo que nos ha permitido en las últimas décadas lograr objetivos que a priori parecían lejanos e incluso inalcanzables.
EPÍLOGO.
Antes no os he dicho toda la verdad. Cuando os comenté que he escrito este texto con total libertad, no es del todo cierto. Sí que he tenido un condicionante a la hora de redactarlo, casi una imposición, pero que cumplo con agrado. Como bien sabéis, no soy especialmente creyente ni practicante. Por eso mi madre, Pilar, me encargó encarecidamente que mencionara a la Virgen de Caballeros. Para su alegría y tranquilidad así lo hago en este instante. No me supone un gran esfuerzo, al contrario, aprovecho para revelaros un pequeño secreto. Para mí, alguien agnóstico, el momento de mayor emoción de todas las Fiestas, es el baile del cordón ante nuestra patrona, seguido del himno de Villavieja. No puedo evitar que un escalofrío recorra mi cuerpo cada vez que rememoro esos instantes, con toda la plaza en respetuoso silencio delante de la Virgen y los charros y luego cantando al unísono el “Villavieja de mi amor”. Pienso que en ese momento la energía que proyectamos es tal que podríamos detener el mundo si fuera preciso.
Si preguntásemos a los forasteros que nos visitan unos días, que comparten con nosotros alguna cerveza, tertulia o paseo, algunas Ferias, qué es lo que más les ha llamado la atención de Villavieja y cuál podría ser la razón que les animaría a volver a nuestro pueblo, estoy convencido que la respuesta sería casi unánime: sus gentes. Sí amigos, sí, nosotros mismos. No pretendo ser vanidoso, es una comprobación empírica a lo largo de muchos años y varias charlas con foráneos que han disfrutado junto a todos nosotros de nuestra villa. Son esas personas que vienen de fuera quienes mejor pueden atestiguarlo. La gran mayoría repite, regresa, incluso forma ya parte de nuestra comunidad. ¿Verdad Begoña y Blanca, queridas primas? Por tanto lo que identifica a Villavieja, lo que la hace distinta, son sus propios habitantes. Villavieja marca, Villavieja engancha, Villavieja imprime carácter. Aquí está la respuesta a la pregunta que me hacía al principio de este pregón: ¿cual es la esencia, la sustancia de aquellos que nos sentimos de Villavieja? Precisamente es nuestro CARÁCTER. El mismo al que me he referido al final de los tres capítulos anteriores, desde la infancia, pasando por los amigos, hasta llegar a todos vosotros. Es el mayor y más preciado de nuestros tesoros, lo que debemos conservar a toda costa puesto que constituye nuestra seña de identidad. Si mantenemos intacto ese espíritu, nuestro carácter, Villavieja seguirá adelante pese a las dificultades del camino.
Finalmente nos queda por desvelar si ha habido suerte con el programa informático y comprobar si ya tenemos un retrato de nuestra alma villaviejense. Por la música que suena de fondo, deduzco que el ordenador empezará a lanzar imágenes. Vamos a prestar atención a la pantalla y observar los resultados. – [comienza a sonar Así habló Zarathustra, de Richard Strauss] –
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¡Es una encina! ¡La imagen, el icono de nuestra esencia, de nuestro carácter, es una encina! Sin lugar a dudas constituye la mejor representación, el mejor reflejo de nuestra alma, de nuestro espíritu, este árbol tan nuestro, que dibuja el paisaje de Villavieja. A mi modo de entender, la encina, resume perfectamente nuestra forma de ser: sin grandes florituras, serena, tranquila, paciente y… al tiempo firme, a veces con un poco de aspereza pero siempre noble y leal, profundamente arraigada en nuestra tierra.
Si como hemos hecho esta noche, el día 27 de Agosto, junto a la Virgen de Caballeros, con toda la plaza rebosante de gente, sacásemos unas fotos (todos vestidos, eso sí, por Dios) y analizásemos las energías existentes, el resultado sería un enorme y frondoso bosque de encinas, una imagen maravillosa de nuestro Campo Charro.
Señor alcalde, con su permiso: “Que empiece la Fiesta y la sana diversión. ¡Viva la Virgen de Caballeros! ¡Viva el carácter de Villavieja! ¡Viva Villavieja!”.
Muchas gracias.
PEDRO MERCHÁN HERRERO