Fotografía: Manuel M. Vicente (Wikimedia Commons) |
La Fregeneda. Verano de 1886. Las obras del ferrocarril avanzan a buen ritmo, hasta el punto de que la mayor parte de la infraestructura viaria está en fase de conclusión. Sin embargo, en el tema sanitario, esas obras y las condiciones en las que viven los obreros han convertido al pueblo en una auténtica ratonera. Abundan los muertos debido a los accidentes, pero sobre todo a las denominadas entonces "fiebres intermitentes". Durante el año 1885, año en que comienza el octavo libro de difuntos de la parroquia de San Marcos Evangelista de La Fregeneda, el párroco registra más de doscientos fallecidos -en concreto doscientos quince- de los cuales más de un treinta por ciento ocurrieron en los meses de enero y febrero de dicho año. Se puede uno imaginar, por tanto, como debía estar el cementerio católico, pero también el que entonces se denominaba "cementerio de disidentes" y que más adelante se daría en llamar cementerio civil donde se enterraban suicidas, herejes, ateos, protestantes, .... La gran cantidad de enterramientos en ese año, originaría al año siguiente (1886) un incidente entre autoridad civil y eclesiástica. Veamos como lo contaba "El Fomento" el martes 17 de agosto de 1886:
La siguiente carta se la debemos á un respetable amigo nuestro, que nos la incluyó en otra particular que ayer tarde recibimos:
Fregeneda, 15 de Agosto de 1886.
A las doce de la noche última, cuando iban transcurridas sesenta horas desde que falleció un trabajador de las obras del ferrocarril S. F. P. se dio al fin sepultura al cadáver en el cementerio católico.
Se oponía la autoridad eclesiástica al sepelio en citado cementerio, por considerar que el sujeto en cuestión no había muerto en el seno de la Religión Católica, toda vez, que á las reiteradas instancias de los señores párroco y coadjutor, para que se confesara, contestó diciendo, que cesaran de molestarle y que fueran á alguna parte donde hicieran más falta.
Por aquí se ha dicho, que el Sr. Obispo de Ciudad Rodrigo, diócesis á que pertenece este pueblo, aprobó la conducta del señor cura párroco, el cual, manifestó á la autoridad local, que no pudiendo admitir tal cadáver en el cementerio católico, dispusiera ella fuera enterrado en el de los disidentes. El Alcalde Constitucional dio cuenta de lo que ocurría al Sr. Gobernador civil de la provincia, y este ordenó, que provisionalmente se diera sepultura al cadáver en el cementerio católico. Dado traslado de esta orden al párroco, replicó que no podía consentir se hiciera tal cosa, hallándose, como se hallaba resuelto el expediente en otro sentido. Se consultó de nuevo á la autoridad civil de la provincia, y su contestación se dice fue tan enérgica, por no haberse ya cumplido lo que había dispuesto, que el Alcalde ordenó inmediatamente, se procediera al enterramiento, acto del cual protestó el señor cura párroco. Se cree que no termine así la cosa, pues ha circulado el rumor de que el Gobernador civil mandaría á esta un delegado: lo cierto es, que el cadáver ha permanecido insepulto sesenta horas, y precisamente en la época en que son más fuertes los calores.
La salud pública no es del todo satisfactoria: aparte de algunos padecimientos que pudieran, en ni juicio, reconocer por causa algunas insolaciones, lo que abundan son las fiebres intermitentes, contribuyendo a producirlas la manera de vivir de los trabajadores, que aun se ocupan en las obras del ferrocarril; los focos de infección que nos rodean; lo poco limpias que son las aguas que la generalidad de las gentes usan; los fuertes calores que días atrás se han sentido, y que parece vuelven, pues ha subido el termómetro a 32° centígrados dentro de las casas; las frutas poco sazonadas que se han comido, etc., etc.
Desde hace ocho días tenemos un caso de viruelas; pero eso no ha alarmado á la población (que no teme se propague la epidemia) porque ya el verano anterior se presentaron algunos casos aislados, y entonces como ahora, fueron en individuos forasteros, atribuyéndose el que no haya sido atacado ninguno de los naturales, á que todos se hallan vacunados, gracias al celo constante del médico cirujano D. Julián Carranza, que en los veinticuatro años que nos lleva asistiendo, no ha dejado ni uno solo de practicar inoculaciones.
De las obras del ferrocarril, de contratistas, destajistas y operarios, es tanto lo que puede decirse -salvo honrosas excepciones- que serían necesarios muchos pliegos de papel para siquiera referir un poco: no omitiré sin embargo, que no cesan de oírse lamentos a muchos vecinos, por las "curbas" que como dijo su corresponsal en ésta, les han producido gran número de trabajadores y no pocos que tenían otras ocupaciones, marchándose sin pagarles lo que les debían, bien por alimentación, bien por otros conceptos. Memoria han dejado.